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La llamada de Castillo a López Obrador

Los golpes de Estado se ganan con los militares, esto lo constató Pedro Castillo, expresidente destituido y preso en Perú. Pero AMLO parece dispuesto a no dejar a su suerte al político golpista, e inclusive el embajador mexicano acudió al lugar donde lo tienen encerrado para cerciorarse de su integridad

Por Emequis
12 / 09 / 22
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CONFIDENTE EMEEQUIS

EMEEQUIS. Los golpes de Estado solo se ganan con el apoyo de los militares. Esto lo constató Pedro Castillo, el mandatario peruano que dio un extraño salto al vacío, al intentar disolver el Congreso sin tener el apoyo de nadie. Vamos, ni su vicepresidenta Diana Boluarte, lo acompañó en semejante locura. 

¿Qué pasó por la mente de Castillo? ¿En realidad pesó que su jugada podría tener éxito? No lo sabemos, por supuesto, aunque era evidente que todo estaba en su contra. Gonzalo Banda definió lo acontecido: “el golpe de Estado más grotesco de nuestra historia republicana”.

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Todo se precipitó con una velocidad inusitada. El Tribunal Constitucional rechazó la medida anunciada por Castillo de inmediato, lo que permitió que los legisladores votaran la destitución por “incapacidad moral”. 

Mientras esto ocurría, Castillo se dio tiempo para hablar a la oficina de Andrés Manuel López Obrador, anunciando que se dirigiría a la Embajada de México en Lima y que solicitaría asilo. Esto también resultó un error de cálculo catastrófico para su futuro. 

Ciudadanos que estaban alarmados con lo que sucedía, decidieron bloquear los accesos viales a la residencia diplomática, pero, además, el tránsito en la capital peruana suele ser infernal y el miércoles no resultó una excepción. Castillo terminó detenido por su propia escolta. 

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De algún modo, lo que ocurrió era una carrera contra el reloj. Castillo y familia, que salieron de la sede presidencial con algunas bolsas para guardar lo indispensable, tenían que saber que el rango y los fueros que lo acompañan, se iban desvaneciendo. 

El presidente López Obrador afirmó que quizá el político peruano no pudo llegar al que sería su refugio, “porque su teléfono estaba intervenido”. 

Todo es posible, pero en los hechos, el principal obstáculo para la huida terminó siendo la institucionalidad de las Fuerzas Armadas, que esta vez no quisieron inmiscuirse en una situación como la que ocurrió en abril de 1992 cuando Alberto Fujimori disolvió el Congreso y desarticuló al Poder Judicial. 

Por lo demás, era predecible que Castillo buscara el respaldo del gobierno mexicano. A estas alturas no le quedaban muchos aliados ni internos ni externos y trató de aprovechar y de actuar con lo que tenía a al mano.

El todavía presidente de Perú tenía muy claro que de no alcanzar entrar en la Embajada de México, sus posibilidades de continuar en libertad eran precarias. 

Jugó con las probabilidades y su estimación falló con creces. Creyó que podía emular a Evo Morales, quien sí obtuvo el auxilio que esperaba en 2019, cuando lo lanzaron del poder los soldados bolivianos, y tuvo un exilió, por demás breve, en la Ciudad de México. 

Las circunstancias, ya se sabe, eran y son distintas, porque en el caso de Castillo, hasta su propio partido, Perú Libre, terminó por deslindarse, ante la serie de disparates que caracterizaron un mandato que, demás, está ensombrecido por denuncias de corrupción. 

Pero López Obrador parece dispuesto a no dejar a su suerte al político golpista, e inclusive el embajador mexicano acudió al lugar donde lo tienen encerrado para cerciorarse de su integridad. 

Extraña y arriesgada la posición del gobierno mexicano, y no por el tema de asilar a un político en desgracia, sino por mandar señales de empatía con quien a todas luces violentó la legalidad, puso en riesgo la estabilidad y maltrató al sistema democrático.  Castillo para nada es una víctima, acaso es un síntoma del populismo llevado a ineficiencias delirantes. 

En cinco ocasiones tuvo que cambiar a su gabinete, porque no lo aguantaban y logró una catarata de renuncias en el momento mismo en que anunciaba su salto al vacío. 

Cosas de la vida, será Diana Boluarte, la primera mujer en presidir Perú, la encargada de sortear la crisis. No lo tendrá sencillo, porque la convulsión política está lejos de terminar y más bien es una sucesión de enredos. Los peruanos, en los últimos seis años, han visto pasar un igual número de mandatarios, un registro que da cuenta de la complejidad que se enfrenta. 

Pero sabia y con oficio, una de las primeras reacciones de Boluarte fue decirle al presidente López Obrador que lo esperan con gusto en Perú “y con los brazos abiertos”, una vez que se calmen las aguas y se pueda realizar la agenda pendiente de la Alianza del Pacífico. 

 @jandradej

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