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Vida y muertes de un poeta homosexual

ANA CLAVEL escribe sobre Darío Galicia: “Cuando por fin aparezca la recopilación de sus poemas tendremos oportunidad de revivirlo y brindarle, al menos, la justicia poética y la dignidad de artista que la vida le negó”.

Por Emequis
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I

Darío Galicia ha muerto. Es, por lo menos, la tercera de sus muertes. La tercera es la vencida, o la vencedora… La primera fue cuando, a sus 23 años, lo operaron por un aneurisma cerebral y entonces murió el joven poeta homosexual culto, irreverente y seductor, a quien no pocos comparaban con Oscar Wilde por su aire de dandy contemporáneo. En las lecturas públicas de sus poemas, llevaba el pelo largo, la silueta espigada y botas de plataforma que estilizaban aún más su galana figura. El poeta salvaje en la estirpe de Rimbaud que escribió en 1975, cuando muy pocos se atrevían a nombrar su amor por otro hombre:

Fábula de amor

Nuestro amor es una fábula

Una película que nadie quiere 

Filmar

Dos muchachos

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Dos cuerpos desnudos en la hierba:

Y aire haciendo vibrar

Ondas de colores

Nuestro amor es una historia

Prohibida

Y aun así tú y yo

Nos besamos en reforma

Y en la universidad

Ocultos en las sombras

Y también cuando

No resistimos 

El brillo y la atracción

De nuestros labios.

La fuerza de cuatro piernas

Y esta honda ternura

Y la necesidad de

Amarnos

Frente a la luz del día

Simplemente como dos hombres que se aman.

Roberto Bolaño da cuenta de la intervención por el aneurisma en el poema “Visita al convaleciente”, episodio que también narra en la novela Los detectives salvajes (1998), donde Darío aparece con el nombre de Ernesto San Epifanio y muere meses después de salir del hospital.

 

II

“No hay mal que por bien no venga”, fue la frase que Roberto Bolaño recogió de los padres de Rubén Darío Galicia Piñón, cuando la intervención del aneurisma lo dejó como lobotomizado, incapaz de seguir haciendo de las suyas. Convertido en una sombra de sí mismo, un fantasma a quien los amigos de antes rehuían o toleraban con lástima. 

Yo me crucé con Darío en los años ochenta, en los pasillos de la facultad de Filosofía y Letras. Iba enfundado en un overol y llevaba lentes de pasta gruesa, con paso torpe y voz lenta, cargando a cuestas la leyenda negra de una lobotomía. ¿Cómo fue que la intervención quirúrgica por el aneurisma se convirtió en la práctica bárbara de una lobotomía por su condición homosexual? Es algo que, sin duda, estremece la dignidad y la imaginación. Y si bien Darío pudo recuperarse en cierta medida, paulatinamente con los años fue perdiendo destrezas físicas e intelectuales. Antes de desaparecer del horizonte literario, reunió sus poemas previos en Historias cinematográficas (BUAP 1987) y añadió nuevos al volumen La ciencia de la tristeza (UNAM 1994), poemarios de fulgor luciferino en los que enfrenta la estrechez de miras de una sociedad conservadora y represiva. 

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Así fue la segunda de sus muertes. Cuando divagando en calidad de indigente, vendiendo los libros que otros famosos le habían autografiado, y cuando se le acabó la biblioteca, intentando vender otras pertenencias usadas como un foco fundido o colillas de cigarro. Cuando llegaba oliendo a orines, sucio y desgreñado, y espantaba a los clientes de librerías y restoranes del centro. Se perdió por años. Amigos y enemigos, lo dieron por muerto. El mismo Roberto Bolaño, que falleció en 2003, partió con la idea de que el compañero de tantas aventuras y desplantes había sucumbido al peso de su destino. 

Pero la imaginación del poeta siguió galopando, a trompicones, con obstáculos, por campos de espuma, como en éste, al parecer, su último poema publicado en el 2000 en el suplemento Arena de Excélsior:

Lady Vogue

Me duele hablar de ti

                            de mí,

de nuestra historia perdida

este verano,

de la posible vida en una isla 

privada en el Egeo

Lejos de la tierra,

                     más allá de la cruel utopía

Cuando el tiempo se extingue, qué accidente

                                                   qué posible solución

                                                   para dos cuerpos

Para la suerte de tenerte bailando,

                                                   con todos tus artificios,

tu cara con un make-up discreto, y no importa si Vogue

toma la palabra:

Ella y él, en la isla bailando,

                                       construyendo un globo isabelino

                                       sin más argumento que sus

caras sutilmente maquilladas

Y la luz artificial de mil neones, marchitos, alegres,

                                                   ansiosos, tomando el último

tren a otra parte, no importa dónde, cuándo, cuando estoy 

junto a ella sin más ambición que dormir en la misma cama,

con esta última frase que parece poco ambiciosa, lector.

 

III

Con el nuevo milenio, a la leyenda de la lobotomía, se sumaba ahora la de su extinción. Pero Darío se negaba a desaparecer del todo. Los poetas Uriel Martínez Venegas y José Vicente Anaya, el librero Enrique Fuentes, el impresor Juan Pascoe dieron noticia de haberlo visto en situación de calle en diferentes momentos. La escritora Carmen Boullosa, que lo conoció cuando ambos eran jovencísimos y obtuvieron la beca Salvador Novo en 1975, escribió un artículo publicado en Día Siete sobre el estado de indefensión en que nuestro país podía abandonar a sus creadores caídos en desgracia. A raíz de ese artículo de abril de 2008, el fotógrafo Javier Narváez se dio a la tarea de buscarlo y registró su paso por las calles del Centro, mientras Darío se acercaba a un café al aire libre y tomaba restos de los vasos desechados. Encorvado, envejecido, indigente, fue un milagro que Javier descubriera en este personaje los rasgos del poeta más joven. 

Nadie sabía nada más de Darío Galicia hasta que reapareció, una década después, en abril de 2019 en un estado de miseria y abandono tales, con un tumor en el vientre y dificultades para caminar y alimentarse. Los poetas infras Luis Antonio Gómez y Mario Raúl González lo rastrearon para comunicarle la intención de Bruno Montané de reeditar La ciencia de la tristeza en Barcelona en Ediciones Sin Fin. Un Darío avejentado y disminuido sonrió y lloró. Otro amigo poeta, Juan José Oliver, le obsequió una máquina de escribir Olivetti Lettera 32 que pidió Darío y albergamos la esperanza de su resurgimiento. Se hizo un llamado para apoyar al poeta venido a menos. Gente de corazón piadoso hizo algunos donativos. Lo festejamos el 24 de julio en que cumplió 66 años. Y se programaba la presentación de su libro en el Palacio de Bellas Artes para el 2020. Pero Darío, cuya ternura chisporroteaba frente al vendaval de un destino cruel, se extinguió el 30 de diciembre en una cama del hospital Xoco, por una crisis diabética. Cuando por fin aparezca la recopilación de sus poemas tendremos oportunidad de revivirlo y brindarle, al menos, la justicia poética y la dignidad de artista que la vida le negó.

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Se sabe que de 1995 a 2018 se registraron 1,389 crímenes por odio homofóbico en el país, aunque se estima que por cada caso reportado hay por lo menos tres que no se declaran como tales. Esto equivale a siete homicidios por mes. Si se toman en cuenta las proyecciones moderadas de casos que no son denunciados o registrados, cada día es asesinada en el territorio nacional una persona por odio a su preferencia sexual. 

A Rubén Darío Galicia Piñón no lo mató la homofobia evidente que siega vidas con saña y violencia irracional. Tampoco su última muerte forma parte de los casos que Fernando del Collado recoge en su libro Ciudad de odios. Instantáneas de furia, crimen e intolerancia (Grijalbo 2019). No, a Darío Galicia no lo golpearon hasta desfigurarlo, no lo lapidaron y abandonaron en un terreno baldío, con una pancarta de cartulina que, por cruel epitafio, dijese: “Por puto”. A Darío lo mataron varias veces el rechazo, la intolerancia, el desprecio, la indolencia. Como cuando lo hospitalizaban por “problemas de conducta” y escribió:

Autobiografía: mándeme a la silla eléctrica

 

Oxido la tarde en el café

Un duelo negro refleja mi sombra

Recorro el cielo

Mi eterno Meinkampf

Ataúd negro sin estrellas

Las estaciones son polvo negro

No existe el color

El negro es mi duelo

Mis ojos tapados en una celda blanca

No hay voluntad

Los tranquilizantes son el péndulo de mi mente

Aquí estoy encerrado

En mi crujía

Donde ninguna alma late

¿La salud mental?… Es su invención

Psiquiatras asesinos

Enfermeros carcelarios

Enemigos de la invención y la Utopía

A mi huelga de hambre

Pinchan mis venas con comida artificial

Cada gota que cae es un gusto por mi náusea

Me es vetado el grito

Un golpe

Otro madrazo

En un psiquiátrico

Donde ronda mi cadáver

No espero mi Hiroshima

Soy un ciudadano desconocido

Soy un expediente psiquiátrico

Donde no tengo nombre

Ni historia.

 

***

Descansa por fin en paz, Darío Galicia (1953-2019), después de tantas muertes. Que el aire leve te sea y asistamos a tu resurrección en la vida perenne de tus poemas.

@anaclavel99



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