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Bienvenidos al Hotel Sagitario: Aquí te mata el SIDA o te mata el COVID

Unos 50 padrotes acaban de regresar a su pueblo, vienen con “sus muchachas”. El coronavirus los hizo mudar el negocio de Nueva York a Acuamanala, Tlaxcala. “Es criminal lo que están haciendo”, dice Paloma, quien ahora le tiene más miedo al virus que al hambre.

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EMEEQUIS.– Paloma tose y nadie se altera.

En otro lugar, en plena Fase 3 de la pandemia por COVID-19, esa carraspera la hubiera alejado de todo contacto humano. Pero las seis chicas que la rodean no dan un paso atrás. Ni siquiera cuando tose por segunda vez en menos de cinco minutos y se tapa la boca con la mano para luego embarrarse la saliva en la minifalda. A nadie parece molestarle esa tos seca, porque todas han hecho las paces con una idea: están –o estarán– contagiadas del nuevo coronavirus.

La misma resignación tienen sus clientes, esos hombres a quienes no les importa contagiarse con tal de romper la cuarentena para tener relaciones sexuales con ellas, las mujeres que como Paloma se paran todos los días, desde las 9 de la mañana hasta las 7 de la noche, a la orilla de la Vía Corta, un camino polvoso en la frontera de Puebla y Tlaxcala que funciona como un corredor tolerado de prostitución y trata de personas.

En estos días, todas están obligadas a llevar a los clientes a un solo lugar: el Hotel Sagitario, hasta hoy abierto pese a las restricciones sanitarias. Ese muladar en el kilómetro 17 de la Vía Corta, que no tiene jabón ni gel desinfectante para ellas y sus clientes, es propiedad del verdadero poder en el pueblo de Acuamanala de Miguel Hidalgo, Tlaxcala: el temido Demetrio N., líder de una banda de padrotes conocida como “Los Motos”. 

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Pero la suciedad del Hotel Sagitario es la menor preocupación de Paloma y las mujeres que por necesidad o porque están secuestradas deben trabajar ahí. En marzo, cuando la Organización Mundial de la Salud declaró al COVID-19 como pandemia, vio lo que sus ojos no habían visto en 26 años: los padrotes más famosos de la región, las leyendas que han hecho negocios millonarios en el extranjero con cuerpos ajenos, regresaban masivamente a Tlaxcala para pasar la crisis sanitaria en sus pueblos y con sus familias.

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Pero no llegaron solos: varios volvieron con las mujeres que mantenían como esclavas sexuales fuera de México para ponerlas “a trabajar” mientras durara la pandemia, seguros de que en Estados Unidos su negocio se paralizaría y que su influencia en los gobiernos municipales de Tlaxcala les pondría a salvo de operativos y les permitiría tener abiertos sus hoteles.

La extrañeza se volvió angustia cuando Paloma preguntó a una veterana de la Vía Corta de qué parte del extranjero volvían los tratantes y sus víctimas. “De Nueva York”, le respondió aquella mujer. El estado que concentra la mayor cantidad de personas que han dado positivo al COVID-19 en el mundo.

La angustia aumentó cuando Paloma supo dónde “trabajarían” esas mujeres recién llegadas de Nueva York: deberían compartir el Hotel Sagitario, que por estos días no tiene agua ni para lavarse las manos.

LA RUTA TLAXCALA-NUEVA YORK

Si pudiéramos ubicar dónde se torció esta historia, habría que volver a mediados de 1970, cuando el estado más pequeño del país vivió el estallido de la industria textil. En aquellos años, los caminos que se abrieron para que las telas llegaran de Tlaxcala a la Ciudad de México también facilitaron que las personas del sur viajaran hasta la capital del estado para conseguir trabajos.

Sin embargo, eran carreteras en mal estado por donde rodaban camiones precarios. Era imposible ir y volver en un día desde la Ciudad de México hasta Tlaxcala, por lo que los obreros comenzaron a alquilar cuartos en la capital, donde dormían hasta 12 hombres. La costumbre era que alguno de ellos viajara con su esposa para que les cocinara y lavara la ropa. 

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La visión patriarcal de algunas comunidades –donde los cuerpos de las mujeres pertenencen a los hombres– pronto generó otra peligrosa costumbre: alguien pensó que las esposas también podrían atender los deseos sexuales de esos hombres a cambio de un pago. Los esposos comenzaron a “venderlas” y quedarse casi la totalidad de ese ingreso. Con ese “descubrimiento”, el mundo en algunas zonas de Tlaxcala cambió para siempre, especialmente en el del municipio Tenancingo, considerado el semillero de los padrotes.

Al principio, las prostituidas eran las esposas. Luego, las concubinas. Incluso, las hijas. Pero eso generó conflictos entre esos pueblos pequeños donde todos están emparentados. Según el investigador Óscar Montiel, doctor en Antropología Social y tlaxcalteca dedicado a investigar la trata de personas, en los años 90, para evitar problemas entre vecinos se hizo un pacto criminal entre familias: la caza de mujeres solo se permitiría fuera de Tlaxcala y deberían “trabajar” lejos de las comunidades. Con el trato sellado, generaciones como los Méndez Guzmán, Ramírez Granados, Granados Rendón, Hernández Prieto, y muchos más, iniciaron un agresivo movimiento en todo el país buscando mujeres a quienes podían “enamorar” y enganchar en la prostitución forzada en corredores sexuales que se alargaban desde La Coahuila, en Tijuana, Baja California, hasta las cantinas del Río Suchiate en Tapachula, Chiapas.

Pronto a los tratantes les faltaron calles donde parar a sus víctimas. Y miraron hacia el norte, inspirados en sus ancestros que migraron para mejorar su calidad de vida. Aprovechando las fronteras laxas entre Estados Unidos y México antes de la guerra contra el terrorismo, comenzaron a conquistar terreno del otro lado del Río Bravo.

Uno, en particular, los enamoró: tenía modernos rascacielos, lujosos hoteles, restaurantes con comida mexicana y barrios latinos como Queens y El Bronx, donde no hacía falta hablar inglés, así que decidieron que abrirían un camino deslumbrante, pero cegado al dolor ajeno.

La ruta Tlaxcala-Nueva York.

EL REGRESO DE LOS 50 PADROTES

“Se viene lo peor. Yo estoy segura de que muchas personas se van a morir por culpa de ese maldito hotel y sus dueños”, me dice Paloma del otro lado del teléfono. Su voz tiene una mezcla de rabia y tristeza, que eleva su potencia cuando intenta explicar la magnitud del foco de infección que es El Hotel Sagitario.

“Yo sé de, al menos, 50 padrotes de Nueva York que volvieron a sus pueblos en plena pandemia. De San Pablo del Monte, Tenancingo, Papalotla, San Cosme Mazatecochco… y sin exagerar se regresaron como con 40 muchachas (…) Yo sé que, al menos, hay un padrote con coronavirus y, como todos, se acuesta con todas. Pero no debe ser el único. Por eso te digo que seguro hay más contagios”. 

Demetrio N. afuera del Hotel Sagitario.


A Paloma la conocí en un evento con sobrevivientes de explotación sexual. Gracias a eso accedió a hablar conmigo porque le aterra lo que ve en las noticias: el estado de Nueva York es el epicentro mundial de la pandemia con, hasta el momento, 272 mil casos confirmados y más de 16 mil muertos. Su miedo crece cada vez que escucha que la cifra de contagios y fallecidos es especialmente alta en las comunidades latinas, donde viven los padrotes tlaxcaltecas.

“No les importó nada. Se vinieron desde allá para seguir con su negocio. ¿Cuántos ventiladores creen que tienen nuestros pueblos para el coronavirus? No hay ni camas”, reclama.

Gracias a que Paloma ha pasado varias temporadas en la orilla de la Vía Corta es que está convencida de que algún padrote con coronavirus ya pudo haber contagiado, al menos, a una chica que está bajo la vigilancia de “Los Motos”. Si esa mujer cumple con los 7 trabajos sexuales diarios que le ordenan los padrotes –y el factor de contagio del virus se estima en 8.3, según los cálculos oficiales del subsecretario Hugo López-Gatell– esa sola persona pudo haber infectado a 57 personas en el Hotel Sagitario… que a su vez podrían infectar a más personas.

Pero si son 7 las mujeres que adquirieron el virus haciendo 7 trabajos sexuales al día, y el factor de contagio se estima en 30, como lo sugiere el matemático Arturo Erdely, férreo opositor a las cifras de López-Gatell, en un solo día el Hotel Sagitario podría generar hasta más de mil infecciones al día… y contando.

Aquí la culpa no es de las chicas. A ellas las obligan a ir a ese hotel. Muchas están viendo cómo llevan comida a sus casas, a sus bebés, a sus papás que ya están grandes. Los que están provocando todo esto son los padrotes”, cuenta Paloma. “No hay agua, no se cambian las sábanas, nunca se ha desinfectado. Estoy segura que es el lugar más inseguro del estado”, cuenta Paloma.

Cuando le pregunto por qué el hotel sigue abierto, su voz cambia a una entonación de obviedad. “Demetrio y sus hermanos, Gregorio y Ernesto, ‘Los Motos’, son los dueños del pueblo. Son la verdadera autoridad aquí”.

Sus dichos coinciden con la página de Facebook “Noticias Acuamanala Tlaxcala”, que de manera anónima ha publicado imágenes y videos del Hotel Sagitario abierto y de sus dueños, así como sus presuntos antecedentes penales y las historias que reflejan su poder. Por ejemplo, la de aquella tarde en que el gobierno estatal quiso instalar cámaras de vigilancia bajo el Puente de Olextla, frente al Hotel Sagitario, y hombres armados las destrozaron a tiros. O cómo la parroquia del pueblo está pintada de azul porque los tratantes pagaron por la nueva fachada con el dinero recaudado en Nueva York.

“Todo esto lo saben las autoridades y nadie hace algo al respecto”, me escribe un administrador de la página de Facebook, quien me ha pedido el anonimato. “Tienen gente trabajando con la presidenta municipal y ella sabe todo, pero no dice nada ¿por qué? ¿está recibiendo dinero de ellos?”.

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EMEEQUIS buscó a la presidenta municipal de Acuamanala, Tlaxcala, María Catalina Hernández Águila, militante del Partido de la Revolución Democrática (PRD), para que respondiera a esas acusaciones y explicara por qué el Hotel Sagitario sigue abierto en plena pandemia.

En la presidencia municipal prometieron una respuesta que, hasta ahora, no ha llegado.

IR AL MATADERO

Desde hace varios días Paloma ya no pisa la Vía Corta. 

A diferencia de millones que no pueden quedarse en casa durante la Fase 3, ella le tiene más miedo al COVID-19 que al hambre. Empacó su ropa, sus pocos ahorros y se mudó temporalmente a casa de una amiga que ha estado en estricta cuarentena. Quiere estar tan lejos como pueda del Hotel Sagitario y de Tlaxcala, mientras explotan los casos de casos de contagios y fallecimientos.

Su miedo es compartido por el Observatorio Ciudadano Nacional de Feminicidios, que a principios de este mes denunció que las redes de trata de personas en Tlaxcala están activas durante la cuarentena promoviendo “paquetes a domicilio”, es decir, mujeres y adolescentes que llegan a casas o están escondidas en cuartos de hotel.

La alerta provocó que el 8 de abril pasado la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) emitiera el comunicado 127/2020 en el que exigía a los gobiernos tomar acciones para garantizar el derecho a la no discriminación y a la salud de todas las personas frente a los negocios de explotación sexual.

Pero a casi un mes de ese comunicado, en Acuamanala, Tlaxcala, el poder de “Los Motos” sigue intacto. Por la reja blanca del Hotel Sagitario aún pasan decenas de clientes que hoy estarán con sus familias, compañeros de trabajo o por la calle sin saber si han adquirido el nuevo coronavirus.

“Es criminal lo que están haciendo. Es ir al matadero”, sentencia Paloma. “Ahí te mata el SIDA o te mata el COVID-19”.

Bienvenidos al Hotel Sagitario, donde alguien tose y nadie se altera.

@oscarbalmen

 

 Movimientos en el Hotel Sagitario.



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SOBRE EL AUTOR

Oscar Balderas



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