EMEEQUIS.- Miles de playeras, banderas y gorras guindas se acumulan en el Zócalo para el cierre de campaña de Claudia Sheinbaum. Avenidas atrás, menos caóticas, se llenan también de autobuses que suman más filas guindas. Otras más también aparecieron sobre los puentes, y la marea de uno de los últimos capítulos de la elección deja entrar a más y más personas.
Fotos: Miguel Ángel Tepozteco
En el escenario, sin sillas, como en los mítines del principio de Morena, aparecen los nueve candidatos a las gubernaturas de la República Mexicana.
Para los mítines de Morena, la política es gritos pero también es música y el comercio se alimenta de compras de peluches, libros y fotografías de un tabasqueño. Entre el guinda, empieza con su protagonismo el rostro de Sheinbaum.
Clara Brugada. Ella es la que prende la mecha del evento: “El domingo llegaremos a las urnas para continuar la transformación, ganaremos con contundencia la Jefatura de Gobierno y todas las alcaldías (…) esta ciudad será el bastión del morenismo”.
“Porque por el bien de todos, primero los pobres”, pronuncia ante un micrófono con mal eco que hace difícil entender sus palabras. Pero no hay problema porque algunas ya se conocen: compromiso con el bienestar del pueblo, presidenta, priandilla inmobiliaria, y otros lugares comunes ya pronunciados por la 4T.
“Cuando termine (el mandato) la ciudad será más justa, más incluyente (…) una ciudad más feliz para las niñas y los niños”.
Algunos asistentes enardecen y otros dan la espalda en las banquetas. Y entre las banderas y frente a la fortaleza que es Palacio Nacional, se asoma el rostro de Sheinbaum: “Con esta celebración que palpita en el Zócalo, cerramos nuestra campaña”.
“Los jóvenes saben que somos la opción del futuro (…) ¡Gracias, gracias por tanto! (…) ¡No los voy a defraudar!”.
Recuerda el mantra que conecta ese mitin con los del pasado: “Por el bien del pueblo, primero los pobres”. “¡BAJO EL LIDERAZGO DEL MEJOR PRESIDENTE DE LA HISTORIA, ANDRÉS MANUEL LÓPEZ OBRADOR!”.
Toca su turno a Sheinbaum. Guerra y compra del voto fueron lo que existió en el pasado. Eso dice la representante honoraria e institucional del “Humanismo Mexicano”, al filo de la elección, cuando puede acariciar con los dedos el ser la primera presidenta de esta extensa República: “Hoy tenemos un país con menos pobreza, con menos desigualdad. Disminuyó el desempleo, aumentó el salario mínimo y el salario medio, ¿funcionó la transformación?”.
Dice que el Estado debe construir el bienestar de la mano con la inversión privada: “Pero sin corrupción (…) garantizando los derechos constitucionales (…) nuestro proyecto defiende la libertad”.
Repite que la oposición, esa que se encuentra luchando en sus trincheras por esa gigantesca ciudad, se ha encargado de inventar el mito de que con Morena llegará un nuevo autoritarismo.
“Por eso fortalecemos la democracia, con el pueblo y para el pueblo”, exclama. Acusa que los que se encuentran en la oposición reprimieron estudiantes, provocaron la Guerra contra el Narco y asesinaron líderes sociales y periodistas.
Sobre las banderas, en un fondo rosa, se levanta una tela con la estrella de David. Y el coro emerge: “¡Presidenta, presidenta!”.
Como hablando de un edificio, de las columnas, de los muros, habla sobre cómo se ha construido esa Cuarta Transformación: “En estos meses, además del proyecto de nación convoqué a un grupo para establecer los diálogos con la transformación para enriquecer el proyecto”.
Da los puntos principales de su propuesta gobierno: promete un gobierno honesto; mantener la división del poder político y económico; proteger el interés supremo de la nación; no aumentará los impuestos ni regresará los lujos a los gobernantes; tampoco usará la fuerza del Estado para reprimir al pueblo; se respetará la diversidad; se promoverá la igualdad sustantiva para las mujeres; mejorarán los programas sociales; se promoverá un sistema de cuidados; habrá apoyo para los mexicanos que viven en el exterior; se garantizarán todos los programas sociales; se fortalecerá el acceso a la educación pública con programas y creación de escuelas y universidades; acceso a la vivienda y a las medicinas; se protegerá el salario; habrá desarrollo científico; se defenderá la diversidad de cultural; se continuarán los megaproyectos de AMLO; se defenderá la soberanía energética ante cambio climático; se protegerá el medio ambiente; se protegerá la soberanía alimentaria; la inversión privada; se atenderán las causas de la inseguridad. Se protegerá la autonomía de los pueblos por la protección de la paz.
Son las grandes promesas sobre la mesa. De continuidad, frente a la crisis de violencia, la crisis climática y la polarización del país.
“Sabemos que el disenso forma parte de la democracia pero nuestro deber es velar por cada una y cada uno de los mexicanos. La esperanza sólo es posible en la acción: por eso hay que salir todas y todos al mismo tiempo”. Pide tachar todo Morena en la boleta. Pide de nuevo eso que en el obradorato se apodó como la aplanadora.
Su obligación, dice, es conducir a México por el sendero de la paz: “Nuestra guía es el bienestar y la felicidad del pueblo”.
¡Me comprometo a entregar mi vida! ¡ Me comprometo con ustedes a guardar el legado del presidente Andrés Manuel López Obrador!”.
Y con la fuerza, la gente y el respaldo político oficialista, grita: “¡Viva México, viva México!”.
Dejando el aire con otros aires, en el Zócalo del Centro Histórico, antes de cerrar el evento con la melodía militar del himno nacional.
Un golpe de sonido ante su rostro repetido miles de veces; ante su nombre clavado en los letreros; ante el grito, que como todos los demás, emociona y se apaga en un instante, aplastado por la música del final.
@Ciudaddelblues