¿Cómo votaron los diputados por el nuevo etiquetado frontal y claro? 458 a favor y nadie en contra (más dos abstenciones).
Es un voto sorprendente porque, a nivel mundial, la industria de alimentos procesados es muy eficiente para lograr sus metas. Tiene muchos recursos y dado que enfrenta riesgos de regulaciones estrictas sobre sus productos, usa técnicas similares en varios países.
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Cuenta con personal muy eficiente para comunicar y hacer relaciones públicas con funcionarios, políticos y líderes de opinión. Financia organizaciones “independientes” para impulsar sus propuestas, como la International Life Sciences Institute, que “ha infiltrado silenciosamente agencias gubernamentales de salud y nutrición en todo el mundo”.
Destina muchos recursos a instituciones académicas y científicas que producen documentos favorables a sus posiciones. Tiene una envidiable habilidad para tener espacio estelar en medios y columnas de opinión. Son tan “persuasivos”, que logran un acceso VIP al poder judicial, a diferencia de sus opositores. Y todo esto sin mencionar el espionaje a activistas e investigadores en salud pública que denunció The New York Times y que nunca determinó responsables directos.
Con todas estas herramientas e historial de eficiencia para perseguir sus metas, ¿qué pasó esta vez en México para que la industria de alimentos procesados sea derrotada? Se enfrentaron a una inusual coalición. Incluye a una sociedad civil fuerte y bien organizada, con organizaciones cuajadas en batallas como El Poder del Consumidor y Contrapeso, entre otras. También organismos de investigación pública, con liderazgos muy fuertes, como el Instituto Nacional de Salud Pública. (INSP). Y algo extraño, que no debería serlo: funcionarios públicos y legisladores que están alineados con la salud de los ciudadanos.
Además, esta coalición ha defendido el nuevo etiquetado con argumentos irrefutables. Sólo hace falta comparar visualmente los dos etiquetados para entender, en unos segundos, cuál es el más claro.
Una rápida revisión de los argumentos en contra del nuevo etiquetado nos puede demostrar esta obviedad. Lo más básico: el etiquetado actual es muy confuso, el 86% de los consumidores no lo entiende, ni siquiera los estudiantes de nutrición. Se requiere una calculadora y mucho tiempo para descifrar cada producto. Con eso basta para que el debate esté definido.
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Sin embargo, repasemos otros argumentos. “No hay evidencia” del impacto del nuevo etiquetado: la verdad es que tanto en Chile como en Perú ha influido rápidamente en las decisiones de consumo y porcentajes altísimos de entendimiento.
En un país como México, con un consumo de casi ¡600 gramos! al día per cápita de alimentos ultraprocesados y en el que las causas principales de muerte y enfermedad están relacionadas con la mala alimentación, es obvio que no se puede esperar al impacto en sobrepeso, obesidad y diabetes (lo cual requeriría muchos años para evaluarlo).
Si se logra una disminución en consumo de alimentos ultraprocesados, que causan muchas enfermedades prevenibles y mortales, se cumple el objetivo de salud pública.
También dicen: “No se puede comparar” entre productos. Mientras el etiquetado frontal alerta sobre contenido altos en azúcar añadida, grasas saturadas, sodio y calorías, lo cual bastaría para evitar su consumo periódico, con la reforma también se va a mantener la tabla con los contenidos de cada nutriente crítico, lo cual sí permitiría esta comparación.
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Hay muchos otros argumentos que no vale la pena profundizar: el nacionalista (“es una política chilena”), el condescendiente (“es necesario educar a la población para que entienda”), y el que quiere demorar el proceso (“no tenemos suficiente información, necesitamos más tiempo y foros”), entre muchos otros.
Sin embargo, hay uno particularmente contradictorio: el nuevo etiquetado se “opone a la libertad de los consumidores”. Uno de los componentes fundamentales de la economía liberal es justamente la información clara para los demandantes de un producto o servicio.
Sólo cuando se soluciona cualquier asimetría de información entre oferta y demanda, es que se tiene libertad en el mercado para tomar decisiones. Lo que fomentará competencia e innovación. Y esto necesita la industria: subirse a la ola mundial de alimentación saludable, que sin duda es el futuro. A eso debería redireccionar sus recursos.
@joseluischicoma