EMEEQUIS.― Cuando César Yáñez vio a Alejandro Esquer cruzando muy campante aquel patio de Palacio Nacional en el que se encuentra la oficina de AMLO, la sangre le saturó de súbito el rostro, y al instante dio pasos más largos para alcanzarlo, mientras su voz y sus palabras se expandían, potenciadas por el rebote contra la oquedad de las bóvedas de cantera y tezontle: “¡Ven acá hijo de la chingada!”.
Se le fue encima “como tromba”, para usar una expresión de Gonzalo N. Santos. El intercambio de puñetazos alertó al personal que asomó, uno aquí, otro allá, para averiguar de dónde provenía el alboroto.
Nadie sabe cómo acabó el encuentro, pero no es improbable que la guardia presidencial haya intervenido para evitar que se prolongara aquel episodio de tinacal en la guarida misma del poder obradorista.
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Los hechos ocurrieron en los primeros meses de la gestión, cuando Yáñez, sombra de Andrés Manuel López Obrador por un cuarto de siglo, se hallaba congelado “en una oficina sin actividades” ―según relato de su exesposa, Elena Chávez―, por haber incurrido en el error de haber celebrado sus segundas nupcias a todo lujo y con portada de la revista Hola! incluida, en vísperas del arranque del “gobierno de la austeridad”.
Las primeras versiones sobre la riña llegaron al periodista Mario Maldonado. Otras referencias consultadas no alteran sustancialmente los pormenores del combate de los dos sexagenarios. El columnista escribió: “La rabia del exvocero y amigo de López Obrador era porque se había enterado de lo que hablaba sobre él con el presidente”.
Al parecer, Yáñez estaba convencido de que Esquer le había envenenado el alma al tabasqueño para arrebatarle su destino: ser el principal operador de la presidencia en la era de AMLO.
En cualquier caso, era evidente la transformación del antiguo vocero, suave y reservado, raramente abrupto, sencillo, discreto, y leal hasta las últimas consecuencias, que describen los periodistas que lo trataron desde 1988, cuando apareció en el círculo inmediato de Cuahtémoc Cárdenas y después, cuando fue transferido al macuspanense, al arranque del periodo de este como dirigente nacional del PRD, en 1996.
Traspuestos los años de ascenso, en 2018 comenzaba a aflorar un Yáñez más soberbio y ambicioso, a veces tan autoritario como su jefe.
A partir del testimonio de periodistas que en diferentes periodos cubrieron actividades de Cárdenas y López Obrador, EMEEQUIS reconstruye el perfil del antiguo vocero, que desde su suntuosa boda de 2018, y con más fuerza a partir de la publicación del libro de su exesposa, “El Rey del Cash”, se ha convertido en uno de los demonios favoritos del obradorismo, el tótem propicio ante el cual maldecir el destino, para un movimiento que se soñó gesta, pero devino culebrón.
LA CAÍDA DEL PARAÍSO TRICOLOR
La familia Yáñez Centeno fue hasta la década de los 50s una estirpe que formaba parte de los círculos de poder en Colima. Leonardo Yáñez Centeno Córdoba ―de acuerdo con el diccionario Mexican Political Biographies, 1935-2009, del politólogo Roderic Ai Camp― fue alcalde de la Ciudad de Colima en 1914, y llegó a diputado local en 1917.
Los Yáñez Centeno eran originarios de Villa de Álvarez, municipio en el que don Leonardo fundó su familia al lado de doña Sara Rangel Arroyo. De aquella unión, nació en 1909 Francisco José Yáñez Centeno, quien cursó estudios de profesor en la Escuela Normal de Colima y más tarde se tituló en leyes por la Universidad de Guadalajara, con una tesis sobre “la importancia del derecho en las relaciones internacionales”.
Inquieto, Francisco José era “de conformidad con gente que lo conoció y trató, un hombre culto y bohemio que lo mismo daba clases de derecho en la Universidad Popular de Colima, que componía un poema a las muchachas de Villa de Álvarez, y que, de experto litigante, pasaba a incursionar en los amarillentos papeles de los archivos locales en busca de datos para la Historia”. (El día en que las mujeres colimotas salieron a votar por primera vez, Abelardo Ahumada, Diario de Colima, 19 de octubre de 2003).
De hecho, dio clases de introducción al derecho y teoría del estado, así como de literatura hispánica, en la Universidad Popular de Colima. Además, ejerció el periodismo en Colima y Jalisco. Fue jefe de redacción de El Horizonte de Colima y editor de El Heraldo en los años 40s del siglo pasado en Guadalajara (Ai Camp).
Abelardo Ahumada, cronista del municipio de Colima, agrega datos sobre la actividad periodística de Francisco José Yáñez Centeno, pues detalla que el periodista y abogado se desempeñó como “colaborador, primero, del Ecos de la Costa, y como director, después, de El Demócrata, un periódico semanario que se publicaba bajo la razón social del PRI”.
Su filia, y su apellido, le proveyeron también a Francisco José Yáñez Centeno Rangel una carrera política y administrativa: fue secretario del ayuntamiento de Manzanillo, jefe de la Defensoría de Oficio del estado, y Procurador General de Justicia del Colima en el gabinete del gobernador Manuel Gudiño Díaz.
Francisco José contrajo nupcias con Hermelina Cabrera Gudiño, proveniente de una familia política de Villa de Álvarez. De aquel connubio nacieron Bertha Lucrecia, Claudia, Ismael, Rolando y César Yáñez Centeno Cabrera, el vocero de AMLO.
Ismael Yáñez Centeno, exdiputado y notario.
En 1951, el abogado Francisco José Yáñez Centeno Rangel alcanzó una diputación local a la XXXV Legislatura de Colima, y la presidencia misma de ese órgano legislativo. Eran los años de consolidación del régimen posrevolucionario priísta, fuera del cual no había oportunidades de poder público.
El abogado Francisco José Yáñez Centeno, padre de César Yáñez
Gobernaba entonces el estado, el general Jesús González Lugo, y en la entidad se suscitó una intensa agitación política que culminó con una disputa entre el Congreso local y el jefe del Ejecutivo colimense.
La diputación estaba integrada por Francisco José Yáñez Centeno, José Serratos Aguilar, Antonio Moreno Díaz, Fortunato Gallegos, J. Trinidad Castillo, Francisco Pérez de León y Miguel Fuentes Salazar, y declaró separado de su cargo al gobernador González Lugo, el 18 de marzo de 1951. Nombraron como gobernador sustituto al líder de la Cámara, el abogado Yáñez Centeno (El Universal, 20 de marzo de 1951).
Notificación de desafuero del gobernador de Colima, 1951
La legislatura, con Yáñez Centeno al frente, se atrincheró en el Hotel Casino de la capital colimense, al que declararon “residencia oficial”. En tanto, el general González Lugo, gobernador desaforado, continuaba en el palacio del gobierno.
“La federación”, es decir, el presidente Adolfo Ruiz Cortines, no reconoció el desafuero. El mandatario primero mandó un operador político para arreglar paradas con la legislatura local y luego mandó llamar a Yáñez-Centeno, quien aún en la Ciudad de México mantuvo su posición.
“El gobierno federal no ha reconocido la determinación de la cámara local y el Oficial Mayor de Gobernación, licenciado Enrique Rodríguez Cano, que estuvo en Colima, trató de resolver la situación, pero al parecer todo arreglo era sobre la base de reconsiderar el desconocimiento del gobernador, cosa a la que se negó al legislatura. El licenciado Yáñez Centeno, durante su estancia en esta capital, seguirá tratando el problema con las altas autoridades, aunque expresó que no duda que la autonomía del estado no será violada y que el gobierno federal se mantendrá respetuoso de las leyes”, reportó El Universal el 26 de marzo.
Pero la única ley que se respetaba era la del presidente de la República. A saber cuáles fueron los términos en los que le explicaron a Yáñez la autonomía de los estados, pero finalmente “la federación” se impuso sobre lo que fue tomado como una rebeldía de los legisladores priístas colimenses.
El desafuero había durado dos semanas, al cabo de las cuales fue “restituido” el gobernador Gonzalez Lugo, que jamás había salido del palacio de gobierno. Todos, legislatura y gobernador, terminaron sus respectivos periodos legales en 1955.
A los rebeldes se les castigó con el ostracismo irrevocable. A Yáñez Centeno le quedó la satisfacción de haber promovido la reforma del artículo 87 de la constitución local el 17 de marzo de 1950, para reconocerle a las mujeres el derecho a votar y ser votadas.
EL RECLUTAMIENTO CARDENISTA
En 1988, todavía de 25 años, César Yáñez Centeno Cabrera se integró a la campaña presidencial del opositor Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, como auxiliar de prensa. El joven colaborador había cursado estudios de comunicación en la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM).
Su llegada al círculo inmediato de Cárdenas no era obra de la casualidad: provenía de una familia con prosapia política, académica y periodística. Encarrilar de nuevo a su linaje en la senda del poder habría sido un propósito inspirador. El cardenismo, por entonces, se concentraba en reclutar al priísmo inconforme o marginado en los estados del país.
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De la familia Yáñez Centeno Cabrera, hasta entonces, sólo Ismael, abogado, había conseguido alguna notoriedad en la política. Había sido director del Centro de Estudios Políticos, Económicos y Sociales (CEPES) del comité estatal del tricolor en Colima, y ya era, como lo sigue siendo, notario en la entidad, única herencia del capital político de sus mayores. En 1983 se había mudado al PARM, cuando el tamaulipeco Carlos Cantú Rosas iniciaba una dirigencia que duraría diez años en ese partido.
En 1988, Cantú puso a disposición de Cárdenas Solórzano al PARM, que fue el primer partido que postuló al michoacano como candidato presidencial, en torno al cual comenzó a organizarse el Frente Democrático Nacional (FDN).
De ese movimiento, Ismael Yáñez resultó candidato a diputado federal. César se coló como auxiliar de prensa del candidato presidencial.
“Decir ‘equipo de comunicación’ sería un exceso, porque nada más lo integraban dos personas, Armando Machorro y César”, recuerda el periodista Arturo Zárate Vite, quien por entonces cubría las actividades del candidato del FDN como reportero de El Universal.
Zárate Vite rememora: “Ambos hacían la cobertura de los actos de campaña. Por la forma en que se desempeñaban, el primero tenía la principal responsabilidad y estaba más cerca del ingeniero”.
Dice que Machorro hacía las relaciones públicas con los periodistas mientras que Yáñez se encargaba de la talacha: “César Yáñez se concretaba a realizar su trabajo, la tarea que le era asignada por Machorro. Discreto, parco. Sacaba o transcribía versiones de entrevistas que le hacían al ingeniero. A veces me parecía que participaba en misiones de logística o actividades no propias del contacto con la prensa”.
Zárate comenta a EMEEQUIS: “Éramos muy contados los que cubríamos la campaña de Cárdenas: El Universal, UnoMásUno, La Jornada, nada más, todos cabíamos en la misma camioneta”.
Recuerda que mientras Machorro bromeaba con el puñado de reporteros, César se mantenía apartado y jamás se mezclaba en la bulla: “Era más serio, más rígido, pero también cordial y disciplinado”.
De aquella campaña, su hermano Ismael Yáñez resultó diputado a la LVI Legislatura federal (1988-91).
LOS AÑOS DE MONTERREY 50
Tras la campaña presidencial de 1988, sobrevino la fundación del PRD. Cuauhtémoc Cárdenas encabezó el primer comité nacional de ese partido por un periodo de casi cuatro años (1989-1993), pero César Yáñez no figuró en esa etapa.
Fue hasta 1994 cuando, bajo la presidencia de Porfirio Muñoz Ledo en el comité nacional del PRD, Yáñez Centeno reapareció en las labores de atención a medios, pues se integró como jefe de prensa de esa organización política. No era extraño, pues Muñoz Ledo era su cuñado en aquella época, ya que estaba casado con Bertha Yáñez Centeno, hermana de César.
Fue una etapa importante, pues Cuauhtémoc Cárdenas contendía por segunda ocasión por la presidencia de la República, y Yáñez estaba de nuevo en la coordinación de medios de una campaña nacional, aunque ahora desde la institucionalidad partidista.
Joven aún, con 32 años, pero más curtido, César Yáñez continuó en su puesto después del proceso electoral. Se le hallaba en su oficina de Monterrey 50 que, como todos los periodistas de la época recuerdan, era la primera con la que topabas al llegar a la sede perredista.
Y en agosto de 1996, cuando Muñoz Ledo pasó la estafeta de la dirección nacional del PRD a López Obrador, César Yáñez se quedó en la jefatura de prensa. Para todo el que rondara aquellas oficinas, asistiera a los eventos, o viera en desempeño conjunto a Obrador y a Yáñez, le resultaría evidente que habían hecho clic de inmediato. Ambas personalidades se ajustaron tanto en el aspecto operativo como en los intereses políticos.
En 1997, cuando el PRD postuló a Cuauhtémoc Cárdenas a la jefatura de Gobierno del entonces Distrito Federal, fue un momento de total imbricamiento entre Yáñez y el tabasqueño.
Los partidos opositores al PRI habían comenzado a beneficiarse de la reforma de 1996, que dotó de autonomía de gestión e independencia del gobierno al organismo encargado de organizar las elecciones, el Instituto Federal Electoral (IFE).
En el estado de México habían ganado decenas de municipios en ese año, donde el órgano local también se había “ciudadanizado”, y en 1997 no sólo ganarían la jefatura de Gobierno capitalino, sino que la oposición alcanzaría una representación de 57 diputados federales, nunca antes vista hasta entonces para la izquierda. El futuro lució prometedor desde entonces para la dupla de López Obrador y Yáñez.
Comenzó ahí un proceso que se profundizaría con los años. Un testimonio ofrecido a EMEEQUIS de manera anónima por uno de los periodistas que cubrían las actividades del partido del sol azteca, apunta: “Durante la campaña de Cuauhtémoc Cárdenas se dividió muchísimo el equipo del candidato y el de la dirigencia del PRD”.
Pinta a Yañez como un perfil eficiente y multitarea, aunque con frecuencia distante: “Ya en la presidencia de López Obrador en el PRD, César era el jefe de prensa pero en realidad era su todologo, hacía muchas funciones, hacía su trabajo de jefe de prensa pero también tenía otras responsabilidades logísticas, y todo el tiempo estaba con él. Eso sí, López Obrador era un cuate que siempre llegaba tarde, muy tarde, a la una o dos de la tarde, estaba un ratito y se iba. Me imagino que porque su trabajo era de mucha grilla, siempre por fuera, siempre los buenos restaurantes, las buenas comidas, el trabajo político, pero César siempre al pie del cañón, muy aplicado”.
Y al parecer, sabía su oficio: “Tenía un manejo con los medios en el que siempre sabía salir por la tangente. Por ejemplo, llegaba a las dos, prometía una entrevista de López Obrador con los medios a las cinco, y a las cinco pues estaba desierto ahí. No siempre había qué decir, y César sabía que el desgaste en medios no era conveniente. Lo que sí recuerdo es que a diferencia de mucha de la gente del PRD, que en general se veía siempre muy desaliñada todo el tiempo, César y Rosario Robles eran de los que siempre estaban bien planchados y bien ataviados. César vestía muy bien, casi siempre vestía casual, pero con ropa de calidad, bien vestido”.
Coincide Rivelino Rueda, quizá el único periodista que cubrió las tres campañas presidenciales de López Obrador: 2006, 2012, 2018. También cree que César Yáñez contrastaba con el estilo de la mayor parte de los personajes del PRD. Recuerda sus camisas y zapatos de vestir, sus pantalones de lona o gabardina.
“Era muy fino ―comenta a EMEEQUIS―, reservado, de bajo perfil, marcaba distancia pero era amable, se llevaba bien con los reporteros de la fuente, nunca intentaba filtrar información, pero sí elegía (entre los reporteros de la fuente diaria) a quién compartir determinada información que no le daba a todos”.
PROMESA INCUMPLIDA
César Yáñez acompañó hasta el último día de su liderazgo formal en el PRD a López Obrador, en 1999. Para entonces ya se hallaba fusionado a la carrera política del tabasqueño, era su sombra, su desdoblamiento. De modo que su tránsito a la coordinación de medios en la campaña de AMLO por la jefatura de gobierno del Distrito Federal se dio de manera natural en 2000.
El tabasqueño hizo una campaña intensa a pesar de llevar la ventaja desde un principio, y Yáñez le siguió el paso, habituado ya al ritmo de su jefe, ambos ya muy curtidos y con la sinergia del trabajo conjunto de los últimos cuatro años.
El vocero colimense, ya de 38 años, aspiraba, desde luego, a la dirección general de Comunicación Social del gobierno capitalino. Llegó la elección, llegó el triunfo y llegó la toma de posesión. Pero el nombramiento no llegó para Yáñez.
Obrador decidió nombrar a la coahuilense Ana Lilia Cepeda en el cargo anhelado por Yáñez. Su exesposa, Elena Chávez González, a quien había conocido como reportera de Ovaciones en la fuente que cubría el PRD en 1997, describe en su libro, “El Rey del Cash” (Grijalbo, 2022), el fuerte golpe que representó para Yañez ser excluido de la plana mayor del gobierno del Distrito Federal.
“César me buscó y soltó un torrente de lágrimas de decepción a causa de la ingratitud”, relata. Dice que Yáñez incluso se planteó la posibilidad de renunciar. “El flamante jefe de gobierno lo había nombrado tan sólo como director de Información, porque tenía compromisos con otras personas que lo habían apoyado”, refiere Chávez.
En febrero de 2002, Cepeda fue nombrada directora del Fideicomiso para el Rescate del Centro Histórico, y César Yáñez ocupó por fin el puesto por el que había trabajado. Desde ahí enfrentó las crisis que asolaron a la administración de López Obrador en el gobierno de la Ciudad de México, como los sucesivos escándalos de corrupción: René Bejarano, Carlos Ímaz, René Ponce.
También desde esa trinchera atestiguó el proceso de intento de desafuero contra AMLO y el emplazamiento a la primera campaña presidencial.
También, de acuerdo con su exesposa, Yáñez quedó atrapado en esa red de corrupción que al parecer era, y es, sistémica en la operación política del grupo en el poder. Y trabó fuerte relación política y de amistad con un personaje central, la directora de Difusión, Beatriz Gutiérrez Müller.
ENFERMEDAD Y CAMPAÑA
En 2005, César Yáñez Centeno, a sus 43 años, presentó cáncer de garganta. No se le conoce el vicio de fumar. Pero acaso fuera un fumador pasivo.
El periodista Rivelino Rueda, que cubrió las tres campañas presidenciales de Andrés Manuel López Obrador, y por doce años sus impetuosas giras por el país, para el periódico El Financiero, cuenta que en febrero 2014, en una pausa de los incesantes recorridos, preguntó al vocero, en corto, por la salud del tabasqueño.
Yañez respondió que estaba muy bien, en especial después del infarto. El 3 de diciembre de 2013, Obrador sufrió un infarto al miocardio y a las 3:13 de la madrugada fue operado de emergencia en el hospital Médica Sur de la Ciudad de México, bajo pronóstico incierto. Al final, los médicos consiguieron destapar una arteria coronaria, pero salió del quirófano todavía bajo reporte de “delicado”.
Y se fue recuperando. Después de recordar el episodio, Yáñez y Rivelino coincidieron en un comentario: “¡Y después de tantos años de fumar!”.
En efecto, confirma Rivelino, AMLO fumaba compulsivamente: “Fumaba Raleigh. Nunca en público, siempre cuidando de hacerlo lejos de las cámaras. Pero en los trayectos por tierra, en la camioneta, aprovechaba para fumar”.
Después del infarto era aún más el cuidado de ese tema. No obstante, Rivelino Rueda recuerda una noche en Culiacán, en 2016, el ya dirigente de Morena se hallaba negociando posiciones con dirigentes locales.
La disposición del hotel permitía estar al tanto, pues se componía de bungalows, habitaciones aisladas. “Cuando salieron de la reunión, salió también una nube de humo, y se veía un cenicero desbordado de cigarros”.
El caso es que, según la exesposa de César Yáñez, López Obrador la mandó llamarla para hablarle de la enfermedad de su marido:
“César no es solo mi colaborador, sino mi hermano, me dijo López Obrador en abril de 2005, unos meses antes de que renunciara a su cargo de jefe de gobierno. En aquellos días me mandó llamar a su oficina luego de enterarse de que su amigo padecía cáncer de garganta. Me pidió que cuidara de su salud día y noche. Él se encargaría de pagar la cuenta de la operación y posteriormente de las radioterapias que le hicieron en el hospital privado Médica Sur. Con el cáncer, el miedo a morir y sin la posibilidad de acompañar a su jefe en la inminente campaña, obviamente el ánimo de César estaba por los suelos. No obstante, meses después logró recuperarse”.
Dice Chávez que en julio de 2005, al final de su último informe como Jefe de Gobierno del Distrito Federal, “entre miles de seguidores, el hoy presidente le pidió a César que subiera al estrado, donde lo abrazó durante largos minutos. Nadie, sólo López Obrador, Joel Ortega Cuevas —mi jefe en ese entonces— y yo sabíamos que ese abrazo era para animarlo a superar el cáncer”.
CAMPAÑAS PRESIDENCIALES
Rivelino Rueda comparte algunas estampas sobre la simbiosis entre AMLO y César Yáñez. Recuerda que el colimense no era afecto, por cierto, a pararse en los templetes, durante los mítines de AMLO, sino que, discreto, se mantenía al margen, salvo para presionarlo para que no excediera los tiempos de la agenda.
Cuenta también el periodista que, en efecto, como lo relata Elena Chávez, Yáñez era el encargado de recoger peticiones, sobres y regalos que le daba la gente: “A veces lo veías cargando una montaña de regalos”.
Según la exesposa de Yáñez, el secretario particular de AMLO, Alejandro Esquer, habituado a hacer negocios grandes y pequeños, comercializaba los obsequios:
“A lo largo de los seis años de la segunda campaña presidencial (2012), López Obrador acumuló en su oficina una cantidad impresionante de regalos que le daban en las giras. Alejandro Esquer ordenaba que los de gran valor económico se enviaran al domicilio del tabasqueño, y los más corrientitos, esos del pueblo bueno, los ponía a la venta en el garaje. Un día que fui a la casa de campaña para comer con César me encontré con la sorpresa poco agradable de ver el garaje de la casona convertido en un puesto de artículos para vender. Había de todo: libros, sarapes artesanales, cinturones, playeras, camisas, muñecos, peluches, vasos, platos, paraguas y hasta zapatos duros de suela de cuero, que nadie quería. ¡No podía creerlo! Los modestos obsequios que recibía el abanderado presidencial estaban a la venta de nueve de la mañana a seis de la tarde, y como gancho decían que eran artículos pertenecientes al popular político tabasqueño. Cuánta miseria interior había en el secretario particular de AMLO que hasta los más humildes regalos los vendía como si no tuvieran ni un peso para la campaña”.
Rueda confirma, como todos los testigos de la relación de estos personajes, que en efecto López Obrador y Yáñez tenían una relación simbiótica. Durante las dos primeras campañas presidenciales, el grupo inseparable eran Andrés, Nico y César, en las camionetas de viaje.
Los recuerda también, ya en 2018, un día antes del cierre de campaña en el Estadio Azteca, afinando en el avión el discurso central de ese evento: “Siempre se sentaban juntos en los aviones, y esa vez estaban detallando el discurso del cierre de campaña, hacían anotaciones, se comentaban frases, César sugería, AMLO asentía”.
Rivelino Rueda también apunta un detalle crucial. El César Yáñez fino y amable se había ido transformando poco a poco. Menudeaban la soberbia y los desplantes en el equipo obradorista, y Yáñez no era la excepción: “Ya se sentían seguros, ya se sentían del otro lado, en la presidencia”.
Relata que en la tercera campaña, Yáñez le compartió por WhatsApp detalles de un itinerario y ruta que seguiría al día siguiente el candidato, y a su vez, Rivelino lo compartió a un compañero de Canal 11.
Al enterarse, Yáñez reclamó al reportero de El Financiero por haber compartido la información. Rueda le explicó que no entendía por qué se molestaba de esa manera, y el vocero respondió que se trataba de información “privada”. Aún más desconcertado, el periodista preguntó cómo podía ser privada si se trataba de un itinerario del candidato que los medios estaban cubriendo. Pero al parecer eso le enfureció aún más.
“Al final le pedí disculpas, porque nos faltaban tres meses de campaña”, dice el periodista.
EL RETORNO AL PARAÍSO Y LAS PUERTAS DEL INFIERNO
Si la suya era una biografía marcada por el impulso de reinstalar su linaje en la senda del poder, César Yáñez Centeno Cabrera podía darse por satisfecho en 2018; se había convertido en el personaje más poderoso de su generación familiar.
Pero además, había posiciones para varios integrantes del clan. Su hermano Ismael ya había sido diputado federal, por el PRD. Su hermana Bertha, la exesposa de Porfirio Muñoz Ledo, tuvo la distinción, por parte de AMLO, de ser mencionada como probable candidata de Morena, en 2015, al gobierno de Colima.
Otra hermana, Claudia, llegaría a diputada federal por Morena de 2018 a 2021 y en este último año sería candidata de Fuerza por México al gobierno de Colima. Su hermano Rolando obtendría el nombramiento de delegado de la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE) en Colima al arranque del gobierno obradorista. Hasta su ahora exesposa, Elena Chávez González, había tenido posiciones en el gobierno, por ejemplo, la subdirección de Relaciones Interinstitucionales de Comunicación Social del gobierno capitalino.
La trayectoria del disciplinado vocero hasta el momento del arribo al poder del grupo político al que pertenece, el de AMLO, había sido un éxito. Quizá era hora de dejar de lado formalidades.
A principios del otoño de 2018, cuando se desarrollaba la transición entre los gobiernos de Enrique Peña Nieto y de López Obrador, César Yáñez Centeno decidió contraer segundas nupcias.
@estedavid
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