CONFIDENTE EMEEQUIS
EMEEQUIS.– Nadie aprende en cabeza ajena. Marcelo Ebrard está viendo una película que cree recordar. Tres décadas después, padece, en carne propia, el desvanecimiento de sus aspiraciones y la constatación de que el camino que tome, si no es el correcto, puede llevarlo a la irrelevancia política.
Cada día que pasa, los apoyos se debilitan, como está ocurriendo con los legisladores que lo respaldaban, porque la política es así, dura y pragmática.
Sólo tiene dos cartas para salvar el juego: replegarse y al tiempo apoyar a Claudia Sheinbaum o romper con la 4T para embarnecer la alianza opositora. Los términos medios, en este caso, lo acercarán a los errores que cometió Manuel Camacho, quien no evaluó con claridad dónde estaba el poder y los futuros que este puede ofrecer.
En noviembre de 1993, el domingo 28, para ser exactos, Camacho sintió que su vida se derrumbaba. Estaba en su casa de Cuernavaca cuando se enteró que el candidato a la Presidencia de la República sería Luis Donaldo Colosio.
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El presidente Carlos Salinas había preparado el relevo con precisión y paciencia. Al menos desde tres meses antes, tenía claro quiénes estaban fuera de la carrera y Camacho era uno de ellos.
Camacho tenía un largo recorrido con Salinas, inclusive constituyeron, con José Francisco Ruiz Massieu, Emilio Lozoya y Raúl Salinas una pequeña organización: Política y Profesión Revolucionaria. Sí, Camacho era el compañero, pero Colosio el alumno.
Esas horas fueron cruciales. Pedro Aspe, el secretario de Hacienda, y a quien se le mencionaba con frecuencia como posible aspirante, acudió a Los Pinos para saludar al presidente y para informar que había felicitado al todavía secretario de Desarrollo Social.
Camacho había hablado telefónicamente con Salinas dejando claro que no celebraría la designación sin antes hablar del asunto. A regañadientes, el presidente de la República accedió a desayunar al día siguiente.
Quedó claro que Camacho no se sumaría a las felicitaciones. Tuvo que dejar la regencia del Distrito Federal, pero fue nombrado secretario de Relaciones Exteriores. Lo sería solo por unos meses, porque estalló la guerra en Chiapas.
El propio procedimiento del destape, operado en la discreción, los dobleces y las fintas, propiciaba la confusión, la mala lectura de las señales.
Pero estaban ahí. Colosio contaba con la experiencia partidista y de Estado suficiente para encarar el reto y superaba a sus contrincantes. Tenía bajo su responsabilidad el programa más importante del sexenio, Solidaridad.
Un dato. Sería el primer expresidente del PRI, al menos en el último cuarto de siglo, con posibilidades reales de ganar la contienda por la Presidencia.
Esto es lo que veía Salinas y lo anotó con claridad en “México. Un paso difícil a la modernidad”.
La irrupción del EZLN obligó a cambios en el gabinete. Camacho solicitó ser el mediador del conflicto. Era una posición arriesgada para todos y en particular para Colosio.
El candidato del PRI le pidió al presidente de la República que no nombrara a Camacho secretario de Gobernación, “pues teniendo esa responsabilidad oficial de organizar las elecciones ¡podría también tener la pretensión de negociarlas!”, cuenta Salinas y aclara que el sonorense hizo la advertencia con sentido del humor, y habría que añadir que con intuición.
Camacho tuvo un excelente papel como mediador, inclusive logró que se firmara con el EZLN el “Compromiso para la paz digna en Chiapas”, el que estaba sujeto a una consulta que se realizaría entre las bases sociales del movimiento rebelde.
El asesinato de Colosio trastocó también ese proceso, porque en el EZLN decidieron retirarse para evaluar y medir lo que estaba ocurriendo.
Para Camacho aquello fue la puntilla que lo inhabilitó para cualquier aspiración en ese momento, aunque fuera modesta. Era el costo que pagó por su falta de empatía con el candidato del PRI y sobre todo por la mala lectura que hizo sobre lo que estaba ocurriendo.
Pasada la tormenta, quedó claro que Camacho nunca tuvo la fuerza suficiente en el PRI para provocar desprendimientos de militantes o rupturas de organizaciones.
Esto fue así porque Colosio era un candidato con enorme legitimidad entre los suyos. Conocía las estructuras del partido y había participado en cientos de postulaciones.
En los patios del PRI había dicho una noche de noviembre, ante cientos de militantes, que los podía mirar a los ojos, que era uno de ellos. Tenía razón.
@jandradej
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