EMEEQUIS.– Desde siempre nos ha fascinado imaginar el futuro. Pienso en Luciano de Samosata con su Historia verdadera en la que imagina un viaje a la Luna, montado en un barco que usa como combustible una tromba de agua descomunal para impulsarse en una suerte de latigazo. O en Leonardo da Vinci que ideó máquinas portentosas para viajar por el aire y el agua en pleno Renacimiento. O en el filme ya clásico 2001: Space Odyssey de Kubrick, sobre un cuento de Arthur C. Clarke, donde las computadoras y los androides son capaces de jugar a ser dioses con el destino de los seres humanos. Pero también en la serie de dibujos animados los Supersónicos con sus casas y autos espaciales, y su Robotina para hacerse cargo de los oficios domésticos.
Una de las extrañezas del futuro es que cuando llega no siempre nos damos cuenta: o porque se va volviendo subrepticiamente parte de nuestra cotidianidad, o porque nos parece una fantasía largamente temida o acariciada —y por lo tanto lejana e improbable—, o porque surge de improviso y nos atropella, y para cuando nos recuperamos del golpe, otra vez ha vuelto a alejarse.
En 1987 se echó a andar un novedoso proyecto en México, de cara a los retos de la globalización emergente: la Feria Internacional de Libro de Guadalajara, creada por iniciativa de la Universidad de Guadalajara para profesionalizar la industria y el mercado del libro en Iberoamérica, con una agenda en la que se daban cita profesionales de la edición y un programa en el que participaban autores de todos los continentes y diferentes lenguas, e interactuaban con diversos públicos: general, juvenil, universitario, especializado, es decir, lectores en formación y lectores avezados.
Con el andar del tiempo, la FIL llegó a convertirse en la más importante feria del mundo hispano, y en la segunda, sólo después de la Feria de Fráncfort, a nivel mundial. Este año 2020 sería su emisión 34, debería celebrarse del 28 de noviembre al 6 de diciembre, y tendría como invitado de honor al emirato de Sharjah y a la cultura árabe, pero henos aquí que la baraja del tarot nos trajo sorpresas… Yo sinceramente no me imagino yendo de buen talante a encerrarme en una gran cápsula del tiempo llamada Expo Guadalajara, con riesgo de contagiarme –si es que alcanzo a librarla hasta ese momento… Por fortuna, cuento a mi favor que este año no tengo libro que presentar, y que el grupo Penguin Random House, al que pertenece mi editorial Alfaguara, ya declaró que no asistirá ni a esta ni a ninguna feria en lo que resta del año. Puede sonar desmesurado porque aún faltan varios meses, pero la incierta aparición de una vacuna, y el asunto del contagio y rebrotes en un espacio cerrado con miles de visitantes que no siempre seguirán las medidas de sana distancia y en algún momento van a quitarse el cubrebocas así sea para beber un poco de agua, no son poca cosa.
Ya el escritor Rafael Pérez Gay señaló por qué hay que suspender la feria en un año de duelo por los enfermos y los muertos por la pandemia. Expone que hay que hacer un frente común para que el señor sordo de palacio escuche que no gobierna para muchos o pocos, sino para todos, y que en su lista de rescates prioritarios debieran estar la cultura y el libro. Pero ese señor tiene oídos pero no oye, ojos pero no ve, no entiende o no le interesa la cultura ni el arte. Ya he dicho en otra ocasión por qué, cual Platón redivivo, no quiere a los poetas y críticos en su República de los Ideales Patrios.
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La respuesta de los organizadores de la FIL plantea varios escenarios con base en las cifras de la pandemia: la cancelación, la realización de la feria en dos escenarios físicos y uno virtual, o su postergación. ¿Cómo sortear el desafío de tal modo que al cambiar su modus operandi habitual no se contribuya a que el mercado editorial siga en picada?
En una charla entre amigas vía Zoom, la voz de Martha Cantú, exsecretaria del FONCA y exfuncionaria del FCE, es decir, de una mujer que conoce la política cultural desde sus entresijos, me puso de cara al futuro: la posibilidad de armar desde ya una Feria del Libro de Guadalajara completamente virtual, única, novedosa, grandiosa. No pensarla suplementaria u opcional, sino diseñarla con una plataforma poderosa, con presentaciones y charlas con autores y público. También sesiones virtuales cerradas para agentes y editores. Actividades de promoción, talleres, mesas redondas en línea. Con el cobro proporcional a editoriales y profesionales, y con un costo muy accesible para el público general. Con acuerdos con Amazon, librerías físicas y virtuales, servicios de mensajería y distribución especializada para la entrega de los libros físicos (una feria virtual en nuestros tiempos no tendría por qué ser sólo de libros digitales).
No una feria mixta (virtual y física) porque dividiría el interés: la idea es que toooodos estén conectados nacional e internacionalmente —con posibilidad de traducción simultánea donde lo amerite— por una única vía, la virtual pero a lo grande, acorde con la gran Feria que es y ha sido siempre la FIL, a través de una gran plataforma virtual hasta ahora inédita. En fin… una feria a la vanguardia de la tecnología y del mundo editorial actual, pero también de la realidad sanitaria contingente. Este podría ser el comienzo de una hermosa amistad virtual.
No puede afirmarse que existan bolas mágicas para ver el futuro, pero sí puede imaginarse que el futuro es como la energía: no se crea ni se destruye, sólo se transforma. Yo ya me vi asomándome al futuro en sesiones virtuales con públicos masivos. ¿Y ustedes? Echaremos de menos el contacto y el calorcito, las firmas, y tal vez hasta aglomeraciones y colas… Pero seguro algo se nos ocurrirá en el camino. Para los organizadores de la FIL es, sin dudarlo, un gran reto pero también una increíble oportunidad de volver al futuro ahora.