Tras salir de su mortaja de hule, alambres y cemento, el suéter de Diana Mía, con la leyenda “Stay Cool”, añadió macabra ironía al hallazgo ocurrido en el Canal Tulichek, de Mexicali. La típica frase gringa de despedida podría tropicalizarse como “ve con calma” o “que te vaya bien”.
Los peritos encontraron un cuerpo de 1.15 metros de estatura, 20 kilogramos de peso, cabello largo y negro, tez morena clara. El acta de inspección también reportaba heridas abiertas en las manos y moretones en las piernas. Le faltaban dos dientes.
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Los rescatistas del Cuerpo de Bomberos que entraron al canal tuvieron que batallar con los cables eléctricos que rodeaban el cuello y las extremidades del cadáver, sujeto a un depósito de agua para sanitario (en el cuello) y un bloque de concreto al otro extremo, envuelta en lona y atada con cinta adhesiva.
La idea del criminal, que resultó ser su padrastro, era hundir para siempre el cuerpo de la niña, envuelto en una manta verde, pero una disminución del nivel de agua propició que saliera a flote y fuera detectado por vecinos apenas unas horas después, por lo que avisaron a las autoridades. Hasta la tarde de ese 22 de junio de 2016, nadie había reportado su desaparición, ni siquiera su madre.
Poco después se sabría que Diana Mía llevaba 36 horas muerta cuando la encontraron. Su padrastro, Damián M., la había agredido días antes, el domingo 19 de junio (Día del Padre), en complicidad con su madre, Diana Esmeralda. Las heridas le provocaron la muerte. Tenía 5 años.
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A 12 calles de donde encontraron los restos de la niña, en la casa donde pasó el último mes y medio de su vida, su padrastro se deshizo de la ropa que podría incriminarlo y envió mensajes de texto a sus familiares diciendo que la niña había regresado a vivir con su papá biológico, según quedó asentado en las declaraciones de sus padres en la carpeta de investigación.
Mientras tanto, a 2 mil 300 kilómetros, en su ciudad natal, Morelia, Michoacán, su abuela Esmeralda Bedolla Almanza leía una noticia que le hizo sentir un vacío en el pecho: el cuerpo de una niña sin identificar, atado de los pies a un bloque de cemento, fue encontrado en las orillas de un canal en Mexicali, Baja California.
A la abuela se le derrumbó el mundo. Un día antes, su hija le había enviado un mensaje estremecedor:
“Mamá, Damián (el padrastro) mató a Cachito (así le decían a Diana Mía), ayúdame. Hagas lo que hagas que Damián no se entere que te dije. Por favor, tengo miedo, no contestes”.
Doña Esmeralda recuerda que en ese momento pensó: “Esta es una broma, una broma muy pesada”.
El caso de Diana Mía, por desgracia, no es poco frecuente en nuestro país: según cifras del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), entre 2012 y 2017 fueron asesinados casi 2 mil 600 menores de 15 años, 42 por ciento de ellos a manos de algún familiar, en sus hogares o por maltrato.
EMEEQUIS creó una base de datos de homicidios a partir de las actas de defunción que procesa el INEGI y pudo determinar que padres, madres y padrastros son los principales agresores. Alguna de estas tres figuras aparece como victimario en 8 de cada 10 de los homicidios de niños y niñas entre 0 y 14 años, según una muestra de 156 casos en los que la autoridad identificó lazos familiares con la víctima. Tíos, abuelos y hermanos también aparecen en las estadísticas, aunque fueron perpetradores de los crímenes en menor medida.
Tu familia puede matarte
Diana Mía es una de las miles de menores que han sufrido lo peor de ser niño en México, donde el solo hecho de tener menos de 15 años trae consigo un riesgo: tu familia puede matarte.
Si se tiene menos de siete años, como ella, ese peligro aumenta, el 59% de los homicidios se comenten en contra ellos. Los más vulnerables son los que tienen menos de un año. A Diana Mía la mató su padrastro.
Diana Mía en una fotografía del álbum familiar, reproducido con autorización de su abuela.
Son pocos los homicidios contra menores de edad en los que la autoridad puede determinar quién fue el agresor. Fuera de esos 156 casos que EMEEQUIS detectó en las actas de defunción, el Ministerio Público no pudo identificar quién había matado a la víctima, pese a las características del crimen: recién nacidos ahorcados, quienes no han dicho sus primeras palabras asesinados a cuchillazos, otros tantos que murieron de hambre, entre otras causas.
Las estadísticas preliminares del INEGI sobre mortalidad por homicidio de 2018 siguen esta misma línea: de 433 homicidios contra menores de 15 años solo en 18 casos la autoridad pudo identificar al agresor, en 14 de éstos el asesino fue un familiar. Los homicidas también fueron madres (5), padres (4), padrastros (1).
El homicidio de Diana Mía ejemplifica el desenlace fatal de una cadena de violencia que viven los menores en el país: agresiones u omisiones físicas, psicológicas, sexuales o de negligencia contra ellos; nunca accidentales, siempre intencionales, por parte de los adultos que están a su cargo.
Mientras que la Organización Mundial de la Salud (OMS) considera que el maltrato infantil es un problema de salud pública que afecta a una cuarta parte de las personas del planeta, la Organización Panamericana de Salud (OPS) señala que es una enfermedad social a la que están expuestos mil millones de niños cada año.
Aunque en México se han implementado leyes que buscan proteger a la infancia, como la Ley General de los Derechos de las Niñas, Niños y Adolescentes (LGDNNA, 2014), el maltrato persiste, con frecuencia respaldado por testigos que hacen oídos sordos y servidores públicos omisos, denuncian especialistas.
“El maltrato infantil es un delito oculto, pero, aunque ocurre en la intimidad del hogar, detrás de cada niño maltratado hay un cómplice o cómplices que guardan silencio”, asegura María Teresa Sotelo, pedagoga y ex fundadora de la Fundación en Pantalla contra la Violencia Infantil (FUPAVI).
Todos minimizaron la advertencia
Cuando lo atraparon, Damián contó su historia de amor a los agentes del Ministerio Público. Conoció a Diana Esmeralda poco después de ver la película “Batman vs Superman”. Desde entonces deseó tener una “mujer maravilla”. Por eso, el día en que fue al Oxxo a comprar un jugo y supo que quien lo atendía se llamaba como la heroína, la invitó a salir.
Diana: seria, tímida y sumisa. Damián: extrovertido, carismático, siempre buscando ser el centro de atención. Las definiciones de personalidad provienen de los psicólogos que entrevistaron a la pareja cuando fueron remitidos a prisión preventiva.
A él le quedaban dos meses de trabajo en Morelia, Michoacán, y al término, la chica de 23 años que había vuelto a creer en el amor tras un matrimonio fallido, tomó a su hija a escondidas de su familia para viajar en camión más de 27 horas hasta llegar a la frontera con Estados Unidos, según recuerda su madre. Llegó junto con la pequeña, entonces de 4 años a Mexicali, la ciudad de Damián.
Fue el 6 de mayo de 2016 que Diana envió un mensaje a su madre diciéndole que estaba en Mexicali y que ahí iniciaría una vida con Damián y la pequeña a la que llamaban cariñosamente “Cache” o “Cachito”.
“Todo era color rosa, nunca pleitos, nunca gritos, nunca nada”, contaría Damián sobre el inicio de su relación a la psicóloga de la Comisión de Derechos Humanos del estado meses más tarde, mientras lo entrevistaba para determinar su salud mental en el Centro de Reinserción Social (CERESO) de la Colonia Pasadina.
Damián y las dos Dianas se mudaron a la calle de Lumbreras, en Lomas Altas, a un par de calles del canal Tulichek. Una colonia de interés social color arena, con pocos habitantes y con casas deshabitadas que actualmente fungen como refugios de paso para migrantes o “picaderos”, lugares donde los consumidores de drogas acuden para inyectarse. Fue ahí que día tras día la relación se deterioró.
Damián, consumidor asiduo de mariguana, alcohol y metanfetaminas, comenzó a amenazar e insultar por teléfono a parientes de su pareja. Las peleas con Diana iniciaron por la poca tolerancia que él tenía con Diana Mía, una pequeña que creció en una familia consentidora que, a decir de su abuela materna, nunca le puso límites, que reía con sus travesuras. “Pégale, regáñala”, le pedía a Diana y ella, una joven que tuvo una infancia difícil, con violencia familiar, se negaba.
Tan sólo un par de semanas después vino la amenaza que prendió los focos rojos.
“Tú y tu hija van a aparecer muertas en un canal”, le soltó a Diana tras un arranque de celos.
Ella sintió miedo y pidió auxilio a su madre, quien trató de movilizar a su familia para apoyarla. Todos minimizaron la advertencia.
La abuela materna, que se encontraba en otro estado del país, acudió al Ministerio Público a pedir ayuda, pero éste desestimó la amenaza. “Son sólo palabras”, le dijo el funcionario. Además, le explicó, en caso de que hubiera peligro, ellos no podrían hacer nada porque estaban lejos de Mexicali y, aunque pudieran, no harían nada, porque la denuncia la tendría que hacer el padre o la madre, no la abuela.
Sobre esto, el Código Nacional de Procedimientos Penales (CNPP), en el artículo 226, marca que cuando se trate de personas menores de 18 años, la denuncia debe ser presentada por quienes ejerzan la tutela, pero que si el delito contra ellos lo comete quienes deberían cuidarlos, un tercero —en el caso de Diana Mía, su abuela— sí puede interponer una denuncia. En relación al argumento de la no jurisdicción, si bien el Ministerio Público no puede actuar porque otro estado no es territorio de su competencia, el artículo 75 del CNPP sí le indica que puede exhortar a su homólogo a actuar por “cualquier medio de comunicación expedito y seguro que garantice su autenticidad”.
Esmeralda le advirtió esto al papá de Diana Mía, Miguel Ángel Campuzano Ramírez. “Ve por la niña, Damián no es apto para estar con niños. Él solo quiere que la regañe o la castigue”. El papá prometió que iría por ella en un mes.
Las amenazas, los mensajes, los pedidos de auxilio, ahora forman parte de una carpeta de investigación por feminicidio y violación impropia agravada, acordes al Código Penal de Baja California.
Esas señales, aseguran especialistas, salvarían vidas de ser escuchadas. En este caso la de Diana Mía. “Si el Estado interviniera habría una altísima posibilidad de frenar los actos de violencia”, explica Juan Martín Pérez, director de la Red por los Derechos de la Infancia en México (REDIM). “Siempre hay episodios de violencia que no son atendidos, señalados o reconocidos por las autoridades y, como la violencia ocurre en el espacio familiar, queda en una lógica privada”.
Aquella amenaza contra la vida de Diana Mía se volvería promesa cumplida en tan solo unos días.
Menor de siete años: vida en alto riesgo
En menos de dos meses a Diana Mía la acorralaron las estadísticas. Estaba en una edad que la ponía en un estado grave de vulnerabilidad. De los casos analizados, 59% de los menores asesinados por algún familiar o en su hogar tenía menos de siete años.
Pasó de vivir en Morelia, a Mexicali, uno de los 15 municipios donde ocurrieron más defunciones de menores de edad relacionados al maltrato infantil. Detectamos 11 casos en cinco años.
Según el doctor Arturo Loredo Abdalá, especialista en maltrato infantil del Instituto Nacional de Pediatría (INP), desde antes de nacer los menores están en riesgo, si no fueron planeados, por ejemplo, y al nacer la vulnerabilidad aumenta si no tienen el género deseado o si su color de piel no es el esperado. “Si no cumplen las expectativas de sus padres, tienen altas posibilidades de ser maltratados”.
Los datos analizados revelaron que al menos 204 niños menores de un año fueron asesinados con características de maltrato entre 2012 y 2017. El riesgo no desaparece conforme crecen, solo muta. “Los más jóvenes son más susceptibles a la violencia física, los que tienen entre seis y ocho años están expuestos a la violencia sexual. Todos son frágiles al maltrato psicológico, negligencia y omisión”, explica el coordinador del área de Estudios Avanzados en Maltrato Infantil y Prevención del INP.
La personalidad de pequeños como Diana Mía que, según su abuela materna, son demandantes de atención y traviesos, son más vulnerables a la violencia familiar, sobre todo cuando están cerca de alguien que no es tolerante a la frustración.
“Hay una serie de características del niño que pueden aumentar la probabilidad de que sea maltratado: la edad inferior a cuatro años y la adolescencia; el hecho de no ser deseados o de no cumplir las expectativas de los padres; el hecho de tener necesidades especiales, llorar mucho o tener rasgos físicos anormales”, apunta la OMS.
El consumo de drogas y alcohol por parte de los padres también es considerado por el organismo internacional un agravante, así como las dificultades económicas (Damián no tenía un trabajo fijo, percibía unos 6 mil pesos mensuales; Diana no trabajaba) y los antecedentes penales (el imputado ya había sido detenido por robo y había recibido un balazo en el pie) son relevantes en la línea de maltrato.
Pero hay otros factores que ayudaron a que atentaran contra la vida a Diana Mía: la falta de políticas públicas efectivas para la prevención del maltrato y la normalización de que quien está a cargo de un menor puede “castigarlo” físicamente para educarlo.
Promesa cumplida
“Mamá, Damián mató a Cachito, ayúdame”, leyó Esmeralda en su celular el 21 de junio de 2016. Soltó un gritó, casi al borde del desmayo.
Regresó al Ministerio Público a pedir ayuda el 22 de junio, pero otra vez le dijeron que no había delito que perseguir, que era un simple mensaje y que, de haber ocurrido, tendrían que ir al estado donde ocurrió el delito.
Al tiempo, en Mexicali, un hombre confesaba que había ayudado a tirar un cuerpo a un canal. Se llama Raúl y es un viejo amigo de la adolescencia de Damián.
En su declaración, que es parte de la carpeta de investigación a la que EMEEQUIS tuvo acceso, dice que Damián lo invitó a su casa, le cortó el cabello y le tatuó una rosa en la mano izquierda. A Diana la vio sola una vez, a Diana Mía no la conoció viva. Tras un par de cervezas, Damián le confesó que estaba harto de la niña de su esposa porque hacía muchas travesuras: le quemó una máquina para hacer tatuajes, tiró la comida, vomitó en el carro y se hizo del baño en la cama. Le enojaba que no fuera su hija y que tuviera que aguantarla. “La tengo encerrada”, le contó.
“Le dije que no mamara, que el calor estaba bien fuerte”, narró el amigo a la persona que le tomó la declaración. Después, Damián admitió que la había golpeado dos días antes, que la dejó tirada antes de irse a dormir y que, al despertar, estaba muerta.
“¿Qué onda, me vas a ayudar a esconder el cuerpo?”. Raúl fue al cuarto que no tenía aire acondicionado y vio un bulto. Damián lo cargó de un lado y él del otro. Lo metieron a la cajuela de un Honda Civic verde. Arrancaron el coche. No fueron muy lejos. A unas calles, donde el canal Tulichek colinda con la calle Gobernador, arrojaron el cuerpo de Diana Mía.
“Yo pensé que era una broma porque él siempre inventaba cosas raras”, le dijo al agente del Ministerio Público.
Tres días con el cadáver en casa
Diana Mía estaba tirada en el piso, semidesnuda. Tenía un chichón en la frente y restos de heces en el cuerpo. “Damián, Damián”, repetía entre el llanto. Diana dice que la encontró así al regresar a su domicilio, el domingo 19 de junio de 2016. El único que estaba en casa, después de la discusión que iniciaron tras haber ingerido alcohol, era su pareja. “Tu hija no nos quiere ver juntos”, le habría dicho en el clímax de la discusión.
“¿Qué le hiciste?”, lo cuestionó. “Yo no le hice nada, yo no la violé. Seguro alguien entró a la casa o fuiste tú”, le respondió.
El paso de las horas fue revelando los rastros de la violencia contra la menor: moretones, raspones, contusiones. Poco a poco dejó de llorar, de hablar, de comer. Apenas respiraba. Se le fueron las fuerzas, narró la madre a sus familiares.
En la audiencia de imputación, celebrada el sábado 25 de junio de 2016 ante el juez Luciano Angulo Espinoza, en la Sala 4 del Nuevo Sistema de Justicia Penal de Mexicali, se describieron las atrocidades a que fue sometida Diana Mía, pues fue sodomizada y golpeada hasta la muerte por fractura craneoencefálica, en presencia de la madre. Los acusados y el padre biológico escuchaban con gestos de ansiedad. Diana Mía murió entre la noche del sábado 18 o la madrugada del 19 de junio. Fue arrojada al canal tres días después, en la madrugada del miércoles 22.
Tras el asesinato, Diana quedó incomunicada, apenas pudo mandarle un mensaje a su madre para pedir auxilio. Damián intentó borrar en redes todo rastro de que la pequeña había existido, después le escribiría a un viejo amigo, le invitaría unas cervezas y le pediría que lo ayudara a deshacerse del cuerpo.
La madre de Damián, que vivía a unas calles, recibiría un mensaje a primera hora del miércoles 22 de junio de la cuenta de Facebook de Diana. Ahí decía que la niña había sido entregada en Tijuana a su papá biológico.
El acta de defunción de Diana Mía fue expedida un día después de que encontraran su cuerpo. La autoridad asentó que se desconocía la causa de muerte –no esperaron a realizar la autopsia correspondiente que dos días después reveló como causa un golpe en la cabeza–, que había muerto en la calle y que su agresor era desconocido.
Si no hubiera sido por la nota de prensa que la familia en Morelia detectó tras el mensaje de la madre, y que provocó que el amigo del padrastro declarara voluntariamente, su homicidio hubiera quedado impune. Damián no estaría enfrentando un proceso penal por feminicidio y violación impropia agravada, ni Diana los cargos correspondientes como cómplice.
Ahorita estaría en la primaria…
Este subregistro la deja fuera de los 27 casos en los que la autoridad determinó que un padrastro mató al hijo o hija de su pareja entre 2012 y 2017, homicidios que se cometieron, en su mayoría, con el uso de fuerza corporal y sexual, como lo hizo el presunto agresor de Diana Mía.
En el caso de las madres, hay 45 registros, mientras que en el de los padres 51. Pero no son los únicos, el cuarto sitio lo ocupan los tíos que agreden principalmente a niñas.
El maltrato no distingue género ni nivel socioeconómico. “El maltrato infantil es una cosa de todos”, afirma Loredo Abdalá. El trabajo en campo de este especialista llevó a confirmar los resultados de su análisis: los padres y las madres son quienes más agreden a sus pequeños, pero los menores no están exentos de sufrir violencia de otros familiares, principalmente de hombres: padrastros, abuelos, tíos. Las mujeres agreden más físicamente; los hombres, sexualmente.
La edad de un agresor es un factor: entre más jóvenes son las personas que tienen bajo su cuidado a un menor, más vulnerable es el pequeño a su cargo. “Las personas entre 20 y 25 años tienen menos tolerancia a la frustración, mayor nivel de ansiedad y eso hace que, en determinados momentos, bajo el cuidado de un niño pueda ocurrir lo peor”, explica.
Teresa Sotelo, quien dirigía la Fundación en Pantalla Contra la Violencia Infantil (FUPAVI), asegura que “un niño al que le toca vivir en un hogar donde no es bien recibido y amado ya firmó su sentencia”. Si, en suma, hay poco control de impulsos en sus cuidadores, puede ser mortal. Aún con ese panorama es tajante: el maltrato infantil siempre se puede prevenir.
Hubo alertas rojas que precedieron al asesinato de Diana Mía que familiares o autoridades no supieron o quisieron reconocer. Las golpizas constantes, la amenaza literal: aparecerás con tu hija en un canal. La petición de auxilio de la abuela al padre biológico. O al agente del ministerio público. Las fotos de la niña con golpes. La pequeña tendría ahora 8 años y estaría en la primaria.
Esmeralda Bedolla Almanza, abuela de Diana Mía. Foto: EMEEQUIS
Sobre prevención, Esmeralda Bedolla Almanza hace un llamado:
“Ante cualquier señal de alerta, hagan algo, no se queden de brazos cruzados”.
Llega a esto después de los hubiera: “Si los vecinos que vieron, que escucharon, hubieran dicho algo”, “si las autoridades hubieran hecho algo”, “si nosotros hubiéramos hecho caso”, “si todo eso, Diana Mía hubiera cumplido 5 años”. Diana Mía, entonces, no estaría ahí, enterrada en un panteón de Morelia con un epitafio de letras doradas adornando su tumba. “Tu partida dejó un inmenso vacío en mi vientre, nuestra vida y corazón, mi Cache”.
@alecrail