EMEEQUIS.– Luis Echeverría Álvarez, el hombre que se ganó la candidatura presidencial del PRI en 1970 con la operación represiva contra los estudiantes en 1968, y que desplegó bajo su gobierno un estilo igualmente feroz contra normalistas en 1971, ha muerto este 9 de julio. Justo un día después del aniversario de su “golpe a Excélsior” de 1976.
Es el hombre que soñó con ser designado Premio Nobel de la Paz cuando se hallaba en la cumbre de su ejercicio del poder, que pretendía dar lecciones de políticas de bienestar social a la Organización de Naciones Unidas (ONU), que desplegó represión, acusó egoísmo en el papel del sector privado y de las clases privilegiadas, que desplegó gestos de intolerancia a la crítica, los cuales culminaron con el golpe a Excélsior.
El hombre que hacía campaña desde la Presidencia de México, que llegaba hasta la censura para defender su obsesión con Benito Juárez, que encontraba por doquier enemigos de “la transformación que hemos iniciado”, que inhibió la inversión y luego enfrentó con ceguera y propaganda el desastre económico que propició.
Había sobrevivido a dos de sus sucesores hasta ahora, José López Portillo y Miguel de la Madrid.
En 2006, un juez lo encontró culpable de participar operativamente en las maniobras represivas contra el movimiento estudiantil de 1968, como resultado de las investigaciones ejecutadas por la Fiscalía Especial para Movimientos Sociales y Políticos del Pasado, creada en 2001. En 2007 consiguió un amparo. Vivió después prisión domiciliaria derivada de dicho proceso. Nunca pisó la cárcel.
Echeverría nació en 1921, apenas tres años después de la conclusión de la Primera Guerra Mundial y el Tratado de Versalles, y cuando en México aún no era fundado el PRI, el partido que le daría su reinado sexenal.
Su niñez transcurrió cuando ni el teléfono tenía cobertura nacional en nuestro país, pero llegó a la era de la comunicación en tiempo real, el internet, las redes sociales.
A partir de una revisión de sus informes de gobierno, de revisiones hemerográficas y bibliográficas, EMEEQUIS presenta un esbozo del reinado sexenal de Luis Echeverría, que ejerció un mando marcado por la intolerancia, la represión, las ocurrencias y los disparates, y que heredó a México una de las crisis económicas más dramáticas del siglo XX.
Cerró su sexenio con la frase: “Vencimos incontables resistencias, pero el pasado no fue definitivamente sepultado”.
En 2008 le dijo al periodista Rogelio Cárdenas, director general de EMEEQUIS, que no tenía nada por qué pedir perdón al pueblo de México: “He trabajado intensamente siempre, ni pido perdón a nadie ni me lo doy…”. (Luis Echeverría Álvarez: entre lo personal y lo político. Entrevista no autorizada, Planeta, 2008).
En 2008 aseguró que no tenía la necesidad de pedir perdón. Foto: Especial.
1968: “LA ORDEN LA DIO EL PRESIDENTE”
A pesar de que distintas investigaciones de prensa han documentado la red de intrigas que Luis Echeverría tejió desde la secretaría de Gobernación para empujar la represión estudiantil del 2 de octubre de 1968, Echeverría hasta el final eludió la responsablidad.
Sobre ello, comentó a Cárdenas:
“El presidente –que es el único que puede decidir cosas de esa magnitud excepcional– ordenó que fuera el Ejército. Hubo una balacera; murieron soldados, oficiales. Del otro lado, estudiantes. La balacera comenzó con un tiro que le dieron por la espalda al jefe del Ejército [José Hernández Toledo]. Algunos dijeron que habían muerto treinta y otros que trescientos. Cada parte dio su punto de vista”.
–¿En ese contexto cuáles fueron las instrucciones que usted recibió del presidente?
–No, la orden fue al Ejército. En realidad todo lo manejó el presidente.
– Pero usted era secretario de Gobernación.
–Sí, pero las grandes determinaciones, que fueron muy graves, nunca eran cosa del subsecretario, ni del secretario, eran el presidente. Entonces y ahora las grandes determinaciones al Ejército vienen del presidente, que es el comandante general del Ejército.
–¿A usted, como secretario de Gobernación, exactamente en qué le tocó participar?
– Bueno, muy poco, en hacer llamados a la concordia, sin valorar, eso fue después, que eran movimientos políticos que estaban ocurriendo porque hubo influencias internacionales. Había movimientos juveniles en muchas partes del mundo, y eso influyó en la ambición política de la juventud de acceder al poder, había cambios en varios países; pensaban que tener acceso al poder significaría un progreso.
–¿Usted tenía comunicación con el secretario de la Defensa?
–No, no como secretario de Gobernación; él trataba directamente con el presidente. Además, el secretario de Defensa [Marcelino García Barragán] tenía sus simpatías para la Presidencia siguiente, porque, después del contacto con el presidente, con quien más tenía comunicación era con el secretario de la Presidencia, el doctor Emilio Martínez Manautou, que trabajaba muy cerca del presidente, entonces le vio posibilidades para que fuera candidato.
PAÍS AGRAVIADO
Luis Echeverría Álvarez fue electo presidente para el periodo 1970-1976. Su elección estuvo plagada de irregularidades, como todas las de entonces. El poder le ganaba al descontento popular.
El 18 de julio, el presidente del PAN, Manuel González Hinojosa, desconoció el proceso electoral del día 5 de ese mes y el 30 retiró a su representante en la Comisión Federal Electoral, además de que anunció que los presuntos legisladores panistas no asistirían al Colegio Electoral (órgano formado por los diputados electos o “presuntos diputados”, que calificaba las elecciones en ese entonces).
El México agraviado que iba a gobernar Luis Echeverría Álvarez, a partir del primero de diciembre de 1970, no superaría en muchas décadas las heridas del sexenio diazordacista en las que el nuevo presidente había tenido responsabilidad activa.
Desde su campaña electoral Echeverría parecía empeñado en reconciliarse con el sector académico universitario. En su toma de posesión alabó la gestión de Díaz Ordaz, y en uno de sus recurrentes ataques retóricos dijo que “la nación, por sus maestros, encontró el camino de la libertad… es menester apoyar la función social, intelectual y moral del educador”.
Díaz Ordaz había perseguido obsesivamente a estudiantes y maestros universitarios, había violado la autonomía universitaria al invadir distintas instalaciones con el ejército y aun había amenazado con reducir el presupuesto asignado a universidades y otros institutos de educación superior, pero Echeverría anunciaba:
“Proporcionaremos a las universidades y a los institutos técnicos, los medios para que mantengan el conocimiento a la altura contemporánea. Respetaremos cabalmente su autonomía, porque sin libertad de pensamiento no existe creación intelectual”.
Tales declaraciones de Echeverría y aún la integración de varios maestros universitarios en el gabinete presidencial, no entusiasmaban a nadie, menos viniendo de Echeverría, ni exaltaban otros ánimos más que los de Díaz Ordaz, para quien debe haber sido como un balde de agua fría.
Además, el nuevo mandatario había criticado la política económica de sustitución de importaciones que había funcionado los últimos sexenios, enmarcada en el desarrollo estabilizador y que había dado un crecimiento sostenido al país. Pero él tenía su propia fórmula: la estrategia del desatino.
Fotografía de archivo tomada en 1973. (Pedro Valtierra / Cuartoscuro.com).
EL HALCONAZO
A siete meses de su asunción al poder, el 10 de junio de 1971, Luis Echeverría Álvarez reprimió nuevamente a los estudiantes, ésta vez normalistas. Los hechos parecían un montaje.
En los primeros meses del año Luis Echeverría Álvarez había amnistiado a los presos políticos, fundamentalmente a los líderes del movimiento estudiantil de 1968, pero también a los dirigentes ferrocarrileros Valentín Campa y Demetrio Vallejo.
Pero la represión del 10 de junio desmentía cualquier presunta voluntad de reconciliación. Aquel jueves de Corpus de 1971 estudiantes y maestros recientemente excarcelados organizaron una marcha junto con los estudiantes normalistas, en la Ciudad de México. Partieron de las instalaciones del Politécnico en el Casco de Santo Tomás y al llegar a la altura de la Escuela Nacional de Maestros, los esperaba un contingente de jóvenes armados con varillas y boo (palos de kendo), que después sería conocido como el grupo paramilitar de los Halcones, quienes se lanzaron contra los pacíficos manifestantes.
Hubo un número indeterminado de muertos y heridos y el presidente Echeverría apareció esa noche en televisión para anunciar que se efectuaría una investigación sobre los hechos y prometió castigar a los responsables, con la consabida amenaza de quien en realidad no hará nada al respecto: “Caiga quien caiga”.
Se había diseminado la especie de que la matanza del 10 de junio había sido una emboscada no sólo contra los manifestantes, sino también contra el “progresista” presidente Echeverría, perpetrada por los emisarios del perverso pasado diazordacista.
A los pocos días renunciaron el jefe del Departamento del Distrito Federal, Alfonso Martínez Domínguez, y el jefe de la policía capitalina, Rodolfo Flores Curiel. Pero la investigación nunca se realizó, a pesar de las reiteradas peticiones que un sector de la intelectualidad hicieron para que se efectuaran. Mucho tiempo después el ex regente Martínez Domínguez denunció que los hechos del 10 de junio de 1971 habían sido una trampa urdida por el propio Echeverría.
EN CAMPAÑA DESDE EL PODER
Los sectores en los que no calaba el discurso “de puertas abiertas” del gobierno echeverrista eran los grupos guerrilleros, que en el campo y las ciudades actuaban, al parecer imperceptibles, secuestrando empresarios para financiarse, captando adeptos en las sierras, y recibiendo mucho mayor atención de la que el gobierno confesaba.
Al llegar la hora de su primer informe de gobierno, el primero de septiembre de 1971, Luis Echeverría Álvarez parecía referirse a ellos, los que habían quedado fuera del regazo reconciliador del gobierno, y sin mencionar en el mensaje político nada respecto del halconazo, hablaba de libertad y concordia.
Ponderaba la “benevolencia” oficial: “Hemos probado en varios casos, y lo seguiremos haciendo a lo largo de nuestro periodo, que la confrontación abierta de las posiciones, cuando éstas son legítimas, es la mejor vía para resolver los conflictos y las tensiones sociales. El diálogo no es un estilo circunstancial del gobierno. Debe ser la forma permanente de conducir las relaciones entre el pueblo y la autoridad”.
Y ahí donde no había enemigos, dentro del sistema, Echeverría encontraba fantasmas: “Hay quienes se inquietan por la franqueza que preside las relaciones entre los ciudadanos y el gobierno. Algunos más quisieran ver al Ejecutivo en una falsa solemnidad. Quiero recordar que la vida democrática es participación cotidiana en los asuntos públicos. No interrumpimos el contacto con el pueblo mientras dure nuestro gobierno, y gracias a su estímulo habrán de cumplirse nuestros programas”.
Y cual si continuase en campaña, como después lo haría otro presidente, años más tarde, Echeverría cerraba su mensaje con el lema que usó en la contienda electoral, “arriba y adelante”: “En este primer informe de gobierno invito nuevamente a mis compatriotas para continuar, caminando unidos, al amparo de la Constitución: hacia arriba, al encuentro de nuestras metas, y hacia delante, en la continuidad de un esfuerzo que apenas hemos iniciado”.
LA OBSESIÓN CON JUÁREZ
El año de 1972, que Echeverría instituyó como “el año de Juárez”. Era tal la presunta veneración que Echeverría declaraba por el llamado “Benemérito de las Américas”, Benito Juárez García, que no admitía bromas sobre el expresidente mexicano.
El comediante Manuel Valdés, que llevaba el nombre artístico de Manuel “Loco” Valdés, hizo una broma en su programa de televisión con el nombre del impulsor de las Leyes de Reforma.
En una de sus rutinas cómicas, preguntó: “¿Quién fue el presidente bombero? Pues Bomberito Juárez. ¿Y quién lo ayudaba? Su esposa, ‘Manguerita’ Maza de Juárez”.
Se colaron rumores de que Valdés había sido detenido, pero años después del incidente, su nieto, Iván Valdés, reveló que el comediante sólo había recibido una dura reprimenda telefónica de la Secretaría de Gobernación.
“LA TRANSFORMACIÓN QUE HEMOS INICIADO”
El primero de septiembre de 1972 el presidente Echeverría rindió su segundo informe de gobierno y sin más explicaciones advirtió: “Si la represión arbitraria resulta del abandono de los procedimientos legales y políticos, la demagogia y la agitación estéril son consecuencia de soslayar la verdadera naturaleza de los problemas. No aceptamos que se confunda la delincuencia con la política. La violación de la ley ha de combatirse con los procedimientos previstos por nuestro sistema normativo. Los conflictos políticos deben resolverse por medio del diálogo, la negociación y los actos legítimos de autoridad. Los problemas más graves han de solucionarse por medio de las transformaciones que ya hemos iniciado”.
El presidente de la Congreso de la Unión en 1972, Celso Humberto Delgado, al responder el informe, se centró en un elogio de la “política de la guayabera” del mandatario:
“Esta ocasión es propicia para echar abajo una vieja práctica en el Congreso de la Unión –una vieja práctica protocolaria– y entrar de lleno a la contestación del informe… Somos testigos de la sencillez con que se está trabajando… En chamarra, en guayabera, sin corbata, va destruyéndose el protocolo; hablando sin ambigüedades…”.
INHIBICIÓN DE INVERSIONES, ESPIRAL INFLACIONARIA
La primera mitad del sexenio echeverrista se había ido entre movimientos sindicales que demandaban mejores salarios y mayores prestaciones; movilizaciones de campesinos que incluyeron ocupación de tierras en distintos estados de la República, guerrilla urbana y rural y actos de terrorismo en el Distrito Federal, Chihuahua, Guerrero y Jalisco; luchas de colonos y toma de presidencia municipales y de palacios de gobierno como protesta por actos gubernamentales (las tomas de alcaldías llegaron a varios cientos y fueron llamadas ‘insurgencia municipal’), según la hemerografía de la época.
Además, la política populista del echeverrismo había inhibido la inversión y propiciado la animadversión del sector privado hacia el gobierno; éste había emprendido el derroche de recursos sin orden, concierto, ni planeación. La economía comenzaba a mostrar signos alarmantes.
En su tercer informe de gobierno, el primero de septiembre de 1973, ante el inicio de una inminente espiral inflacionaria y tras un agrio acuerdo con la cúpula empresarial, Luis Echeverría Alvarez anunció que el convenio comprometía al sector industrial a mantener sin variación los precios de los artículos de consumo “necesario”, que tendría vigencia del 31 de julio de 1973 al 31 de marzo de 1974.
Explicó, ante los miembros del Congreso de la Unión: “Durante ese lapso, sólo trasladarán a precios los movimientos en los costos básicos de producción o comercialización que en conjunto excedan un 5 por ciento de los actuales. De este modo, no se incrementarán indebidamente los márgenes de utilidad y se evitará una especulación que los empresarios responsables y nacionalistas deben ser los primeros en condenar”.
CONTRA LOS FIFÍS SETENTEROS
“Los grupos privilegiados siempre confunden el progreso general con el suyo propio y combaten todo cambio que amenace sus beneficios particulares (…) En todo momento hemos tenido presente que un programa como el que hemos emprendido, se encontraría ante la oposición de sectores, grupos y personas con la mirada puesta en el pasado, con intereses en conflicto frente a las mayorías y con acciones e ideologías ajenas a los propósitos nacionales”, admonizaba Echeverría.
El presidente del Congreso, Luis Dantón Rodríguez, combinó en su respuesta la fórmula fácil de secundar el discurso presidencial y tributar el elogio: “El pueblo de México ha sentido la entereza con que se han tomado las decisiones, el valor personal, la responsabilidad política de afrontar las consecuencias, así como la suprema determinación de sostener las instituciones cuando se trata de proteger los valores esenciales de la República o de sus soberanía.
“(…) No sólo se ha rechazado el sistema que otorgue beneficios a una minoría privilegiada y los niegue a los grande sectores del pueblo, sino también se ha adoptado la decisión de enfrentarse al poder económico de las corporaciones internacionales y de los países industrializados, mediante instrumentos que exijan un trato justo y equitativo como la Carta de Derechos y Deberes Económicos de los Estados”.
LECCIONES DE BIENESTAR A LA ONU
En efecto, Echeverría había presentado su famoso tratado económico en la asamblea de las Naciones Unidas y lo había promocionado en los países que había visitado, una buena parte de los cuarenta que recorrería en todo el sexenio, a pesar de que precisamente en materia económica México caminara al precipicio.
Al respecto, el historiador Daniel Cosío Villegas comentó en un artículo periodístico: “Echeverría cree que su voz será escuchada y atendida por todos los mexicanos, desde luego, pero también por los grandes monarcas y jefes del universo”.
En 1974 apareció un libelo denominado Danny, discípulo del Tío Sam, anónimo, en el que se atribuían a Cosío Villegas, de manera absurda, vínculos con el gobierno de los Estados Unidos.
El historiador y economista pidió a Echeverría, de manera privada, que se deslindara de tal difamación. El mandatario lo invitó a comer para limar asperezas, pero nunca se aclaró el asunto, según reseña el historiador Enrique Krauze en su libro La presidencia imperial.
Se había opuesto a implantar el control de cambio frente a la fuga de divisas. Se había opuesto al proteccionismo del mercado interno, pero lo sobreprotegió. Había anunciado una cruzada anti inflacionaria pero subió los salarios de los trabajadores sin el respaldo de una economía sin presiones, por lo que se trataba de un aumento ficticio; “se fletaban costosas comitivas para regañar a media humanidad, leyéndole la cartilla de sus deberes económicos, cuando esa era precisamente la media humanidad invitada oficialmente a prestarnos dinero”, reseña Krauze.
En su informe de 1974, Echeverría regañó otra vez a las que consideraba egoístas clases privilegiadas, como responsables de la crisis económica mayúscula que se iba configurando:
“Combatimos, en la medida de nuestras fuerzas, los efectos negativos de la inflación internacional. En esta tarea es indispensable la colaboración de todos los sectores de la población, pero sobre todo de los más beneficiados. (…) Las clases de menores ingresos sólo con su trabajo pueden cumplirla; las que tienen recursos pueden hacer mucho más, si dejan de lado los gastos suntuarios en actividades productivas. El interés por lo superfluo debe sujetarse a las necesidades colectivas más urgentes…”.
El diputado Fedro Guillén, presidente del Congreso, respondió el informe: “Allí, por el Mezquital, deberían ir estos guardadores de dólares… Debían ir los que se quejan de la inflación pidiéndoles paciencia a los trabajadores… Cuántos datos podríamos oponer a ese murmurador de café, a ese impenitente político que arregla los mundos desde su rincón de dominó, en las aldeas, a veces en las altas academias”.
ANTE EL DESASTRE, CEGUERA Y PROPAGANDA
La situación económica estaba consolidada en 1975: se avecinaba el desastre. Luis Echeverría no parecía mirar del todo y objetivamente las circunstancias a donde había llevado el país, buscaba, sin embargo, reconocimiento, no sólo en México, sino de los poderes internacionales.
Como señala Humberto Musacchio en la ficha dedicada a Luis Echeverría en su diccionario enciclopédico Milenios de México (1999), el presidente parecía desenvolverse en una realidad alterna en la que se mezclaban megalomanía y ansias de gloria: “Sus propagandistas trataron de que se le concediera el Premio Nobel de la Paz, y que fuera elegido secretario general de la ONU”.
Pero era el año previo al relevo, el del declive, 1975, su popularidad bajó, y cuando acudió a un auditorio repleto de estudiantes en la UNAM, “a quienes temerariamente visitó y arengó”, lo recibieron con insultos. Alguien le arrojó una pedrada. Echeverría gritó: “¡Jóvenes fascistas, jóvenes manipulados por la CIA!”, mientras sus ayudantes lo empujaban hacia fuera del recinto para introducirlo en un coche y sacarlo del lugar.
En su informe de ese año, Echeverría ofrecía explicaciones: “Debido a nuestra intensa actividad internacional, en algunos círculos se ha comentado que el actual titular del Poder Ejecutivo mexicano podría ser designado por la comunidad internacional secretario general de las Naciones Unidas. Igualmente, se ha especulado acerca de la posibilidad de que le sea conferido el Premio Nobel de la Paz”.
“Ante todos los mexicanos declaro, de manera inequívoca, que ninguno de mis actos responde al afán de conquistar aquel elevado cargo internacional, ni de merecer ese honroso señalamiento. Quienes así lo afirman no tienen otro móvil que el de desprestigiar la política exterior mexicana y lo hacen porque la verticalidad de nuestras posiciones afecta injustos intereses creados”.
Luego expresó sus convicciones: “Por otra parte, nunca en mi vida consideré, ni considero, que pueda recibir jamás una distinción más alta que la de haber sido elegido por voluntad popular, Presidente de México”.
En sus últimos días. Foto: Especial.
SANSORES: “EL CAMBIO, UNA EXIGENCIA HISTÓRICA”
Carlos Sansores Pérez, el patriarca de Champotón, presidente del Congreso, comenzó su respuesta planteando: “Señor Presidente de la República: Gobernar un país como México es una de las empresas más difíciles que puede asumir un hombre”.
Menos con un congreso sometido. Pero de ahí, el cacique campechano pasó a exponer otras razones, como la falta de prodigalidad de la naturaleza, el sistema de desigualdad económica impuesto por la colonia, “las deformaciones propias del desarrollo desigual”, “el complejo mundo en que vivimos”, y media hora más de obstáculos infranqueables de la naturaleza.
Y ya emocionado, Carlos Sansores Pérez –padre de la actual gobernadora morenista de Campeche, Layda Sansores– se unía al lanzamiento de los empresarios a la hoguera echeverrista, pero con tintes amenazantes:
“El sector privado que evidentemente se ha beneficiado con la protección que el Estado de la Revolución Mexicana brinda al sistema de economía mixta, debe comprender que quienes extreman sus ambiciones de lucro y dan rienda suelta a su codicia, pueden provocar la necesidad de rectificaciones más profundas. El sector privado de nuestra economía debe cobrar conciencia de que el cambio social es una exigencia histórica, válida por sí misma pero, simultáneamente, la única garantía de que el sistema podrá prolongarse y desarrollarse. De otro modo, en el pecado llevarán la penitencia, porque el Estado cuenta con los instrumentos necesarios para realizar –sin más aquiescencia que la de las masas del pueblo– los cambios que las necesidades del país reclaman. Si se tuviera que optar por ésta alternativa, la justificación histórica sería incontestable: la economía mixta no debe convertirse en un instrumento de la contrarrevolución”.
Por si no había quedado clara su filia, concluyó: “En apego afectivo e ideológico que a usted me unen –y que no tengo por qué callar– he procurado formular un documento cuya veracidad sea capaz de resistir no sólo el examen de los espíritus más exigentes y apasionados de ahora, sino también el de investigadores de mente fría que -tal vez- quieran analizarlo en tiempos venideros. Tengo conciencia de que Luis Echeverría está en la Historia y de que todos los que actuamos a su lado, seremos objeto de disecciones críticas más o menos rigurosas”.
1976: “EL PASADO INSEPULTO”
En 1976 el presidente entregaba un México acotado en sus libertades, pero también en sus bolsillos. De 1971 en adelante se registró un notable descenso en la actividad productiva, decreció la inversión, se restringió la oferta, crecieron las presiones inflacionarias, la especulación y la fuga de capitales.
Además, de acuerdo con Musacchio, aumentaron las tasas de utilidad, disminuyeron los salarios reales, aumentó el subempleo y el desempleo. A una política inflacionaria le sucedió otra deflacionista, comprometida con el Fondo Monetario Internacional. Ambas políticas constituyeron una unidad en materia de endeudamiento externo, inflación y congelamiento de salarios.
De acuerdo con los registros oficiales, la tasa promedio de crecimiento bajó de 7.03 % en el periodo 1960-69, a 4.08 % en 1975, y a 1.67% en 1976.
La deuda externa rebasaba los 26 millones de dólares; la paridad cambiaria alcanzó 25 pesos por dólar y la inflación llegó a 27 por ciento.
Acosado por la crítica, Echeverría dio uno de sus últimos coletazos de poder emprendiendo acciones contra la prensa: confiscó la revista Por esto, prohibió la circulación de la publicación Eros y culminó con el golpe a la cooperativa Excélsior, de donde fueron expulsados, con maniobras oficiales, periodistas críticos del régimen.
El primero de septiembre de 1976, acosado por la crítica, Echeverría tronó frente a los legisladores: “No admite nuestro régimen el vacío político. Algunos quisieran que la vida nacional se aletargara cuando se aproxima la sucesión de los poderes… para suplantarlas e imponer absurdas condiciones al Estado”.
Explicaba la emergencia económica: “Advertimos que cada sexenio presentará mayores dificultades… La realidad del mundo nos es aún adversa”.
El presidente saliente se había asumido agente de la transformación, pero su origen y sus actos represivos le contradecían. Así, señaló: “Vencimos incontables resistencias, pero el pasado no fue definitivamente sepultado”.
Y al fin suspiró: “Desde ésta alta tribuna, desde la que comparezco por última vez, quiero expresar mi gratitud de hombre y mi reconocimiento de gobernante a quienes han cumplido la jornada… ¡Arriba y adelante!”.
SIN ARREPENTIMIENTOS
Su última aparición pública ocurrió el año pasado, cuando acudió a un centro de vacunación para recibir la inmunización contra la enfermedad de Covid-19. Sentado en su silla de ruedas, cubierto por un sombrero de paja, con las manos cruzadas, en actitud de paciencia, parecía que el hombre de los desplantes de poder había sido vencido al fin, al menos por los años. Pero creerlo habría sido una ficción.
Apenas en 2008, le dijo al periodista Rogelio Cárdenas, director de esta casa editorial: “La felicidad no existe, compañero”. Y la pregunta de si tenía algo por lo cual pedir perdón, reaccionó vivamente, describe Cárdenas en su libro: Luis Echeverría Álvarez: entre lo personal y lo político. Entrevista no autorizada:
“Y entonces frunció el ceño, cerró el puño de la mano derecha, lo estrelló contra la mesita de madera y soltó en los límites de la iracundia:
―¿A quién…?
―Al pueblo de México.
―No, yo de nada. No, yo de nada. He trabajado intensamente siempre, ni pido perdón a nadie ni me lo doy…”.
@estedavid