EMEEQUIS.– No cabe duda que el deseo es una de las fuerzas más poderosas que nos mueven y… remueven. En la película Exótica (1994) del canadiense Atom Egoyan, presenciamos la actividad de un club nocturno de ese nombre, en el que los clientes asisten al espectáculo de mujeres que bailan con atuendos muy escasos, ya sea en la pista o en las mesas de manera privada. Hay una regla de oro: se puede ver, pero no tocar. Una de las estrípers, de nombre Cristina, aparece bajo los reflectores vestida de un modo peculiar: en traje de colegiala, con corbata, falda plisada y mallas a media pierna. Una hermosa cabellera de rizos oscuros acompaña sus movimientos corporales mientras sus manos encarnan el lenguaje de sordomudos con que interpreta los compases y letra de una canción de Leonard Cohen: “Everybody Knows”, como si se tratara de un deseo oculto pero que todo mundo conoce. El conflicto se desencadena cuando uno de sus habituales, instigado por un DJ celoso —pero también por sus fantasmas propios—, toca la entrepierna de Cristina. Ipso facto, el hombre es expulsado a punta de patadas y no podrá regresar jamás.
Desde siempre se ha hablado de la voluptuosidad del cuerpo femenino y más cuando éste se acompaña de una danza provocativa. Baste recordar el episodio del Nuevo Testamento, cuando San Marcos narra: “entrando la hija de Herodías, danzó, y agradó a Herodes y a los que estaban con él a la mesa; y el rey dijo a la muchacha: Pídeme lo que quieras, y yo te lo daré”. La joven le pide entonces, instigada por su madre que quería vengarse del profeta por haberla acusado de amancebarse con el rey, la cabeza del Bautista.
Al parecer el baile que la hermosa Salomé realizó frente a su padrastro, fue la Danza de los Siete Velos, afamado baile por la seducción con que Medio Oriente acompaña nuestra imaginación entre la sensualidad de los movimientos femeninos, los ornamentos resplandecientes y los velos tisú que van cayendo para mostrar el misterio de un desnudo parcial o total. Así pues, la princesa Salomé es tal vez la primera estríper documentada de la historia.
En 1896 se estrena en París la obra dramática en un solo acto Salomé de Oscar Wilde, interpretada por la gloriosa Sarah Bernhardt. Basada en el personaje bíblico, la obra presentaba una Salomé enamorada del Bautista que, al ser rechazada, pide su cabeza después de celebrar su erótica danza. En un desplante necrológico, en medio del baile, la joven besa los labios de la cabeza decapitada, embelesada también con el poder que su belleza provoca en los hombres.
Con el correr de los años la Danza de los Siete Velos fue adaptada a variados espectáculos nocturnos como un baile erótico: del cabaret al burlesque, el striptease llegó para quedarse, no sólo en la fantasía masculina sino también en el imaginario de muchas mujeres como el summum de ser deseadas. Del gran espectáculo del Crazy Horse parisino con sus números musicales y diseños de atuendos e iluminación como otro vestuario para la piel desnuda de sus bailarinas profesionales, desde comienzos de los cincuenta, hasta los shows de table dance de cualquier antro urbano o de pueblo de nuestros días con su pasarela de foquitos y si acaso un tubo para las peripecias de las chicas.
Como espectáculo erótico —no siempre nocturno, de ello daban prueba antes de la pandemia cantinas y bares que recibían a los oficinistas a la hora de la comida con buffet y barra de muchachas—, el table dance llegó a México a finales de los ochenta y se propagó en los noventa con franquicias como Men’s Club que arribaron con la entrada del Tratado de Libre Comercio. En su génesis, reproducía el modelo estadunidense de ver y no tocar. Pero muy pronto al cliente mexicano pidió y pagó por más: no le bastaba verse reducido a ser convidado de piedra o Tántalo del deseo sexual —el personaje griego que debe conformarse con una sed y un hambre eternas toda vez que el agua y los alimentos se apartan de él como castigo de los dioses—. Y claro, ante la rentabilidad generada y la corrupción campante, el negocio derivó en prostitución y trata.
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Alguna vez incursioné en el mundo del table dance en los años noventa. Escribía una novela en la que mi personaje, una mujer joven que despierta en el cuerpo de un hombre, decide descubrir los territorios de deseo masculino y aprender los rituales a los que la enfrenta su nueva identidad de género. No en balde la novela se llamaba Cuerpo náufrago. Así pues, convencí a amigos para que me acompañaran a varios: Shadows y El Clóset en la Ciudad de México, y el Bambi en un viaje que hice a Tijuana. A la música, la iluminación de la pista, la escasez de ropa de las muchachas que bailaban sensualmente o se colgaban del tubo erecto como una muestra de lo que serían capaces de hacer en torno al miembro masculino, se sumaba un ambiente disipado, instintivo, electrizante de una clientela a la que la penumbra permitía el desfogue individual y colectivo. Había chicas que tenían una magia espectacular, no sólo por la belleza de sus cuerpos y sus movimientos sensuales que hacían delirar al público, sino por la majestuosidad de su actitud: ahí frente a los ojos de todos, se sabían reinas del deseo. Y se permitía tocar. En las mesas y privados —no tan privados—, alcancé a ver sesiones en las que el tacto tomaba la palabra…
Los días prolongados de la pandemia han llevado al cierre a numerosos negocios de todo tipo y, por supuesto, del campo del entretenimiento. Pero he aquí que veo en Internet un curioso anuncio que busca responder con nuevas estrategias la contingencia sanitaria: “Únete al primer table dance virtual de Veracruz. Sexys y hermosas, siempre las mejores chicas. Quédate en casa… con nosotros”, y el logo de un night club for men. También en el cartel digital, las imágenes de mujeres en poses sensuales, provocadoras, una de ellas en plena actuación de tubo, alrededor de un varón que lleva puesto un cubrebocas y se encuentra frente a una computadora en cuya pantalla puede verse una fila de chicas en pasarela.
La sesión se realiza por Zoom y tiene un costo de transmisión bastante razonable. Ignoro si ha tenido éxito… Pero todo parece indicar que los dominios de Eros devuelven en nuestros días todo el poder a la mirada. Según los conocedores, el deseo siempre tiene algo de fantasía y fantasma. ¿Pero bastará a estos nuevos Tántalos, condenados al hambre y la sed sexual, a sólo ver y no tocar, y a satisfacerse con simulacros de placer virtual?
@anaclavel99