CONFIDENTE EMEEQUIS
EMEEQUIS.– Hace algunos años, Pablo Milanés escribió Dos preguntas en un día, una pieza triste y crítica sobre la situación de Cuba, los exilios y las restricciones. “¿Ha valido la pena? Respondo, no lo sé”.
Incursionó ahí en las familias separadas, en los duelos que no se pueden acompañar, aunque la distancia entre Florida y la isla sea pequeña.
“Mi hermano Jacinto/ que vive en La Habana/ No sabe si su hija/ Que tuvo una nieta que aún no ha conocido/ Sabrá que su madre, murió de repente/ Las autoridades no la dejan salir.”
Para Milanés, la reflexión sobre Cuba y la revolución siempre estuvo presente, aunque la propia dinámica del paso del tiempo, encuentra cortes y diferencia que son las que pueden ir de la melancólica Yo me quedo, a búsquedas sobre una realidad dura y autoritaria.
Milanés nunca rehuyó el sentido crítico y planteó distancia con la burocracia cubana, sin rompimientos definitivos, pero con cuestionamientos muy claros ante un país, Cuba, que ha ido de penuria en penuria.
Los males del silencio, una canción directa: “el silencio ya no entiende lo que es bueno y lo que es malo. Solo dice “sí” firmando y acatando lo que se ordena”.
Miguel Díaz-Canel lo despidió con un tuit que revela cierta distancia: “Ha muerto Pablo, leemos al despertar este martes en Rusia y el dolor llega con la noticia. Desaparece físicamente uno de nuestros más grandes músicos. Voz inseparable de la banda sonora de nuestra generación. Mis condolencias a su viuda e hijos, a Cuba”.
En cierta medida es inevitable que se cuele la política, aunque Milanés haya justamente marcado distancia, con declaraciones esporádicas, cautas, pero a la vez con la fuerza de los dardos.
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Después de todo, el autor de El Breve espacio, acompañó a generaciones enteras, pero no solo cubanas sino de toda América e inclusive de España.
Hace unos años, Mauricio Vicent, recordaría que el cantautor observó desde la ventana de su hotel, en Madrid en 1977, el día en que se legalizó el Partido Comunista y ello dio pie a Dulces Recuerdos, como conste del paso del tiempo, de los años setenta al 2012.
“Y corrimos hacia el mar que en La Cibeles/Nos juntó con un abrazo interminable/ No fumabas, no bebías/ Solamente te embriagabas del futuro que vendría/ Nos amamos hasta el amanecer.”
Para preguntarse: “Abril del 2012, ¿dónde estás, cómo te ha ido?/ El recuerdo no marchita tu belleza de esa noche/ Pero el tiempo se ha encargado de matar otros anhelos”.
Por su edad y su muerte a los 79 años, a Milanés nadie le contaría nada. Tenía 16 años cuando Fidel Castro entró en La Habana el 1 de enero de 1959.
Milanés vivió bajo el manto de la Revolución cubana, pero esto no lo obnubiló, por el contrario, despertó todos sus sentidos, pero con el reposo que da la madurez.
Es ese sentido, fue un producto de su tiempo, con todas las oportunidades y contradicciones.
De modo particular, los años recientes resultaron los más complejos, por las enfermedades que padecía, pero al mismo tiempo porque el régimen cubano se encerró más después de una aparente apertura. De ello no queda mucho, porque ahora se encarcela al que piensa y cante distinto.
Y sí, la música siempre lo acompañó, particularmente desde que ingresó al Grupo de Experimentación Sonora que dirigía Leo Brower. De ahí surgió Yolanda, distribuida en un acetato de la casa disquera Egrem.
¿Valió la pena? Por supuesto que sí, aunque sospecho que a estas alturas Milanés ya sabía que la felicidad suele ser compartimentada, que las circunstancias son lo que son, y que los sueños pueden terminar por romperse o volverse sombríos.
Pero una cosa es indudable, Milanés representa uno de los legados musicales más importantes en una isla que lo que da al mundo es justamente músicos de la mayor categoría.
Murió en Madrid, pero nunca terminó de salir de Cuba, de ser aquel joven de Bayano que con curiosidad irrumpió en un mundo que no dejó de cambiar nunca, que supo acompañar y narrar con su música, la que trascendió a la Nueva Trova para recuperar una historia más que poderosa. Con filin, por supuesto.
@jandradej
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