EMEEQUIS.– Rojo. Madrugada de un miércoles de rojo.
Primero de diciembre.
Como la hierba crecida que se corta a machete para abrir veredas –vieja usanza en el Valle del Mezquital–, el hampa nueva se abre camino entre el hampa vieja, pero su machete son las balas.
En la fuga de José Artemio Maldonado Mejía, “El Rabias” o “El Michoacano”, participaron menores como sicarios, también en el operativo para obstruir la reacción de las corporaciones de seguridad al detonar autos bomba y usar ponchallantas, igual como reclutas, como personal operativo y como cuidadores de armamento en una casa de seguridad.
En sí, la estructura criminal de Pueblos Unidos tiene en su entraña a infantes y jóvenes: el cartucho desechable que reconoce el propio “Michoacano”: “los más grandes sí aguantan, pero los más chicos, no”, al referirse a cuando caen en manos de “tiras” o “contras” de “la maña”: tortura, encierro o sepultura. Así, se convierten en peones en el tablero del crimen.
Para orquestar la fuga, además de estos menores, “El Rabias” usó a un niño, presuntamente su propio hijo, como puente entre las conversaciones con Mariano Maldonado, “El Gordo” o el “M1”, segundo del cártel de Pueblos Unidos y quien estaba preso en la cárcel de Tula. Hablaban de movimientos, pagos y órdenes. El niño refería: “dice mi apá”. Lo que hablaron los hermanos estuvo relacionado con la operación del comando que detonó autos bomba y derribó, con una tanqueta hechiza, la puerta del penal para liberar a nueve reos la madrugada del miércoles 1 de diciembre de 2021.
Con entrevistas directas, partes de seguridad, testimonios y comunicaciones intervenidas –estas últimas, a las que se tuvo acceso del expediente por la carpeta de investigación 16-2021-03398– EMEEQUIS presenta La carne de cañón en la fuga del “Michoacano”.
DE MICHOACÁN A HIDALGO
“El Sana” jadea. Corre cuesta arriba por una vereda desconocida, perdido en la negrura de un paraje sin amanecer. Las balas resuenan como zumbidos. Un enjambre lo asecha. Revolotean cual abejas por su cabeza, por los brazos y las piernas donde siente cerca el calor del aguijón. Están por todas partes, detrás de sus 67 kilos.
Sus pies, pesados como plomo, se hunden en el camino, sostienen un metro 65 atemorizado, por sentir, quizás, que “ya valió madre”, hasta que la picadura en la piel lo alcanza y le abre una herida. Es un hoyo, orificio caliente, por donde podría meter su dedo meñique. El saco de veneno entró en su carne, pero no es el filo de un aguijón, sino la esquirla de una bala.
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Hace 14 años, “El Sana” nació en Michoacán, es de un pueblillo con un puñado de habitantes, cuyo nombre inicia como el del santo patrono de los amores imposibles. La madrugada en la que huye es también en la que participó en la fuga de los hermanos Maldonado Mejía, los líderes del cártel de Pueblos Unidos. Sabe de la orden de incendiar vehículos y colocar objetos para ponchar llantas.
Conocía que, rumbo a la cárcel, al frente del convoy iba una camioneta color rojo con blanco, y que algunos de los que estuvieron concentrados en una casa de seguridad en Tula, en la colonia Las Galaxias, descendieron de la troca para romper candados y puertas, después de hacer pedazos la entrada. En el convoy llevaban un “lanzapapas”, un lanzagranadas, para volar la torre de vigilancia del Centro de Readaptación Social (Cereso) si los custodios les hacían frente. No vieron balas venir desde ahí, pero, si las hubieran visto, habrían tenido que reventar con la bola explosiva esa pieza, el enroque de ajedrez del penal.
“El Michoacano”, liberado, escapa en un vehículo por la autopista México-Querétaro y las cámaras de vigilancia de una caseta de cuota lo captan; mientras, ya detenido, “El Sana” siente que el estómago está por estallarle, como lo hizo el Nissan Tsuru placas LSL-8449 en la localidad de Jalpa, frente al Hospital Regional, que explotó por cartuchos explosivos caseros y un combustible líquido para provocar el estallido y el incendio.
HORMIGUERO DE SICARIOS
“El Chamaco” traía la motoneta, con él iba otro morro. Iban halconeando el terreno, ahí cerca del convoy, para parlar con los de las trocas si había puercos cerca.
“El Chamaco” le dice a uno de los vatos que se había quedado en “la casita de la muerte”, como se conoce a un altar de la Niña Blanca sobre la carretera a Tula: “el Patrón ya se peló, sí lo sacaron”.
Se peló junto al M1 –su hermano Mariano– y siete reclusos más que estaban en la zona conocida como Z-0. Iban también por “El Pilo”, pero ya no llegó; creen que lo tenían castigado en otra zona y no alcanzó a salir cuando el hormiguero de sicarios se arremolinó en el penal.
Ahí, en el altar de la Santa Muerte, morros y otros vatos tiraron dos cubetas de pedacería con puntas cuando el convoy ya iba para el Cereso, para reventar llantas. Fue tras salir del hotel de paso en el que estaban. Luego, con un R15 dispararon y, cuando cesaba la salpicadera de casquillos en el suelo, lanzaron una granada.
“ANDABA PATRULLANDO EL PENAL”
Días antes de la fuga:
—¿Qué haces?
Apenas abre el mensaje de audio y los sonidos tenues, la voz muy blanca, muy aguda, no deja dudas que se trata del niño, su sobrino.
—Andaba patrullando el penal—, contesta “El Pilo”, que le manda una fotografía desde el reclusorio, con su camisa vino estampada y pantalón de mezclilla. Muestra el pulgar al frente, como un like.
El niño le habla a veces al “Pilo” y a veces también a su tío Mariano, ambos encarcelados por procesos relacionados con secuestro.
El siguiente mensaje de voz para “El Pilo” ya no es del niño, sino de “El Michoacano”, que será detenido el 26 de noviembre de 2021, pero en ese momento está libre y planea la fuga de la cárcel de Tula de sus hermanos José Antonio, El Pilo Michoacano, y Mariano, El Gordo o M1.
—Te vas a ir en el paquete, para que te alistes. Te quiero al vergazo, ¿eh? —, le dice al Pilo.
“Pilo2 le escribe: “Sí, está bien”.
—Ora pues, ya está. Al puro vergazo, ¿eh? Borra todo a la verga lo que hables aquí. Te quiero bien pilas, güey. Se van a ir en combo.
“Pilo” responde: “Sí”, y El Michoacano, cuyo nombre de usuario son dos emoticones de cara furiosa, como su otro apodo, “El Rabias”, le escribe: “NOBASYAS ADECIR NADA”.
A su tío Mariano, el niño le manda mensajes de lo que dice su apá. Ahí, en ese chat, se intercambian fotografías de tarjetas bancarias y comprobantes de depósitos a gente de Michoacán y el Estado de México que están reclutando para “el evento”. Necesitan ponerle los metales a la camioneta, “todo lo que se va a soldar en la carrocería, pues”, que es la tanqueta hechiza con la que derribarán el portón. También hablan de los uniformes que van a portar: chalecos antibalas y ropa táctica con insignias, algunas, de la SEIDO.
“ELLA NOS MOVÍA”
“La Fany” es una morrilla chaparrita, como de 1.50 metros, de cabello güero pintado y con una Santa Muerte en el antebrazo.
“El Chagoya”, un vato mexiquense, dice que la morra tenía 16 años; El Charly, que viene de Catalinas, allá Michoacán, la ve más avejentada y le calcula unos 25.
Pero ambos saben el rol que ella tenía entre Los Michoacanos, como también se conoce al cártel de Pueblos Unidos.
“Ella nos movía, nos decía que no saliéramos de nuestros cuartos (en el hotel); que estuviéramos guardados”. Les llevaba los alimentos y también los cambiaba de hotel a hotel. La logística de los reclutas era lo suyo. Así, hasta que los llevaron a la casa, allá en Tula. Era de un solo piso, con fachada café; recuerdan su reja blanca de herrería y que afuera había un poste con cableado.
Los policías la catearon tras la fuga y encontraron explosivos, ropa táctica y decenas de prendas con logos Nike, Adidas, Lacoste, Cuidado con el perro…
La Fany tenía una suegra, La Paloma, una doña más maciza que decía con quién y a dónde. Ellas, parte de la trama por la fuga, dieron el punto exacto en el que debían tirar los ponchallantas.
No las volvieron a ver esa madrugada, mientras liberaban a los presos, pero había más órdenes de los mandos para la trentena de vatos, entre ellos los morros, que participaban en el operativo.
Por ahí entre las 4:00 y las 4:30 de la mañana algunos llegaron al Oxxo que está en la carretera Tula-Michimaloya. Vieron a dos municipales.
Bajaron de la Suburban verde seco y, a unos 20 metros, dispararon con armas largas hacia la patrulla.
“¡Nos están tirando!”, gritó uno de los polis, apenas como reflejo, porque vieron que, aunque se agacharan, las balas estaban cerca, estampándose entre la carrocería y los vidrios.
Fue entonces que decidieron bajarse, para ponerse a salvo en la parte de enfrente, la única, por como estaban estacionados, que podía quedar libre de los tiros, pero a uno de los agentes lo alcanzó una bala en el chamorro de la pierna izquierda. Empezó a sangrar. Los aullidos por la radio eran por urgir apoyo. Temían que en la rafagueada los dejara calacas. Eran como 15 los que los tirotearon.
¿QUÉ ES UN “LANZAPAPAS”?
“El Chagoya” dice que días antes del operativo, porque los cambiaban de hotel a hotel para no levantar sospechas, el don de uno de éstos se sacó de onda y les pidió a todos su identificación. Él sólo traía una copia de su credencial, pero en total dieron como diez INE’s. Los morros, como no tenían ninguna identificación, dejaron su CURP. De ahí los trasladaron días después a la casa en las Galaxias.
“Éramos como 30 cuando llegamos ahí. Fue cuando nos platicaron cómo iba a estar todo, y que quien quisiera jalar bien, y si no, contra su familia. Era un señor que no conocía, de voz gruesa, como muy exigente, medio chaparro, traía barba de candado, moreno, se peinaba con los pelos arriba, pero hacia atrás.
“Cuando estuvimos ahí nos enseñaron a usar estas ‘lanzapapas’. Como cinco o seis ya no alcanzamos arma y nos dijo que como no teníamos arma que nosotros hiciéramos el papel de ponchallantas”.
Los alrededores del penal tras la fuga en la que explotaron varios coches. Fotos: Cuartoscuro.com.
DIRECTO AL QUIRÓFANO
“El Sana” se puso grave. Ingresó a urgencias en el Hospital General de Tula.
Dijo a los médicos que a las cuatro de la mañana, en un enfrentamiento armado, recibió un tiro en el glúteo derecho y después tuvo contusiones en el abdomen y en el tórax. Cuando estaba detenido, el dolor se agravó. Le doblaba el cuerpo. Empezó a orinar sangre y por eso fue llevado de emergencia al nosocomio.
Entró directo al quirófano, custodiado por los elementos armados de la policía investigadora.
Según su resumen clínico, cuando llegó estaba consciente, pero agitado, con palidez. La bala, al entrar, hizo un orificio de un centímetro (cm) de diámetro y de 3 cm al salir, que se cubrió con una capa de sangre que empezó a hacer costra.
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Tenía dolor de abdomen y también en la zona donde fue herido. Se negaba a dar información. Estaba solo. Era de Michoacán, dijo después. No tenía a nadie ahí.
El 2 de diciembre, en su nota médica de seguimiento, los doctores señalaron: “Se encuentra delicado, con pronóstico reservado a evolución”. Al día siguiente, anotaron: “con riesgo de morbimortalidad moderado, por hallazgos transoperatorios”.
Su pronóstico era siempre reservado y tenían que avisarle a alguien. Se negaba a dar los datos de su mamá. En los días siguientes sufrió por abdomen agudo.
El 7 de diciembre fue dado de alta, y continuó a resguardo por su posible participación en la evasión de presos.
LA MIRADA PASIVA DEL EJÉRCITO
Once días antes de la fuga:
“El Rabias” aún está libre. Planea el escape de sus hermanos de la cárcel de Tula.
En la intervención telefónica a uno de dos celulares del “Michoacano”, que hizo la Policía Investigadora de la procuraduría hidalguense tras la orden de un juez, hay una conversación del 19 de noviembre relacionada con lo que sería la fuga.
El contacto Tío (Mariano Maldonado, “El Gordo” o “M1”) le manda un audio a El Michoacano, cuyo nombre de usuario son dos emoticones furiosos: ? ?.
—Ahí dile, carnal; ahí dile. Habla con él y que borre todo, que borre sus videos que trae porque esos estados que luego pone ahí descabezando un güey le pueda caer una bronca. Ya sabes que los putos ministeriales ahorita lo revisan y ya mamó. Ahí para que hables con él que borre todas las mamadas que traiga, o con el teléfono que salga a la calle no traiga nada.
Mensajes atrás, el Tío es más explícito: “pues si trae un pinche video de un güey que pone (en sus estados de WhatsApp) mochándole la cabeza, ni modo que no”.
Al Tío, Mariano Maldonado, que era el objetivo principal de la fuga, porque en ese momento “El Michoacano” aún no había sido detenido, le preocupaba que dos morros detenidos fueran a hablar del escape que planeaban. “Ahí dile al Morelos (un presunto operador del cártel) que se ponga al tiro a dónde los llevó (a los morros) y (si) tenía la herramienta (armas). No vaya a ser la de malas que les vaya(n) a decir que los lleve(n)”.
Al Morelos, “El Michoacano” le pidió que si en la “casa”, presuntamente una casa de seguridad, la de Las Galaxias, tenían “herramienta”, la llevara para otro lado o la escondiera bien, por si los morros cantaban.
Los morros habían sido detenidos tras entregar, por orden de “El Michoacano”, una motocicleta en el Oxxo de Tlahuelilpan –a 15 kilómetros de Tula–, también municipio del Valle del Mezquital, conocido por la explosión de un ducto de Pemex el 18 de enero de 2019, que dejó 137 muertos; el pueblo, en desabasto de gasolinas, recolectaban crudo de una toma clandestina que huachicoleros dejaron abierta. La mirada pasiva del Ejército los rondaba.
La moto, que se desconoce si contenía algo más y por qué “El Michoacano” ordenó llevarla, la entregaron los morros a un sujeto que, según los hermanos Maldonado, era del “gobierno”, y portaba una gorra y una chamarra de la Secretaría de Seguridad Pública del estado.
“Al de gobierno” le pidieron cuentas de los morrillos, pero él contestó: “Yo me estoy echando una torta, es que ya me andaba de hambre”.
Dijo que había visto todo tranquilo ahí en el Oxxo. Los morros iban en un taxi y no sabían quién y por qué los hubiera puesto.
Al “M1”, recluido, le inquietaba lo que los chavillos pudieran decir “del evento”, o que quisieran echar que “de Pueblos Unidos” para que los soltaran. Un error así podría tirar por la borda el escape que planeaban, para el que ya tenían armas, gente reclutada, un croquis a mano del interior del penal e imágenes satelitales. Nada más faltaba soldar la troca para ponerle el metal con el que iban a derribar la puerta.
“No vaya a ser la de malas, ya ves que los morros no aguantan tanto. Los más grandes sí aguantan, pero los más chicos, no”, decían.
El alma pronto les volvió al cuerpo: “Ya los liberaron, (los polis) nomás querían 500 varos”, contestó “El Rabias”. El plan de la fuga seguía.
¡UN VEHÍCULO EXPLOTÓ!
El 26 de noviembre de 2021, José Artemio Maldonado Mejía, “El Michoacano”, líder del cártel de Pueblos Unidos y objetivo prioritario en el combate contra el robo de hidrocarburo, fue detenido en Texcoco, Estado de México, acusado de homicidio doloso.
El plan para liberar a sus hermanos “El Gordo” y “El Pilo” estaba previsto, en principio, para el 28 o 29 de noviembre. La detención lo truncó, pero no por mucho tiempo.
Debido a que los delitos del fuero común que le imputaban a los tres hermanos correspondían al distrito judicial de Tula, “El Michoacano” también fue enviado al Cereso de ese municipio, del que ya tenía planos y un plan de escape, además de que este penal no tenía la capacidad para albergar reos de alta peligrosidad.
A partir de entonces, el rescate se centró en José Artemio, y lo llevaron a cabo los mismos hombres y mujeres que él había reclutado. Fue en la madrugada del primero de diciembre.
La primera llamada al número de emergencia, con nivel urgente, durante las horas en que el cártel sentó sus reales en la región, decía: “¡un vehículo explotó frente al (hospital) Regional y tenía dinamita! ¡Adelante del hotel Teocalli, sobre la carretera Tula-Refinería, hay otro vehículo que al parecer tiene dinamita!
A partir de entonces, como la ráfaga de los R15 que inundaron de ruido y olor a plomo la capital Tolteca, llegó la siguiente andanada de reportes de seguridad y temores de los habitantes por medio del 911, porque un cártel se había apoderado de la ciudad aquella madrugada:
“¡Que se reportan detonaciones de arma de fuego de alto calibre!
¡Que durante la llamada del reporte se escuchan detonaciones!
¡Que en la carretera Tula-Michimaloya, de la colonia Malinche, en Tula, se escuchan ráfagas!
¡Que se reportan detonaciones afuera del Cereso de Tula; lo reporto un oficial de guardia y pide apoyo!
¡Que se escucharon más de 70 detonaciones!
¡Que en el puente de las 3 Culturas hay picos para ponchar las llantas!
¡Que se escuchan más de 50 detonaciones!
¡Que se escuchan detonaciones y una explosión muy fuerte!
¡Que dejaron una camioneta abandonada: una Ram blanca y otra negra!
¡Que había muchos hombres dispersados con armas de fuego entre milpas, escondidos, y eran más de 20!”
Y, por fin, el móvil de todo el aquelarre de fusiles durante esa madrugada roja: “¡Que hubo una fuga de reos!”.
Los morrillos se escabullían entre la maleza. Corrían en los parajes a orilla de carretera. Una de las trocas ya no encendió y todos, los de la batea y la cabina, huían entre el ruido de sirenas que eran bestias que gruñían al oído. Al “Sana” lo alcanzó un tiro y quedó inmóvil, con el aguijón-esquirla en la pierna. Era un agujero caliente por el que podría meter el meñique. El abdomen se le inflamó y empezaría a orinar sangre. Baleado como había quedado, fue el único menor detenido de los que participaron en la operación del cártel; la carne de cañón de “El Michoacano”.
@axelchl