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Ritos de transición

“Ramón ya no pudo ver publicada la que resultó ser su última novela, un texto escrito como una gran aventura iniciática, con varias cuentos secundarios, mitos originarios de esta ancestral tierra nuestra”. BEATRIZ RIVAS escribe sobre El libro de los guardianes.

Por Emequis
1 / 5 / 20

Un año nuevo comienza. Y yo, como cada 365 días, acostumbro hacer una lista de mis propósitos que invariablemente contienen lo mismo: ponerme a dieta, comer sano, hacer ejercicio, publicar un libro y alguna otra meta pasajera como retomar mis clases de piano, conseguir un programa en la radio o comenzar un doctorado en filosofía de la ciencia. Entendieron bien: si mis propósitos siempre son los mismos es porque no los cumplo, o no a cabalidad. Pero nadie me podrá acusar de no ser tenaz… al menos en lo que respecta a escribir idéntica lista, año con año.

Este inicio del 2020 leí un libro que me confrontó y me ha hecho conseguir la fuerza necesaria para, ahora sí, poner en orden mi vida. El autor, además, era un queridísimo amigo: Ramón Córdoba, quien falleció tempranamente en 2019 y ha sido reconocido como el mejor editor de México. Desde mi primera novela, publicada por Alfaguara en 2003, tuve el privilegio de su mirada y sus consejos. De sus risas y su delicada sabiduría.

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Ramón ya no pudo ver publicada la que resultó ser su última novela, un texto escrito como una gran aventura iniciática, con varias cuentos secundarios, mitos originarios de esta ancestral tierra nuestra y dos personajes adolescentes con los que inmediatamente creamos empatía. ¿El título? El libro de los guardianes.

El texto, que parecería escrito para jóvenes, en realidad está lleno de sabiduría para todas las edades. Lecciones valiosas que, al menos a mí, me empujaron a hacerme cuestionamientos que hace mucho tiempo no me atrevía a plantearme. También es un homenaje bellísimo a la paternidad y a la amistad. 

Si estoy escribiendo aquí sobre la novela publicada por Ediciones B, es porque quisiera dárselas de regalo para este año que inicia. Como me es imposible, los invito a que salgan a cualquier librería cercana y la compren, la lean dos veces, la subrayen, la hagan suya. No narraré la trama, eso se lo dejo al buen Córdoba, que sabía usar las palabras de manera atinada y atractiva. 

Lo que puedo adelantarles es que la historia los atrapará y a veces se trasladarán a los cuentos que leían en la  adolescencia o en la infancia, urgidos de llegar al final para saber de qué manera acabarían.

Un rito de iniciación o de transición es aquel que marca el término de una etapa y el principio de otra en la vida de los seres humanos: de la infancia a la adolescencia o de la vida de soltero a la de casado, por ejemplo. Las distintas religiones, las diferentes creencias, las sociedades de todos los países del mundo, tienen este tipo de ritos.

 Celebrar el año nuevo es un ritual. Uno al que le podemos sacar mucho provecho si vamos más allá de brindar, comer doce uvas, barrer nuestras casas o usar ropa interior roja. Y esa es la mejor lección que Ramón Córdoba nos ha legado con esa sabiduría ancestral que poseía, como si él hubiera sido uno más de los Guardianes, aquellos seres privilegiados que luchan contra el Horror del mundo (un horror que en este país se incrementa, se incrementa…) y buscan rendirle homenaje a la vida; ésa que damos por gratuita. Guerreros que se preparan a recuperar “el respeto a la vida y el amor a nuestro mundo”.

Luchar contra el Horror, contra tu propio horror, es abrirte a otro estado de conciencia, a una nueva manera de percibir. Una legión de sombras “que reanudan la demencial danza que a la vez tanto me repelía y tanto me seducía” nos rodea. A cada uno de nosotros. Hay que reconocerlas y saber cómo ganarles la batalla. Cada lector debe decidir cuáles son esas sombras y la mejor estrategia para acabar con ellas. Las sombras y el Horror encarnadas en la intolerancia, la homofobia, la violencia, la misoginia, la opresión, el ecocidio o, simplemente, en la falta de tenacidad para lograr nuestros proyectos, para superarnos, año con año, a nosotros mismos. “La cuarta batalla, la más dura, consiste en descubrir nuestros dones e irlos perfeccionando cada día. Si lo hacemos bien, nuestras jornadas son plácidas, alegres, satisfactorias; en caso contrario, las despachamos a regañadientes porque no traen sino angustia, rutina, vacío, amargura.”

Córdoba nos recuerda que no debemos dar por sentado “un techo sólido, una familia afectuosa, pan en la mesa, una vida llena de recuerdos y proyectos; la dulce inconsciencia de la vida cotidiana, son dones maravillosos”. Y que debemos gritar un gran NO a “tanta sangre derramada sin objeto”. No a la violencia. No al Horror, sí, con mayúscula, que representa todo aquello que nos daña como individuos y como sociedad.  

La mejor manera de luchar, es hacerlo en dos frentes. A nivel individual: viviendo una “vida plena, noble y digna; trazarte metas y trabajar cuanto haga falta para alcanzarlas. Debes luchar hasta estar seguro de que no eres como el enemigo al que combates”. También aprendiendo a combatir contra ti mismo, contra tus miedos y debilidades. Y el segundo frente, tal vez el más bello, es el colectivo. Luchando juntos, codo a codo, contra los horrores que hoy, en este instante, nos amenazan.

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“Cuando el alumno está dispuesto, el maestro llega”, nos recuerda Ramón en esta novela. Yo agradezco que haya sido mi maestro durante tantos años y que antes de irse intempestivamente, apenas tres días después de haber cumplido 61 años, nos haya legado su generosa erudición en El libro de los guardianes, del que les dejo una última probada para abrirles, todavía más, su apetito de lectores: El tiempo adecuado para ganar la batalla está aquí, “la hacen posible nuestra diaria marcha hacia metas precisas, nuestra vocación de dar sin esperar nada a cambio y nuestra voluntad indomable de saber.”

Ya que Ramón Córdoba no está más con nosotros, leámoslo y dancemos por él, para celebrar la vida.

 

@Brivaso

 

 

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