EMEEQUIS.– Una tormenta de balas inmovilizó a la Suburban en que viajaba el secretario de Seguridad Ciudadana de la Ciudad de México, Omar García Harfuch, con su chofer y su escolta, después de que un camión de caja les cerró el paso. Aún no amanecía. Los relámpagos de las detonaciones proyectaban las siluetas de los vehículos, mobiliario urbano y árboles del entorno.
El traqueteo de las armas y el impacto de los proyectiles contra la Suburban ensordecían, como puede escucharse en las videograbaciones de los hechos.
Más de una decena de pistoleros dispararon sus armas de alto poder al vehículo del funcionario desde las puertas abiertas del camión, incluido un fusil Barret, hecho para la guerra y capaz de alcanzar su objetivo a kilómetro y medio. Esos fueron los primeros disparos. Después, rodearon el vehículo para continuar el fuego en acción envolvente.
En Guerrero.
En menos de 60 segundos, 414 proyectiles de plomo ardiente trituraron la lámina del vehículo, los cristales, los plásticos, y alcanzaron a los ocupantes, que apenas pudieron repeler el ataque. El secretario ordenó retroceder, pero el vehículo ya no respondió.
El escolta recibió 15 tiros y falleció antes de la llegada de los refuerzos que alcanzó a pedir por radio. García Harfuch tenía impactos en tórax, codo y rodillas. Cuando se percibió el ulular de las patrullas cesó el tiroteo. Los pistoleros huyeron.
De la Suburban que aún rezumaba olor a pólvora y lucía parda, retorcida y escarapelada por segmentos, bajó el jefe policial de 37 años. Caminó resuelto y por su propio pie hacia una ambulancia, y pidió un radio para retomar el control de la corporación policíaca y dar instrucciones.
Aquella tozudez no parecía solamente obra de la adrenalina, sino un mensaje directo a los autores del atentado, el Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG), como para decirles que habían fracasado, que los mandos policíacos de la capital del país seguían intocados, que aquel viernes 26 de junio de 2020 no iba a morir nomás porque lo decidiera el líder de esa organización criminal, Nemesio Oseguera.
Al parecer, en el funcionario capitalino había aflorado en aquel instante la vena de su estirpe, cuyo acceso al poder público ha estado enmarcado por una vida entre las ráfagas, la dureza y la polémica.
Pues nada menos, García Harfuch es nieto del general villista Marcelino García Barragán, gobernador de Jalisco en la era de la política entre generales, secretario de la Defensa Nacional durante el diazordacismo, héroe del Estado autoritario, y protagonista indiscutido de la persecución estudiantil de 1968.
Pero además, el funcionario policial es hijo de Javier García Paniagua, excomandante de la antigua policía política, la temida Dirección Federal de Seguridad (DFS), miembro del gabinete lopezportillista, y dirigente nacional del PRI en los ochentas. Su hijo Omar heredó, al parecer, la mano dura, como se vio recientemente en Xochimilco, donde fueron reprimidos manifestantes.
Dicho en lengua llana, Omar García Harfuch es un descendiente en toda regla de la llamada “familia revolucionaria”, reintegrado a la vertiente policíaca del poder en plena guerra calderonista contra las drogas; y quien devolvió a su familia las glorias del mando público con su acceso al gabinete de Claudia Sheinbaum en el gobierno de la capital.
Como a sus antepasados, lo precede la polémica: su conducción de la Policía Federal Preventiva (PFP) en Guerrero en un periodo particularmente sangriento en la entidad, su coincidencia documentada con los autores de la prefabricada “verdad histórica” del caso Ayotzinapa, la presunción de grados académicos años antes de poseerlos…
Hasta sus vínculos afectivos con Ninfa Salinas, hija del dueño de Grupo Azteca, Ricardo Salinas Pliego, han atraído a la prensa.
Y es que antes que matarlo, aquel atentado de 2020 le dio un boleto para la sucesión capitalina de 2024: las encuestas le dan 33% de las preferencias. No lo admite, pero el hijo del general quiere comandar la capital. No obstante, honra la disciplina militar de sus ancestros, pues ha dicho: “Mi compromiso absoluto es con la doctora Claudia Sheinbaum y voy a estar aquí el tiempo que ella ordene”.
Homenaje a García Paniagua.
LA DUREZA COMO PATRIMONIO
Con los pies descalzos y quizá la conciencia desnuda, en los primeros años del siglo XX y de su propia vida, el abuelo paterno de Omar García Harfuch, Marcelino García Barragán, amasaba el lodo para la fabricación de adobes hechos de la tierra de Cuautitlán, Jalisco, una tierra que un día añadiría los apellidos de aquel niño a su nombre: Cuautitlán de García Barragán.
Había nacido en 1895, del matrimonio de Luis García Zamora y Virginia Barragán Plascencia. Don Luis capoteba al destino con la venta incierta de los adobes. Pero murió joven, y las penurias familiares crecieron. Al menos Marcelino había logrado completar la instrucción primaria en la escuela de la maestra María Mares. (Marcelino García Barragán, Una vida al servicio de México, de Héctor Francisco Castañeda Jiménez, Gobierno del estado de Jalisco, México, 1987).
La Revolución se encargó de resolver lo demás. En 1913, a sus 18 años, se unió, con el grado de subteniente, a la brigada del general Maclovio Herrera de las fuerzas villistas, cuando acampaban en el municipio de Tlajomulco. En 1915 se unió al Ejército Constitucionalista y fue ascendido por Venustiano Carranza a capitán primero, en 1917.
En 1920, después de 67 combates, ingresó al Colegio Militar, por intercesión del general Paiulino Navarro, y con ello, a lo que sería más tarde “la familia revolucionaria”: dueños del poder, los negocios, la escalera de las oportunidades. Nada menos, sería oficial de picaporte del presidente Plutarco Elías Calles en Palacio Nacional. Y después agregado militar en numerosas legaciones mexicanas, coronel en la campaña contra los cristeros, jefe de zonas militares.
Cercano al grupo del presidente Lázaro Cárdenas, García Barragán, llamado ya por entonces “El Tigre”, es nombrado director del propio Colegio Militar en 1941 por el presidente Manuel Ávila Camacho, y en 1943 consigue la gubernatura de Jalisco, donde hizo de la colonización de la la costa, y los negocios inmobiliarios, una cruzada. Fue el tiempo en que el mundo llegó a Barra de Navidad.
No terminó su gestión. En 1946, García Barragán había apoyado la campaña presidencial del también general Miguel Enríquez Guzmán, que desafió por primera vez al sistema con una candidatura externa al partido oficial. A su arribo a la presidencia, el ganador, Miguel Alemán, emprendió una purga de gobernadores y uno de los primeros ajusticiados fue el general de Cuautitlán.
“En 1947 le faltaban sólo dos semanas para entregar el poder a su sucesor. Como queriendo subrayar donde estaba el poder ―relata el historiador Enrique Krauze en La presidencia imperial (Tusquest, 1997)― Alemán indujo su desafuero y el nombramiento de un gobernador sustituto. García Barragan interpuso un recurso en la Suprema Corte, pero ésta, manidamente, dilató su consideración hasta el momento en que el gobernador había sido desaforado”.
García Barragán se reincorporó al Ejército y propiamente a la burocracia militar, además de que volvió los ojos a la familia. Había contraído nupcias, en sus 20, con la escritora chiapaneca Dolores Paniagua, de cuya unión nacieron Marcela, Marcelino, Juan y Javier García Paniagua. Unos salieron empresarios, otros políticos, o ambas cosas.
Se decía que Javier era el preferido, quien ya en sus años crepusculares, contó a su amigo, el periodista Julio Scherer, la peculiar educación que le daba el general. Se recuerda colgado de un brazo de un árbol, boca abajo, con el llanto fundido con el sudor:
“Yo temblaba, mis ojos en el machete que empuñaba. —Quédate quieto —me decía mi padre. Sentía fuego, asentado el machete sobre las nalgas. Un golpe sesgado podría desprenderme la carne. Yo cerraba los ojos y apretaba los labios. Imaginaba la muerte sin saber que la muerte existía. Una vez falló apenas “El Tigre” y el golpe cayó de lado. Sangré mucho. Lloraba, rebeldes las lágrimas a mi voluntad. Pero no me quejé ni emití una protesta. —Ve con tu madre —me dijo. Lo miré con amor”.
Nadie sospechaba en los cuarentas, cuando García Barragán fue expulsado de la política alemanista, que dos décadas después volvería para tomar las riendas del Ejército, como secretario de la Defensa Nacional, por decisión de un antiguo protegido de su amigo, el general Manuel Ávila Camacho: el abogado poblano Gustavo Díaz Ordaz, quien asumió, en 1964, la presidencia de la República. La vida era una tómbola, además de una oportunidad para el orden.
García Baragán cumplió entusiasta con las consignas represoras del diazordacismo contra médicos que demandaban mejores condiciones laborales, y contra movimientos estudiantiles que surgieron desde 1966 en todo el país, los cuales culminaron con la violación de la autonomía universitaria de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), el encarcelamiento de miles de univeristarios, y el asesinato de un numero indeterminado de jóvenes, el 2 de octubre de 1968, en Tlatelolco.
Todo había iniciado el 22 de julio, cuando estudiantes de la Vocacional 2 del Instituto Politécnico Nacional y de la preparatoria particular Isaac Ochoterena, culminaron a golpes una partida de fútbol, como ocurría comúnmente, en la plaza de La Ciudadela. Los alumnos de ambas escuelas repitieron el enfrentamiento al día siguiente, y a pesar de que la gresca se registraba en la vía pública, el Cuerpo de Granaderos del gobierno capitalino intervino e ingresó a las Vocacionales 2 y 5, golpeando a su paso lo mismo a estudiantes que a maestros.
Hay cierto desnivel de consenso en que el Ejército y el movimiento estudiantil cayeron en la trampa del secretario de Gobernación, Luis Echeverría, quien operó para presentarse como el gran desarticulador del movimiento estudiantil a ojos de Díaz Ordaz, y alzarse así con la nominación priísta a la presidencia.
La ficha dedicada al Ejército en el diccionario Milenios de México de Humberto Musacchio (Raya en el agua, 1999), señala que a García Barragan “según distintas versiones, quisieron convencerlo de que asumiera la presidencia ante la manifiesta ineptitud de Díaz Ordaz para resolver políticamente los conflictos”. Pero lo habría rechazado.
El libro Parte de Guerra (1999), basado en el archivo personal de García Barragán, y escrito por Carlos Monsiváis y Julio Shcerer, es marcado por una noción transversal: la desmesura de la reacción del poder ante la movilización estudiantil. Scherer reproduce la apuesta de trascendencia del jefe militar de Díaz Ordaz, expresada en sus expedientes personales:
“Para la historia, que ésta se escribe a largo plazo>, asienta el general Marcelino García Barragán en la hoja inicial de una carpeta negra, delgada. Eje y razón del documento es el parte militar del dos de octubre de 1968. Asoman en él los primeros recelos: ‘movimientos sospechosos’, ‘francotiradores emboscados’. También asoma una forma de locura en la ríspida literatura castrense. Sólo entre los concurrentes al mitin fueron capturadas dos mil personas”.
Marcelino García Barragán con Díaz Ordaz.
GARCÍA PANIAGUA: HEREDERO DE ASPIRACIONES POLÍTICAS
“Mi moral es la de un soldado (…). Así fui educado. Respeto a las instituciones y la lealtad al superior. No sé más. Pero con esos materiales se construye un hombre acreedor a la confianza”, dijo Javier García Paniagua a Julio Scherer. en entrevista para el libro ya citado.
Y, en efecto, fue un hombre del sistema. Creció bajo el fuste de su padre, el general. Por lo demás, era también uno de los príncipes de la milicia. En pie desde las cuatro de la mañana, levantaba pesas, cabalgaba en las instalaciones del campo militar, y departía en los comederos y salones del poder.
Inició su carrera política relativamente tarde: en 1970, a los 35 años, cuando consiguió ser senador por Jalisco. Pero fue en el sexenio de José López Portillo cuando su trayectoria despegó y trazó una ascendente y vertiginosa línea fugaz.
Al arranque del sexenio (1976), asumió la comandancia de la Dirección Federal de Seguridad (DFS), la policía política del gobierno. Desde ahí, espió a opositores, sindicalistas, disidentes, actores, y a políticos de todos los signos.
Pero según Jorge Castañeda (La herencia, 1998), sus principales propósitos eran “terminar de limpiar los restos de movimientos armados aún activos en el país”, como la Liga 23 de Septiembre; y servir de cuña a los grupos residuales echeverristas, representados por Fernando Gutiérrez Barrios.
Dice Castañeda: “García Paniagua cumple ambos propósitos admirablemente: sabía seguir órdenes sin realizar preguntas comprometedoras”.
Su lealtad le valió ser ascendido a subsecretario de Gobernación, en 1978, bajo el organigrama de Jesús Reyes Heroles. De ahí saltó a secretario de la Reforma Agraria, en 1980, y al año siguiente fue designado líder nacional del PRI. Fue entonces cuando comenzó a tejer sus sueños presidenciales.
Volviendo a Castañeda, éste es escéptico sobre la existencia real de la precandidatura del jalisciense: “José López Portillo repite hasta la saciedad que, al final, permanecieron en la contienda dos aspirantes: Miguel de la Madrid si el problema (del cierre de sexenio) era económico; García Paniagua, si era político”.
EL autor de La Herencia es suspicaz: “Por tratarse de un hombre recio, vengativo, proclive a los métodos de fuerza y violencia, no se pudo desenmarañar posteriormente el engaño: Ni López Portillo ni nadie podía abiertamente confesar que García Paniagua nunca había figurado” como finalista.
Años después, García Panigua dijo a Julio Scherer, con inocultable nostalgia: “Me alejé de la política, porque me aparté de los personajes que la procuran para su provecho. Veo lo que a nadie se le oculta: rapiña o engaño, rapiña y engaño. La banda presidencial es ya sólo una seda hermosa”.
Omar (arriba) con su madre María Sorté.
VUELVEN LOS GARCÍA
A finales de los 70s, García Panigaua casó en segundas nupcias con la actriz chihuahuense María Harfuch Hidalgo, de raíces mediorientales, cuyo nombre artístico es María Sorté. Por entonces, Sorté era una popular protagonista de producciones de cine y televisión. Trabajaba en la telenovela “Colorina”, producida por Valentín Pimstein.
El matrimonio duró pocos años, pero procrearon a Adrián y a Omar Hamid García Harfuch. Este último es quien retomó la vena política de su padre y su abuelo. Nacido en 1982, ingresó a la vida pública con el pie derecho, a los 26 años de edad, el 1 de septiembre de 2008, cuando fue designado jefe de departamento de la Coordinación de Inteligencia para la Prevención del Delito de la Policía Federal preventiva
No había concluido, por entonces, su formación académica. En realidad, fue hasta 2018 cuando se tituló por sus dos licenciaturas: en derecho (Universidad Continental) y en seguridad pública (Universidad del Valle de México). Y en 2022, obtuvo la maestría en administración pública (Universidad del Valle de México), de acuerdo con consultas de EMEEQUIS de las cédulas profesionales respectivas.
Según la periodista Anabel Hernández, García Harfuch “entró a la PF con la ayuda y protección del jefe policiaco Luis Cárdenas Palomino, brazo del entonces secretario de Seguridad Pública Federal, Genaro García Luna, ambos acusados en Estados Unidos de operaciones de narcotráfico y complicidad con el Cártel de Sinaloa y los Beltrán Leyva”.
Asegura: “Cuando García Harfuch entró a la cofradía policiaca, sus integrantes ya estaban involucrados en el crimen organizado. Aunque tenía el cargo de suboficial, García Harfuch fungía en realidad como una especie de ‘valet’ de Cárdenas Palomino: le cargaba el portafolio, lo llevaba a limpiar los zapatos y su ropa sucia a la lavandería, afirman compañeros suyos que lo vieron”.
De diciembre de 2012 a agosto de 2014, García Harfuch fue Coordinador Estatal de la Policía Federal en el estado de Guerrero. Estuvo asignado a la División de Gendarmería para apoyar el diseño del despliegue de dicha corporación y la puesta en marcha de sus operaciones. Y fue uno de los mandos más relevantes del esquema “Guerrero Seguro”.
Anabel Hernández fue de las primeras en implicar a García Harfuch en la construcción de “la verdad histórica” manufacturada por el extitular de la Procuraduría General de la República (PGR), Jesús Murillo Karam, sobre la desaparición de los normalistas de Ayotzinapa, cosa que el jefe policíaco ha negado, arguyendo que se hallaba destacado en Michoacán, y que no volvió sino hasta principios de octubre a Guerrero.
Pero son justo las fechas cuando comienza la construcción de la versión peñista sobre la desaparición de los estudiantes.
En mayo pasado, el diario El País publicó documentos de la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena), “que sitúan a Omar García Harfuch en Iguala (Guerrero) el 7 y 8 de octubre de 2014, en las primeras reuniones conocidas entre autoridades federales y estatales por el Caso Ayotzinapa”. García Harfuch era entonces comisario en la división de Gendarmería de la Policía Federal.
Dijo al respecto, en 2021: “Lo que sí fue muy doloroso fue, en el caso del lamentable hecho de los jóvenes de Ayotzinapa, porque simplemente que te puedan involucrar con el caso más triste para nuestro país, pues claro que eso le pega a quien sea, no sólo a mí, a tus seres queridos, a todos. Eso sí fue para nosotros, cuando salió la primera vez, en el 2017, si fue primero un impacto, y aquí estamos para aclarar lo que se tenga que aclarar”.
El caso es que en 2015 asumió la dirección de la División de Investigación de la Policía Federal. En 2016, asumió el cargo de titular de la División de Investigación de la Policía Federal y en un rápido ascenso, fue titular de la Agencia de Investigación Criminal (AIC) de la extinta PGR.
El 3 de junio de 2019 presentó su renuncia a la AIC, para desempeñarse como Jefe General de la Policía de Investigación de la Procuraduría General de Justicia de la Ciudad de México. En octubre de ese año fue nombrado Secretario de Seguridad Ciudadana de la administración Sheinbaum.
Sólo ocho meses después vino el atentado, que inesperadamente lo catapultó a las encuestas electorales: Enkoll le daba en noviembre el 33% de las preferencias de los capitalinos en la competencia por la Jefatura del Gobierno de la Ciudad de México en 2024.
Por lo pronto, tiene las simpatías de un sector que no era tan poderoso desde los tiempos de su abuelo: los generales. Y Claudia Sheinbaum ha dicho que García Harfuch es un gran líder de la policía. Se ha comentado en el círculo de la Jefa de Gobierno que el secretario también es un proyecto de largo plazo, para 2030.
Pero Harfuch ha declarado que eso no le interesa. Dijo en 2021 al ya mencionado periódico El País: “Nosotros nos limitamos de la parte política, nosotros somos un equipo técnico, por eso digo nosotros, el equipo que viene de la Policía Federal conmigo, de la Agencia de Investigación Criminal, y los compañeros que me encontré aquí, que son extraordinarios, el equipo que compone la secretaría: estamos ajenos a la política, nosotros somos un equipo muy técnico que está dedicado al tema de seguridad y al tema de ayudar a la procuración de justicia a la Fiscalía”.
Y remató: “Mi compromiso absoluto es con la doctora Claudia Sheinbaum y voy a estar aquí el tiempo que ella ordene”.
@estedavid
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