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Van 33 años sin justicia: primer caso de ataque con ácido en México

Ocurrió la noche del 9 de noviembre de 1988. Dos hombres le rociaron ácido sobre el rostro y la arrojaron a un río. “Pienso que ellos se querían deshacer de mí completamente”. Es el primero de este tipo de ataques registrado en México. María no había contado su historia de manera pública hasta ahora.

4 / 06 / 22
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EMEEQUIS.– Tenía 20 años cuando Alejandra dejó de vivir. Ahí comenzó la supervivencia de María. Se trata de la misma persona, pero con el intercambio de sus nombres (Alejandra María López Tovar), es como ella representa su propia vida y la manera en que se partió tras sufrir un ataque con ácido en 1988. 

Es el primero del que se tiene registro en México. 

“A Ale la recuerdo como una muchachita muy bonita, no significa que María no lo sea, pero es diferente. Me quiero, pero me duele mucho”. Así resume lo que es vivir tras un ataque químico. 

Ocurrió la noche del 9 de noviembre de 1988 en la  Ciudad de México. María caminaba con su hermana. Fue en la avenida Chalma de Guadalupe en la alcaldía Gustavo A. Madero, a tan sólo tres kilómetros del Reclusorio Norte, donde del interior de un carro se bajaron dos hombres con pasamontañas. De un fuerte empujón, Adriana –hermana de María–, fue lanzada contra el portón de una casa, esto le impidió sujetar a María para evitar que subieran a la fuerza al vehículo. 

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Le cubrieron la cara y siguieron la marcha. Kilómetros adelante la bajaron del auto y a la orilla de un río pusieron su cuerpo boca abajo. Ella alcanzó a mirar hacia atrás y notó que sus dos agresores sacaron una botella. La tomaron del cabello hasta llevarle el cuello hacia atrás y le rociaron ácido sobre el rostro. 

“Es una sensación como el plástico con la lumbre, ver como tu cara se va derritiendo. Se siente tanto dolor y el ardor es tan grande que yo sentía que mis gritos ya no eran normales, eran como de un animal herido”, describe a EMEEQUIS la agresión le cambió la vida, es la primera vez que se anima a hablarlo de manera pública, pues el revivir estos pasajes aún le causan aflicción. 

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Tras atacarla con el líquido, a María la tomaron de los pies y arrojaron al Río San Javier que desemboca hasta el Río de los Remedios, una fosa de agua donde frecuentemente se han cometido desapariciones de mujeres o se tratan de ocultar feminicidios que ocurren en el oriente de la capital.  

A María el agua le ayudó a contener que las afectaciones del ácido pudieran alcanzar otras partes de su cuerpo. Perdió el conocimiento hasta que su familia la localizó y llevaron a un hospital. “Quemó músculos, pero no permitió que se fuera hasta el hueso. Porque el ácido te carcome. Pienso que ellos se querían deshacer de mi completamente”; relata.  

A 33 años del ataque le cambió la vida, no hay responsables en prisión, ni alguna indagatoria abierta. Las autoridades mexicanas dieron carpetazo, es una representación de la impunidad y falta de justicia que ocurre con el 94% de los casos de ataques con sustancias corrosivas.  

María dejó de contar las intervenciones quirúrgicas al llegar a 31. Foto: Gloria Piña. 

SIN JUSTICIA NI REPARACIÓN

Durante los cinco meses que pasó en el hospital, la prioridad de María y su familia fue que recuperara la salud. Estuvo en coma y el primer diagnóstico médico fue que no volvería a recuperar la vista. 

Por más de 30 años, María se sometió a decenas de intervenciones quirúrgicas, pero dejó de contarlas hasta llegar a la cirugía 31. Todas fueron de reconstrucción funcional, pero no estéticas para recuperar la movilidad de los labios al hablar, moverse y respirar sin dolor. 

La vista pudo recuperarla seis meses después del ataque. De otras partes de su cuerpo tomaron injertos para restaurar los daños del solvente. Le quitaron piel de las piernas y los pies, costillas, cartílago de las orejas para volver a formar sus fosas nasales y piel al interior de la boca para formar sus labios. 

De acuerdo con el seguimiento de ataques químicos que recolecta la Fundación Carmen Sánchez MX, hay 32 mujeres víctimas de violencia ácida en el país, de ellas sólo 26 lograron sobrevivir. Cuatro fueron torturadas antes del feminicidio y dos murieron por secuelas de salud por el ataque. 

En el 85% de los casos, los corrosivos van dirigidos al rostro, cuello, pecho y extremidades. Sin embargo, en la mayoría de ellos las autoridades clasifican el delito como lesiones simples, que en 15 días pueden sanar; esto por falta de tipificación, incumplimiento y omisión de la justicia, ya que se trata de intentos de feminicidio o lesiones agravantes por razones de género. Es por ello que existe una cifra negra en México para conocer la magnitud de mujeres atacadas de esta manera. 

No se tenía registro de casos ocurridos en México antes del año 2001; sin embargo hace dos meses María López Tovar se acercó a la Fundación para relatar su historia que lleva más de tres décadas en la impunidad. 

Las investigaciones judiciales del caso quedaron pausadas desde hace 33 años, porque después de lo ocurrido, el Ministerio Público que atendió el caso abrió indagatorias, tampoco buscaron a los responsables materiales, al intelectual, ni se conoce el motivo de la agresión. 

“Hasta el día de hoy no sé quienes fueron. No había razón”, relata María, quien ahora reconoce que el presunto responsable que mandó realizar el ataque habría sido su expareja, quien tenía actitudes violentas desde su noviazgo que comenzó en 1986 y a quien no ha vuelto a ver. 

Era dos años mayor que ella. Omar y María comenzaron una relación dos años antes de la agresión. Él era celoso, la cuestionaba y espiaba en sus horas de trabajo. Ella no podía dejarlo porque la había amenazado con suicidarse si ella terminaba la relación. 

Mantuvieron su relación tras el ataque con ácido, incluso tuvieron una hija, pero poco tiempo antes de su nacimiento él decidió irse y jamás volvió. 

“Me cegaba. Yo me negaba a tomarlo como sospechoso. Por el amor que le tenía, no me imaginaba que él pudiera hacer esto. De él jamás volví a saber nada. Unos me dicen que ya se murió o que está en Estados Unidos. Me dijo que iba a regresar, pero hasta ahora lo sigo esperando. Es la razón por la que ahora digo que él fue”, cuenta María. Por temor y desconfianza en las autoridades se niega a reabrir su caso, pero considera que es importante mostrarle a las autoridades que las sobrevivientes existen y la justicia tiene que llegar.  

Le negaron trabajo en una farmacia. Foto: Gloria Piña.

DISCRIMINACIÓN LABORAL, FALTA DE SALUD RECONSTRUCTIVA Y ESTÉTICA

Al intentar pedir trabajo en una farmacia, a María le negaron la oportunidad de ser vendedora, porque “no tenía un perfil adecuado de acercamiento con los clientes”. 

“Les dije que yo no había ido a un trabajo de modelo, y me dijeron sí, lo entendemos, pero estaría en contacto directo con los clientes y es importante la imagen”, cuenta. Para ella el costo de la agresión no sólo fue ecómico emocional, de salud física y mental, también de discriminación y afectaciones laborales.  

Algunos talleres y especialistas de belleza otorgan servicios de técnicas de microblading. Foto: Gloria Piña.

Para las sobrevivientes de violencia química, la atención pública se acaba con algunas cirugías reconstructivas en el sector salud, pero no hay oportunidades para mantener una vida digna: espacios de trabajo, acceso a la salud de rehabilitación, apoyo estético, intervención emocional, ni seguimiento al cumplimiento de la justicia. 

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A falta de estos insumos de atención prioritaria para mujeres sobrevivientes, la Fundación Carmen Sánchez MX ha hecho alianzas con agrupaciones privadas para conseguir donaciones para mujeres víctimas. Otorgan terapias psicológicas individuales y grupales, rehabilitación física, ginecológica y oftálmica. 

Además, algunos talleres y especialistas de belleza otorgan servicios de técnicas de microblading, una técnica de maquillaje semi permanente de cejas y resignificar sus heridas con tatuajes. 

@GloriaPE_



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SOBRE EL AUTOR

Gloria Piña



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