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Muñoz Ledo, ser o no ser presidente

Desencantado del actual ejercicio del poder, Muñoz Ledo describió el abismo en el que nos encontramos. Insistió, hasta el último día de su vida, en proteger a la República, a sus instituciones, manteniendo pesos y contrapesos.

Por Emequis
7 / 10 / 23

CONFIDENTE EMEEQUIS

EMEEQUIS.– Porfirio Muñoz Ledo conocía lo que era la fuerza de la historia. Se asomó a su lengua de fuego en varias ocasiones. Muy joven pudo ser presidente de México. “¿Sabes lo que es eso?”, me preguntó alguna vez. Claro que no lo sabía, aunque podía intuirlo por los precipicios que se tendrían que recorrer de una derrota semejante. 

“Me faltó un solo voto”, solía decir divertido, pero certero, recordando el enorme poder que tenían los presidentes para indicar quién sería su sucesor. 

Difícil vivir con aquello, supuse, porque hay lecciones y momentos que se pueden volver amargos.

Acerté en la dureza que implicó en su trayectoria política, pero fallé en las conclusiones, porque justamente desde aquellos años, cuando Luis Echeverría optó por José López Portillo, Muñoz Ledo fue moldeando uno de los temperamentos políticos que han marcado la historia contemporánea.

Solía referirse a sus contemporáneos con deferencia y crítica que se mezclaban. Tomaba virtudes y descartaba, pero no sin enunciarlos, los defectos. De Jesús Reyes Heroles podía decir que era un tipo duro, difícil de transitar, pero a la vez se refería a él como a un maestro.  

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Intentaba, todavía en 2015, que la izquierda no se fracturara, insistiendo en que el horizonte de posibilidades era vasto y que había que hacerle frente con inteligencia. Era una batalla contra molinos de viento, porque lo que estaba ya roto, aunque solo se percibiría con claridad años después, eran los cimientos democráticos, las perspectivas sobre el país mismo. 

Con Cuauhtémoc Cárdenas e Ifigenia Martínez fundó la Corriente Democrática para impulsar la democratización del PRI, pero terminaron colaborando en la del país entero. Suele ocurrir que, a veces, uno obtiene más de lo que quiere, porque las resistencias se convierten en impulsos. 

Antes y ahora, nunca existió conformismo de su parte. Acordó cuando se podía, pero no le tembló la mano para enfrentarse al poder si lo consideraba indispensable, a pesar del costo político que le pudiera significar.

Es decir, Muñoz Ledo no aspiraba al poder por el poder mismo, lo quería para transformar y por ello estuvo presente en buena parte de las reformas que dieron sentido a nuestro sistema democrático y es, junto con Miguel Ángel Mancera, uno de los impulsores más decididos de la Constitución de la Ciudad de México. 

Mancera supo aprovechar la oportunidad que se abrió a partir del Pacto por México, para hacer efectivo el compromiso de que la capital del país dejara de tener ciudadanos sin derechos plenos y encargó la oficina para la Reforma Política a Muñoz Ledo, a sabiendas de que aquello sería un motor imparable. Y así lo fue.  

Muñoz Ledo nunca se desanimó del encargo y sin duda existieron momentos para hacerlo, ante disputas políticas que perdían de vista que lo central era consumar un avance democrático de gran profundidad. 

Estudió propuestas, las contrastó desde el punto de vista del derecho y la política, pero siempre observó que tuvieran sentido y pertinencia. No había espacio para la improvisación.

Cuidadoso, trabajó de modo institucional en el Congreso Constituyente. Los resultados son notables, ya que la Constitución es una de las más avanzadas del mundo, incorporando derechos y estableciendo una visión progresiva.

En ese momento las presiones entorno al futuro de la Ciudad y del país eran intensas. Para febrero del 2017, cuando se publicó el texto, ya los establos de la política tenían la emoción y las patadas propias de los arrancaderos. 

Pertenencia a un movimiento que consideraba progresista y cuya figura más relevante era López Obrador. Por eso fue diputado por Morena y presidente de la Mesa Directiva de la Cámara de Diputados, tocándole la responsabilidad de colocar la banda al presidente de la República. 

Creyó que vendrían tiempos mejores, la oportunidad de un gran cambio. 

En eso se equivocó. El nuevo gobierno no profundizaría la democracia, la pondría en riesgo. Esto lo intuyó Muñoz Ledo y trató de que se enderezara el rumbo, pero ello es imposible en esquemas presidencialistas acendrados. 

Es más, el desplante de fuerza más evidente contra lo que había postulado desde 1988 no vino agraviados evidentes, sino de sus propios compañeros de viaje. Triste asunto. 

Muñoz Ledo se desencantó y describió el abismo en el que nos encontramos. Insistió, hasta el último día de su vida, en proteger a la República, a sus instituciones, manteniendo pesos y contrapesos.

@jandradej

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Emequis



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