Por Omar Páramo / Eric Noxpanco / Nycol Herrera / Ilse Ronces
EMEEQUIS.– ¿Cuánto tiempo cabe en un año?, aunque esto suena a pregunta de niño, en realidad es una duda que ha tenido el humano desde que supo que hay momentos para la siembra y la cosecha, y que la vida se repite en ciclos, “es decir, desde siempre”, apunta el profesor Daniel Flores, quien además de editar el anuario del Instituto de Astronomía (IA) de la UNAM es un enamorado de los calendarios.
“La respuesta fácil sería decir 365 días, pero esto no es tan sencillo como se creería”, indica el académico. Y es que lo que demora la Tierra en dar una vuelta al Sol no coincide con nuestros días de 24 horas. Siempre hay un excedente que evita que las cuentas cuadren a la perfección; de ahí que, para que nuestro calendario siga siendo exacto, resulta crucial realizar una serie de ajustes, de forma constante, y no perder de vista dónde están el Sol, las estrellas y la Luna.
Nuestro planeta tarda en promedio 365 días, cinco horas, 48 minutos y 46 segundos (365.2422 días) en completar una órbita alrededor del Sol. Si dejáramos que todo ese tiempo a la derecha del decimal se acumulara sin hacer corrección alguna, pronto la primavera y demás estaciones caerían en el mes equivocado, como sucedió en el 46 antes de nuestra era, cuando Julio César —en la antigua Roma— se vio obligado a añadirle 90 días a un calendario que corría muy desfasado.
Algo similar sucedió en el 1582 de la era común, cuando por orden del papa Gregorio XIII se eliminaron 10 días a fin de ajustar fechas, pues la Pascua había dejado de coincidir con la primera Luna llena del equinoccio primaveral (que en vez de darse el 21, ese año se registró el 11 de marzo). Esta medida dio lugar a una anécdota que suelen citar algunos historiadores como un hecho real con tintes de ficción: la de aquella ocasión cuando la gente se fue a sus camas un 4 de octubre y se levantó hasta el 15 del mismo mes, sin darse cuenta de que, mientras soñaban, alguien les había robado 10 noches enteras.
“Ya desde la Roma imperial se sabía que, si manteníamos todos los años con 365 días, sin ajustar nada, habría eventos astronómicos (como los equinoccios y los solsticios) que no coincidirían con el calendario y, por ende, las estaciones comenzarían a desplazarse en el tiempo. A fin de evitar tales escenarios se introdujeron los años bisiestos (es decir, se comenzó a intercalar un día adicional cada cuatrienio)”.
Sin embargo, añade el académico, si bien esta enmienda era necesaria, también resultó insuficiente, pues el sistema juliano consideraba que el año tenía 365 días con seis horas justas en vez de con cinco horas, 48 minutos y 46 segundos (en promedio, pues este estimado puede variar ligeramente de un momento a otro). Esto provocaba un desfase anual de más de 10 minutos, algo que en términos de una vida humana resulta imperceptible, pero que en lapsos históricos puede ser demasiado.
“Quizá no reflexionamos mucho sobre esto, pero si lo pensamos, hay mucha ciencia detrás de los calendarios”, agrega el profesor Flores.
CUANDO LAS CUENTAS NO CUADRAN
Entre el ajuste realizado al calendario en el 46 a.C. y el que se hizo en el 1582 d.C. hay casi mil 600 años; esa distancia temporal bastó para que las fechas terrestres y los eventos astronómicos se desfasaran 10 días. Para que esto no volviese a ocurrir, los astrónomos del papa Gregorio XIII (Cristóbal Clavio y Luis Lilio) modificaron la regla de los bisiestos, haciéndola menos sencilla, pero mucho más precisa.
Aunque la práctica de añadirle a febrero un día (como haremos en 2024) continúa, con la reforma gregoriana se rompió la lógica juliana de aplicar, a rajatabla, un bisiesto cada cuatrienio. “Ahora, si un año es divisible entre 100 lo consideraremos ordinario (de 365 días), pero si lo podemos dividir entre 400, será bisiesto”.
El académico admite que, si bien de primera intención esto puede sonar complicado, en realidad es fácil de entender. “Aunque podamos dividirlos entre cuatro, los años terminados en doble cero no serán bisiestos, a menos que sean divisibles entre 400. Por esta excepción, si bien 1700, 1800 y 1900 tuvieron 365 días, el año 2000 fue de 366”.
Lo que descubrieron los astrónomos Cristóbal Clavio y Luis Lilio fue que si descartamos tres bisiestos cada cuatro siglos garantizaremos que los eventos astronómicos y las estaciones sigan coincidiendo con nuestro calendario, pero como la última vez que nos saltamos uno fue en 1900 y la siguiente no será sino hasta el 2100, muchos viviremos y moriremos sin saber siquiera que existe dicha norma.
Para el profesor Flores el calendario es uno de los objetos más importantes creados por la humanidad, pues a partir de él organizamos actividades, comerciamos y damos cabida a ceremonias de todas las religiones. No por nada Jaques Attali — en Historias del tiempo— lo describe como un “extraño documento, desdeñado en exceso, de la historia de los pueblos. Primer código, primer instrumento social, primera mitología, primer libro sagrado (…) que sobrepone varias tramas: la sucesión de los días y noches, señalada por las posiciones de los astros, y la lista de fiestas que recuerda la historia de los dioses”.
En una entrevista Borges compartía que, cuando niño en Buenos Aires, pocas cosas le interesaban más que el problema del tiempo, inquietud que Daniel Flores ha detectado en su nieta, quien aunque muy pequeña ya comienza a cuestionarle sobre por qué, entre una fecha y otra, hay tantos días, por lo que a su decir, la pregunta “¿cuánto tiempo hay un año?” tiene poco infantil y mucho de serio. Tras pensarlo el académico responde: “A veces los niños hacen las preguntas más esenciales”.
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