Una sesión histórica. Análisis de Julián Andrade.
CONFIDENTE EMEEQUIS
EMEEQUIS.– Seis años ya ¡quién lo diría! Todavía recuerdo que vi negra la pantalla del pequeño cuarto de transmisión de la Sala Superior del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF), signo de que la señal estaba caída o en tránsito de serlo. De inmediato sentí la mano en mi hombro, de uno de los ingenieros, que expresó puntual y tranquilizador: “todo en orden jefe”.
Aún ahora me inquieto con las posibilidades de una derivación distinta de esa historia, con todos los equívocos que pueden congeniar con el azar y hacer que todo estalle por los aires.
En efecto, las posibilidades de un contratiempo eran mínimas, porque además del satélite, se contaba con las herramientas para utilizar una potente conexión a internet. Los integrantes del equipo de producción de la coordinación de Comunicación Social del TEPJF eran, lo son, verdaderos expertos.
Sí, en las múltiples pantallas estaba la imagen del pleno, con los siete magistrados esperando a Andrés Manuel López Obrador que ya bajaba por las escaleras para minutos después, y de modo formal, convertirse en el presidente electo de México.
Ahí estaban representantes de los tres poderes, líderes de los partidos y algunos consejeros del INE, ya que el aforo de las instalaciones es limitado y el equipo del presidente López Obrador hizo peticiones específicas sobre sus propios invitados.
Podría parecer protocolaria la asistencia de la clase política, expresada en toda su pluralidad, pero eso también cambiaría en los siguientes años.
Días antes de la ceremonia me cercioré de dejar claro el que me parecía el mensaje más importante para los que teníamos la encomienda de atender a los 464 periodistas, columnistas, camarógrafos, productores y técnicos de las unidades móviles que acudieron a las instalaciones de Carlota Armero: “seamos como los buenos árbitros de fútbol, que nadie se acuerde de nosotros”.
Lo logramos y con creces, porque no hubo detalle alguno que pudiera ser atribuido a los colaboradores del área, que implicara un cambio en el foco de atención principal, que era la sesión del Pleno.
Daniela García Santoyo, Arturo González Salas, Mauricio Juárez, Beatriz Camacho Luna, Jorge Reyes, Luis Avelino Guzmán y Federico Mora, entre otros, pusieron todo su empeño para no dejar ni un cabo suelto y cerciorarse de que las cosas transcurrieran como estaba proyectado.
Cada uno de ellos ofreció dedicación, porque era un momento inusitado, ya que la alternancia era de otro tipo, mucho más profunda e impredecible.
Servidores públicos de esa categoría son los que se requieren cuando todo apremia y el estrés es elevado.
Las áreas de comunicación tienen que serlo también de servicio, lograr una estrategia coherente, pero sobre todo no afectar la labor sustancial que, en ese momento, era la calificación de la elección para, de inmediato proceder a la entrega de la constancia.
Y así fue, debido, de alguna manera, a una planeación exhaustiva y a una decisión de la magistrada presidenta, Janine Otálora, de solicitar la colaboración del Estado Mayor Presidencial (EMP).
Sí, el general y los coroneles no solo pulieron los aspectos logísticos y convergieron con el área de protección institucional, liderada por Juan Antonio Villa, sino que dotaron, a esas horas tan delicadas, de la seguridad que una cita de esa magnitud requería.
En otro momento habría parecido una determinación de rutina, pero no lo era porque quien había ganado la contienda sostenía que no utilizaría los servicios del EMP y que inclusive haría que sus elementos fueran asignados a otras tareas en la Secretaría de la Defensa Nacional, como, en efecto, ocurrió.
Pero aquella mañana de hace seis años se cumplió, y a cabalidad, con una cita de trascendencia legal y democrática, que ilustra uno de los logros de nuestro sistema electoral, la transmisión pacífica del poder.
Al final de la tarde recibí un mensaje tranquilizador: “el licenciado está muy satisfecho”. Como los árbitros en un buen juego, ni luces ni truenos.
@jandradej