EMEEQUIS.– Lo querían muerto ese mismo día. Ya se verá si era martes o miércoles, lo que no será fácil de establecer, pero transcurría la primera semana de abril de 2013, y las jacarandas de la Ciudad de México ya habían comenzado a filtrar la luz de cada día en los pétalos de sus botones.
El diputado Ricardo Monreal no tenía ni la más remota idea de que alguien tenía prisa por matarlo. Acudiría aquella tarde a un restaurante de la Colonia Juárez, un céntrico barrio de resonancias porfiristas. Dos pistoleros aguardaban su llegada al establecimiento, de acuerdo con las averiguaciones policiales del caso. Monreal ya estaba en camino.
Patriarca de uno de los clanes más poderosos y acaudalados del movimiento obradorista, Ricardo Monreal Ávila tenía por esas fechas 53 años, había gobernado su natal Zacatecas años atrás, había pasado por todas las posiciones legislativas posibles, propiciado senadurías y diputaciones locales y federales a sus hermanos y hermanas, y procurado para su familia dos periodos al frente del ayuntamiento de su tierra provinciana, cepa de su estirpe, Fresnillo. Se había conseguido algo más que una carrera pública: había construido un cacicazgo.
La economía del clan también había alcanzado una bonanza prolongada: ranchos, cientos de hectáreas de tierras agropecuarias, fincas rurales y urbanas, y otros negocios en expansión. No obstante, por una extraña singularidad, no exenta de ironía, la familia Monreal tenía fama de estrechez franciscana, una leyenda construida y sostenida con esmero por los miembros del clan, durante años.
Como en otras formaciones políticas de México, en la izquierda partidista menudeaban ya por entonces las fortunas construidas al amparo del poder. No era distinto en el caso de la corriente obradorista, pero sus miembros de primer círculo hacían los esfuerzos cosméticos necesarios para pasar por gente del pueblo.
En aquel momento, Ricardo Monreal ―que diez años después figuraría entre los aspirantes presidenciales de Morena― lideraba el partido Movimiento Ciudadano (MC) en la Cámara de Diputados, y era la voz del obradorismo en el Congreso contra una reforma impulsada por el gobierno de Enrique Peña Nieto en materia educativa, de modo que el zacatecano tenía alta visibilidad pública y una buena mano en la partida del poder.
Aquella tarde, Monreal provenía del Palacio Legislativo de San Lázaro, en el extremo nororiental del Centro Histórico capitalino. Debía cruzarlo para llegar a la colonia Juárez, y era un horario de tráfico intenso. Estaba demorado. La sesión se había prolongado por más de cinco horas, hasta más allá de las cuatro de la tarde.
Los pistoleros aguardaban. José Luis Vázquez Delgado, llamado “El Chato”, de 48 años, cargaba una semiautomática Pietro Beretta calibre nueve milímetros, un armatoste de 950 gramos de peso y casi 22 centímetros de longitud, con cañón de retroceso corto, corredera abierta, con capacidad para disparar 20 proyectiles continuos a una velocidad de 380 metros por segundo. El otro, Juan Carlos Esqueda, de 38 años, llevaba una Colt calibre 45, también semiautomática, con características y alcance parecidos a los de la Beretta, pero de cañón más corto.
Se habían hospedado desde el lunes en el Hotel Prim, ubicado en el cruce de la calle de Versalles con la de General Prim. Ocupaban una habitación de los pisos superiores. Se habían instalado en ella porque desde sus ventanales podía observarse, en su inmediata longitud, la calle misma de General Prim, una vialidad de escaso movimiento peatonal, en cuyo número 70, a sólo cuarenta metros del hotel, se hallaba la mansión porfiriana en la que Ricardo Monreal tenía el despacho donde atendía sus negocios privados.
Los gatilleros lo habían estado vigilando y sabían que era habitual que el político acudiera a alguno de los restaurantes de la zona. Monreal había elegido para esa tarde una opción popular, y por lo tanto discreta, El Bamboleo, en el número 66, que tenía la ventaja adicional de hallarse a un lado su despacho, en la puerta contigua, sobre General Prim.
La conferencia de Monreal generó gran expectativa. Foto: Misael Valtierra / Cuartoscuro.com.
Los sicarios ahí lo esperaban. Contaban con información previa sobre los movimientos del legislador. En los últimos tres meses habían espiado también a dos de los hermanos de Ricardo: Saúl y David Monreal Ávila. Saúl era entonces diputado local en el Congreso de Zacatecas, y David, senador de la República, ambos por el Partido del Trabajo. Querían matarlos a los tres.
Desde diciembre ─de acuerdo siempre con fragmentos publicados de las indagatorias oficiales (Averiguación Previa AP/PGR/SEIDO/UEITA/043/2013)─ los pistoleros habían trazado el plan para asesinar a los hermanos, pero decidieron concretar las ejecuciones al cabo de la Semana Santa. Habían viajado para ello desde Zacatecas a la Ciudad de México. Ahora ya se habían familiarizado con el vecindario y con el movimiento en torno a la casona del número 70. Estaban listos, y todo estaba dispuesto.
Al otro extremo del Centro Histórico, Ricardo Monreal se hallaba aún en su vehículo, atrapado en un exasperante nudo de tránsito, según relataría en los días posteriores. Lo acompañaba su segundo de abordo en la estructura del grupo parlamentario de MC, el diputado Ricardo Mejía Berdeja. Se reunirían con David Monreal, hermano de Ricardo.
Los pistoleros tenían instrucciones de liquidar a cualquiera que acompañara al objetivo. A sus hermanos o a cualquier otro. Así se los había indicado, de acuerdo con las diligencias judiciales, el jefe y autor intelectual de la operación, que había comenzado a perder la paciencia:
─ ¿A qué hora van a matar a esos perros…? ¡Chínguenselos ya!
─ Señor, estamos esperando a D en la puerta 4 del Senado, pero no sale por aquí, y de R lo tenemos ubicado ya en sus oficinas ─respondió el principal de los gatilleros.
─ ¿Pero qué no tienen ya sus juguetitos bien aceitados? ¡Mátenlos ya! ─exigió el jefe. ¡Y si va otro con ellos, chínguenselo también…!
Eran casi las cinco de la tarde y el tráfico no cedía. Los legisladores tomaron una decisión que les salvaría la vida, aunque en ese instante no lo sabían. “Gracias a esa manifestación, nos desviamos y fuimos a comer a otro restaurante”, relataría después Ricardo Monreal.
Los pistoleros se quedaron esperando, acaso escudriñando las siluetas y los rostros de los comensales que llegaban a El Bamboleo hasta que, quizá, les haya quedado claro que su cita había sido cancelada. Ignoraban que ellos también eran vigilados.
Los sicarios ya habían sido ubicados por tres agentes del Centro de Investigación y Seguridad Nacional (Cisen), la policía política del gobierno, que monitoreaban al cerebro de la operación desde finales de 2012, bajo la sospecha de que formaba parte del esquema financiero del grupo delictivo conocido como Los Zetas. Fue entonces que interceptaron una llamada de su teléfono móvil y su rastreo los llevó a la ubicación de aquellos hombres armados en el Hotel Prim.
El veterano inspector policíaco Víctor Emilio Corzo Cabañas, subdirector CISEN, reportó entonces a la Procuraduría General de la República (PGR) que se encontraba en marcha un atentado en contra del legislador opositor.
Ricardo Monreal llegó a su despacho de la mansión de General Prim 70 en los márgenes de las cinco de la tarde, para reunirse ya nada más con su hermano David. Más tarde, Ricardo se quedó únicamente con su esposa, en su domicilio. Fue por la noche cuando funcionarios del gabinete de seguridad tuvieron comunicación con él.
Monreal había rechazado las llamadas telefónicas de personal oficial, especialmente la del secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, supuestamente para eludir cualquier intento del gobierno para entablar negociaciones políticas sobre los temas que se debatían en el Congreso, según sugiere el zacatecano en su fragmentaria narración de los hechos, diseminada en distintas entrevistas periodísticas y en la posterior rueda de prensa en la que dio cuenta del suceso.
Así que habría accedido a establecer comunicación con Miguel Ángel Osorio hasta que “a través de un amigo común”, recibió el mensaje de que el interés del funcionario por contactarle no entrañaba un propósito político, sino que se trataba de “un asunto personal, urgente y de gravedad”. “Sólo así se decidió a tomar la llamada” del secretario de Gobernación.
Monreal habría aplicado el mismo filtro al Procurador General de la República, Jesús Murillo Karam, cuando recibió su llamada, esa misma noche:
─ ¿Tiene qué ver con mi postura política?
─ No es un asunto político, es un asunto personal.
Como Osorio Chong, el procurador también habría informado al diputado que esa tarde había estado en peligro de ser asesinado, y que al día siguiente lo intentarían de nuevo. Así que Monreal “se arrancó” para reunirse esa misma noche con Osorio Chong, con Murillo Karam y con Eugenio Imaz Gispert, director del CISEN.
Eugenio Ímaz aún era por entonces cuñado de Claudia Sheinbaum Pardo, integrante del círculo obradorista, como Monreal. Sheinbaum todavía estaba casada con Carlos Imaz Gispert, hermano de Eugenio. La separación sería en 2016. Cosas del destino, Monreal era entonces, y lo sería todavía por varios años, el número dos del movimiento obradorista. Después Sheinbaum se impondría al zacatecano en la disputa por la nominación morenista al gobierno de la Ciudad de México, en 2018. Actualmente, Sheinbaum es considerada como la favorita de Andrés Manuel López Obrador a la candidatura presidencial de su partido.
Osorio Chong e Imaz fueron quienes aquella noche mostraron a Monreal fotografías, videos, audios y esquemas que documentaban los detalles de un complot para asesinarle, a él y a sus hermanos, de acuerdo con una pista que los sabuesos del Cisen y de la PGR seguían desde principios de año.
Le expusieron fechas, nombres, lugares, la historia completa de la conspiración: el cerebro era Arturo Guardado Méndez, un empresario de 45 años, coterráneo de los Monreal, que desde diciembre de 2012 había reclutado a los gatilleros, dos hombres de su entera confianza, pues habían sido trabajadores de una de sus compañías, El Fresno Chiles Secos: José Luis Vázquez había sido chofer de la empresa y Juan Carlos Esqueda, cargador.
El domingo 9 de diciembre Guardado telefoneó a Vázquez y acordaron una cita en Fresnillo, y el lunes se encontraron ambos con Esqueda. Guardado les dotó de armas y dinero. El plan era matar a Saúl, a David y a Ricardo Monreal. Arturo Guardado los culpaba por la desaparición de su hermano Juan Carlos, ocurrida a principios de 2011, y pensaba cobrárselos, según le confío a Esqueda.
Los Guardado tenían fama de estar inmiscuidos en el negocio del narcotráfico desde los años setenta. Habían llegado al siglo XXI con inversiones agroindustriales, en telecomunicaciones, transporte, construcción y variados negocios inmobiliarios.
Pero Juan Carlos Guardado Méndez mantenía aún la imagen limpia de su juventud y había sido un empresario más bien discreto hasta que, en 2007, a sus 33 años, cedió al embrujo de la política y asumió la candidatura suplente a la alcaldía de Fresnillo, como compañero de fórmula de David Monreal.
A principios de 2010, David pidió licencia al cabildo fresnillense para separarse de la presidencia municipal e irse a buscar la gubernatura de Zacatecas, de modo que Juan Carlos asumió la alcaldía para cerrar los últimos siete meses de la gestión. Fue suficiente para que surgieran desavenencias entre ambos personajes, resquemores que se prolongaron a sus respectivas familias.
Cuatro meses y medio después de haber concluido su breve gestión municipal, Juan Carlos Guardado desapareció para siempre en una carretera solitaria, cuando se dirigía a Mazatlán, el 3 de febrero de 2011.
Ese era el presunto origen del complot para eliminar a los Monreal. Arturo Guardado quería que comenzaran con Saúl. El 11 de diciembre de 2012 empezaron a vigilarlo. El legislador local quería ser candidato a la presidencia municipal ese año y arrancó precampaña en enero. Entraba y salía de reuniones, participaba en asambleas, estaba permanentemente acompañado, de modo que los sicarios no encontraron oportunidad para cometer el crimen.
El Sábado de Gloria de 2013, 30 de marzo, se canceló el seguimiento a Saúl. Guardado y sus pistoleros se trasladaron a la Ciudad de México. Él se hospedó en el Hotel Abastos Plaza, en las inmediaciones de la Central de Abastos, los sicarios en el Hotel Prim. Estos se concentraron en Ricardo y David Monreal. Los ubicaron, los vigilaron, entraron incluso a la sede del Senado, hasta que su acechanza los llevó a El Bamboleo.
Monreal identificó entonces, en los audios que le mostraron los funcionarios del gobierno, la voz familiar de Arturo Guardado Méndez apremiando a los matones para que consumaran los crímenes.
─ ¿Te suena lógico todo esto, la preparación, las grabaciones? ─quiso corroborar el secretario de Gobernación aquella noche.
─ Sí, me suena lógico ─confirmó Ricardo Monreal.
Las autoridades decidieron hacer las aprehensiones al amparo de la noche. Alrededor de las 00:30 horas del jueves 4 de abril fueron detenidos Arturo Guardado Méndez y su chofer, Jesús Guerrero Ruiz, en el Hotel Abastos Plaza; José Luis Vázquez y Juan Carlos Esqueda en el Hotel Prim.
La averiguación previa identificaría a estos últimos como “presuntos sicarios pertenecientes al narco, originarios del estado de Zacatecas” y concretamente como miembros de una célula del grupo delictivo conocido como “Los Zetas”. Según el reporte oficial, los pistoleros intentaron huir al percatarse de la presencia policíaca, pero fueron detenidos en el vestíbulo del hotel y prácticamente de inmediato confesaron los detalles del complot y el papel que desempeñaban en la operación. Les incautaron las armas, una camioneta tipo pick up marca Ford Ranger y equipo de comunicaciones.
Mariana Benítez al dar detalles del ataque fallido. Foto: Notimex.
Horas después, hacia el mediodía, la PGR expuso a la opinión pública la insospechada trama para asesinar a los Monreal. En ausencia del procurador Jesús Murillo ─quien se hallaba en una conferencia de ministros de justicia en Viña del Mar, Chile─, la revelación estuvo a cargo de la subprocuradora Mariana Benítez Tiburcio, que leyó una relación de los hechos redactada en apenas una cuartilla, y no admitió preguntas de los reporteros.
La noticia ocupó rápidamente los titulares de las versiones en línea de los medios de comunicación, y los resúmenes informativos de radio y televisión.
Ricardo Monreal había asistido de manera normal a la sesión de la Cámara de Diputados. Tras el anuncio, comenzaron las preguntas, las llamadas, las solicitudes de entrevistas, las expresiones de apoyo y solidaridad. Su grupo parlamentario, MC, organizó una conferencia de prensa para dar a conocer su posicionamiento respecto de los hechos, una postura que se parecía mucho a un homenaje, y el cual fue leído nada menos que por el vicecoordinador de la fracción, Ricardo Mejía Berdeja:
Ricardo Monreal disfruta de su trabajo profesional y políticamente es un hombre crítico, nunca hace de la política un asunto de animadversión personal. (…) Evidentemente es una de las voces más autorizadas de la oposición en el país y nosotros, sus compañeros, le manifestamos nuestra solidaridad. (…) No queremos ningún tipo de protección, salvo la que nos tiene que velar la Mesa Directiva en términos del fuero. (…) No se protege a una persona, sino a una institución que tiene que fungir como un contrapeso al poder. (…) Él (Ricardo Monreal) es una persona austera que no le gusta tener escolta; él se mueve en su automóvil, es una gente sencilla, vamos a estar con él para que tenga las mejores condiciones de seguridad.
Los medios de comunicación reprodujeron también las condenas generalizadas del intento de asesinato, las felicitaciones a la PGR por la eficiencia de sus tareas preventivas, las exigencias para que las investigaciones llegasen al fondo del asunto, y las manifestaciones de solidaridad de diputados y senadores de todos los partidos representados en el Congreso de la Unión.
A las 8:30 de la noche, Monreal hizo su primer pronunciamiento. En su cuenta de Twitter publicó:
Terminada la sesión en San Lázaro, decidí ir a casa con mi esposa e hijos, mañana declararé, cuando exista más información. Han sido horas difíciles, estamos bien, gracias a Dios y al Santo Niño de Atocha.
Casi de inmediato, el líder de su corriente política, la figura número uno de la izquierda, Andrés Manuel López Obrador, en la misma red virtual hizo su primera manifestación sobre el atentado frustrado contra los Monreal, sin poder contener una nota de escepticismo:
Nuestra solidaridad con David y Ricardo Monreal ¿Cortina de humo, intimidación, terror y de parte de quién?
La noticia del atentado frustrado amaneció en los titulares de primera plana de casi todos los diarios capitalinos. Al mediodía, Ricardo Monreal se dirigió al Palacio Legislativo a donde daría un mensaje sobre los hechos. Una colmena de fotógrafos lo esperaba. Llegó ataviado de luto, traje y corbata negros, tal vez para subrayar el toque macabro de la trama. Lo acompañaban su esposa, María de Jesús Pérez, y sus jóvenes hijas, María de Jesús y Edna Catalina.
Monreal se instaló entonces tras el pódium dispuesto para la conferencia de prensa, miró con expresión adusta hacia las cámaras y micrófonos, y por fin, bajo una lluvia de flashazos, comenzó a hablar sobre el complot para asesinarle, las comunicaciones que sostuvo en los días previos con funcionarios del gobierno, las vicisitudes que le salvaron, y se negó a “especular” sobre quién podría estar detrás de la conjura.
Pero sobre todo se describió, se dijo un hombre limpio traicionado por el destino, víctima de la política y de las dificultades de la vida pública, injustamente insultado por cuestionamientos basados en conjeturas, pero agradecido por la nueva oportunidad que le daba la vida, y magnánimo hasta el punto de conceder sin ambages su perdón a quienes lo querían ver muerto.
Dijo:
Me siento como si hoy hubiera vuelto a nacer. En mi vida nunca he sentido miedo. Lo primero que pasa por la mente es la familia, tus seres queridos, tus amigos. Pero estoy preparado para morir. Cuando estás en la oposición, siempre estás preparado para lo que venga. Yo soy un hombre de adversidades políticas. No ha sido fácil mi vida pública. He sido siempre sometido a cuestionamientos, a veces a insultos, incluso a diatribas o a especulaciones, pero soy un hombre limpio, soy un hombre honesto y por eso estoy aquí. Lo digo con toda honradez: yo no tengo problema con nadie. Aun los que estaban preparando, planeando, yo los perdono. No tengo ninguna dificultad para hacerlo. Dios los ayude a todos. No soy hombre de enemigos. A lo mejor los tengo, pero no lo sé. Lo que sí tengo son adversarios formidables. Todos los que somos políticos tenemos adversarios, pero a nadie considero mi enemigo. Soy un hombre de amigos. Por eso perdono a quienes hayan intentado quitarme la vida.
Las palabras de Monreal recorrieron todo el ámbito mediático nacional, con igual o mayor cobertura que la conseguida por la revelación original dada a conocer el jueves por la PGR. Era el hombre del momento, una figura política de la izquierda lanzada al estrellato mediático por la cobertura de prensa de lo que llamó sus “adversidades políticas”.
Miguel Ángel Osorio Chong, secretario de Gobernación, y el procurador Jesús Murillo Karam, también salieron bien parados de aquel episodio. Monreal les había agradecido por respaldarlo para preservar su vida. “Reconocerlo así ─aclaró─ no desmerece mi carácter de firme opositor”.
Ricardo Monreal todavía concedió entrevistas en los días subsecuentes para dar más detalles sobre el suceso en las que, al parecer, repitió su funéreo indumento, y amplió la información. Cuando se supo que Arturo Guardado Méndez estaba detrás de la confabulación, Ricardo Monreal externó su sorpresa, en una entrevista televisiva con Carlos Loret de Mola, el 9 de abril de 2013:
Yo lo conozco y conozco a la familia y tengo respeto por ellos. Tengo respeto por todos. Parece que hay un cultivo de odio sin justificación.
Se publicaron reportajes y artículos sobre el complot, fragmentos de las averiguaciones, identidades y perfiles de los implicados, entre otras puntualizaciones de la confabulación homicida y del operativo policíaco que la frustró.
Pero conforme pasaron las semanas, el tema rodó a las notas de las páginas interiores de los diarios, hasta salir del todo de las cambiantes agendas de los editores. La dilucidación y esclarecimiento de la conjura para matar a los Monreal quedaron circunscritos al ámbito de los tribunales y del proverbial tiempo cuántico de la justicia mexicana.
A lo largo del proceso surgió información desconcertante, como, por ejemplo, algunos aspectos de la perversión de los procedimientos policíacos, presunciones sin sustento y un número suficiente de inconsistencias como para preguntar si en realidad se configuraba un caso.
De hecho, no era necesario siquiera estar del todo involucrado en el seguimiento del juicio para hallar debilidades en la exposición de los acontecimientos.
Por ejemplo, la versión de los personajes públicos involucrados y la que consignan las investigaciones policiales son coincidentes en cuanto a los hechos y la sucesión de estos. Sin embargo, son divergentes en cuanto a las fechas. Todos los funcionarios que protagonizaron los eventos, incluido el propio Ricardo Monreal, señalan que la tarde en que fue oficialmente descubierto el complot fue la del martes 2 de abril. Pero la averiguación previa de la PGR y la documentación relacionada con las diligencias judiciales indica que ocurrió el miércoles tres.
Cualquiera podría propender a pensar que se trata de un olvido involuntario, pero la aparición pública de los personajes para dar a conocer los hechos ocurrió la misma semana, lo que no daría margen para el olvido o la confusión.
Un detalle clave es que Ricardo Monreal arguye que el caos vehicular ocasionado por una manifestación pública le salvó la vida. Lo curioso es que no hay registro documental de que el martes hubiera una marcha en la ruta entre San Lázaro y la colonia Juárez, y ni siquiera en la ciudad.
Es cierto que eran días de agitación por parte del sector magisterial afectado en sus intereses políticos y económicos por la reforma educativa, es decir, por la Coordinadora General de Trabajadores de la Educación (CNTE). Pero sus protestas se concentraron entonces en Chilpancingo. Las protestas magisteriales en la CDMX comenzarían hasta el jueves, según los reportes de prensa.
En cambio, el miércoles 3 sí hubo marcha en la ruta en cuestión. Una manifestación se interponía en una de las rutas más obvias para dirigirse a la Colonia Juárez desde San Lázaro: un grupo de locatarios del Mercado de Granaditas decidió cerrar la circulación en el cruce del Eje 1 Norte con Avenida Aztecas, para protestar contra la proliferación de vendedores ambulantes a las puertas de su centro de vendimia. Como consecuencia, había quedado cancelada la circulación desde Paseo de la Reforma Norte hasta Anillo de Circunvalación.
Por otro lado, Ricardo Monreal señala que fue la misma noche del día en que ocurrió la manifestación, cuando entró en contacto con los funcionarios del gobierno de Enrique Peña Nieto. El operativo policíaco desplegado para aprehender a los implicados en el presunto complot fue implementado la noche del miércoles y se concretó la detención en la primera media hora del jueves.
En ese caso, la manifestación coincidiría con la fecha en que los agentes del CISEN descubren la conjura homicida, y con la fecha de la implementación del operativo. No obstante, Monreal y todos los funcionarios federales se refieren a que los hechos ocurrieron la tarde del martes.
Otro punto confuso es el encuentro de Monreal con los funcionarios. En su relato fragmentario señala que se reunió con el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio; pero también con el titular de la PGR, Jesús Murillo Karam. Pero resulta que Murillo Karam había salido ya rumbo a Villa del Mar Chile, ese mismo día.
Pero las inconsistencias del caso halladas durante el proceso de los inculpados fueron aún más inquietantes. Para ponerlo en términos llanos, la PGR no pudo probar que los pistoleros detenidos participaran en la supuesta tentativa de homicidio, que pertenecieran a algún grupo delictivo, ni tampoco que hubiesen sido detenidos mientras huían, pues en realidad dormían en sus habitaciones, de donde fueron obligados a salir por la propia policía; pero se corroboró en cambio que sus declaraciones habían sido obtenidas bajo tortura.
La autoridad ministerial tampoco pudo acreditar que Arturo Guardado Méndez, el presunto cerebro de la operación, planeara o pretendiera asesinar a alguno de los Monreal, y de hecho se comprobó sin margen de duda que el teléfono móvil del que salió la llamada interceptada por los agentes del CISEN, a través del cual se sostuvo la conversación que hizo deducir que la vida de Monreal estaba en peligro, se hallaba apagado en que supuestamente fue escuchada.
En suma, el proceso comprobó, en palabras de Ricardo Sánchez Reyes Retana, abogado de los inculpados, que “la PGR hizo un montaje para justificar su captura”.
Parecía un enorme embrollo que, sin embargo, a Ricardo Monreal le había resultado lógico a primera vista, cuando Miguel Ángel Osorio se lo preguntó.
El caso dejaba más preguntas que respuestas, y lo único que había salido a flote y parecía claro era la escabrosa relación entre dos familias. Pues resulta que los miembros de estas no habían sido sólo aliadas políticas de ocasión, sino que se conocían desde los tiempos de su infancia, y ahora guardaban cercanos parentescos entre ellas.
Ricardo Monreal Ávila se había casado con una prima hermana de los Guardado Méndez, nada menos que María de Jesús Pérez Guardado. De modo que los hijos de Ricardo Monreal son sobrinos de los Guardado.
Saúl Monreal Ávila, por su parte, contrajo nupcias a su hora con Guadalupe Pérez Vázquez, otra sobrina de los Guardado. Y además, los vínculos se fueron fortaleciendo a lo largo de los años.
El día de su conferencia portó corbata negra. Foto: Misael Valtierra / Cuartoscuro.com.
Al final, toda la conjura iba a resumirse en una historia de folletín: las familias Monreal y Guardado se conocían desde los años sesenta del siglo XX. Los niños Monreal y los niños Guardado crecieron juntos. Jugaban en los inmensos pastizales de Plateros del Santo Niño. Crecieron, estudiaron, prosperaron juntos. Algunos de los Monreal casaron con algunas de las Guardado. El parentesco, bautizos y compadrazgos, estrecharon los vínculos.
Los Monreal buscaron el poder político. Los Guardado, el poder económico. Cuando tuvieron el poder político, los Monreal consiguieron también el poder económico. Cuando los Guardado tuvieron el poder económico, quisieron el poder político.
En 2009, uno de los Monreal era presidente municipal de Fresnillo. Uno de los Guardado, el suplente. Monreal, el presidente de Fresnillo, quiso ser gobernador y se fue de campaña. Guardado, el suplente, se convirtió en titular, alcalde en funciones.
Llegó entonces la primavera 2013 y la historia del complot para asesinar a los Monreal, un caso que a fin de cuentas, sólo había ocurrido sobre el papel de acuerdo con la verdad jurídica.
Los juzgadores determinaron la absolución de todos los acusados respecto de imputación del delito de tentativa de homicidio. Y en cuanto a José Luis Vázquez y Juan Carlos Esqueda, estos sí fueron hallados culpables de portar armas prohibidas para civiles, pero su pena sería cumplida en libertad.
Y el 19 de mayo de 2015, 25 meses y tres semanas después de haber sido detenido, Arturo Guardado Méndez salió del Reclusorio Oriente de la Ciudad de México, donde las jacarandas, en su ciclo vital imperturbable, nuevamente, florecían.
@estedavid
SEGUNDA ENTREGA DE LA SERIE:
Lunes 3 de julio
Powered by Froala Editor