CONFIDENTE EMEEQUIS
EMEEQUIS.– Es una habitación pequeña la que tenía Esteban Volkov. En las paredes aún se conservan los impactos de bala del ataque sufrió junto a su abuelo León Trotsky en la vieja casa de Viena en Coyoacán.
Volkov, quizá ni lo intuyera, pero estaba en medio de un torbellino muy poderoso, porque pertenecía a una familia de algún modo sentenciada por uno de los poderes represivos más siniestros de la historia: el estalinismo.
Murió hace unos días, a los 97 años y mantuvo viva la presencia de Trotsky en nuestro país, pero hizo algo más, refinó el compromiso que se debe tener para proteger a los asilados, para entender y aceptar a quien piensa distinto.
El 24 de mayo de 1940, un comando armado dirigido por David Alfaro Siqueiros, logró ingresar a la residencia con el propósito de terminar con la vida del fundador del Ejército Rojo.
Un sicario le disparó en 14 ocasiones al colchón donde dormía Volkov, quien tenía 14 años, pero solo un proyectil le rozó la pierna.
Trotsky y Natalia Sedova, su segunda esposa, salvaron la vida porque alcanzaron a protegerse debajo de una cama, dando tiempo a que los guardias y secretarios actuaran contra los atacantes.
José Stalin había definido como una alta prioridad el matar a Trotsky. Le encargó al jefe de seguridad, Laurenti Beria, que se encargará del asunto.
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Se formaron dos grupos, el que integraba Siqueiros y que optó por un asalto a la vivienda y otro más que consistió en un trabajo paciente y de relojería, cuyo participante principal sería Ramón Mercader, quien bajo la identidad de Jacques Mornard, enamoró a Sylvia Angeloff, una de las asistentes más cercanas a Trotsky, desde 1937 en París.
Mercader le clavó un piolet en la cabeza a Trotsky, mientras conversaban. El gritó de dolor y desesperación se quedó grabado en la mente del asesino.
A pesar de las heridas, por las que moriría 26 horas después, el líder de la Cuarta Internacional ordenó que no mataran a su atacante y que lo hicieran confesar sobre la identidad de sus jefes.
Los esfuerzos del doctor Rubén Leñero, quien atendía en la Cruz Verde, resultaron insuficientes y el fallecimiento de Trotsky se anunció mientras Mercader era interrogado por Leonardo Sánchez Salazar, el jefe del Servicio Secreto.
Para el gobierno del general Lázaro Cárdenas era muy importante que los hechos se esclarecieran.
Aún ahora es un misterio el grado de participación en los hechos de Angeloff, aunque el fiscal del caso, Francisco Cabeza de Vaca Acosta, siempre insistió en que se trataba de un complot de espectro amplio, en el que la asistente era una de las piezas. Es más, solicitó que se le mantuviera recluida, pero ello no prosperó.
El fiscal moriría tres años después, en condiciones bastante extrañas, y debido a un veneno que le inyectaron en una pierna.
El juez de la causa, Raúl Carrancá y Trujillo, encargó que los criminólogos Alfonso Quiroz Cuarón y José Gómez Robleda tuvieron sesiones de psicoanálisis con Mercader que se prolongaron por seis meses y que concluyeron con la presentación de un “Estudio orgánico-funcional y social del asesino de Trotsky”.
Al juez le habían mandado un mensaje anónimo que señalaba: “no olvide y tenga presente los premios y los castigos durante la secuela del juicio, que hay mil ojos sobre usted y de todas las razas”.
Sobre todo, advertían de las consecuencias de estar buscando explicaciones de alcance internacional a lo ocurrido en la casa de Viena.
Lo que el tiempo dejó claro es que Mercader había recibido un entrenamiento en Rusia, de tal calibre, que supo esconder motivaciones e identidad.
Solo hasta 1950 se pudieron cotejar las huellas dactilares en España, y se descubrió de Mornard era en realidad el hijo de Caridad Mercader, una agente al servicio de Stalin y militante del Partido Comunista Español y bajo el mando de Leonid Eitington, “Kotov”.
En 1960 Mercader saldría de la prisión de Lecumberri y de inmediato fue trasladado a La Habana, Cuba. Lo condecoraron con la orden de Lenin en Rusia y lo ascendieron a coronel de la KGB, pero bajo la última de sus identidades, Ramón Pavlovich López. Terminó su vida empapada de alcohol y rodeado de fantasmas.
Volkov, en cambio, atesoró un legado con la dignidad que solo tienen los hombres dignos y buenos.
@jandradej
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