EMEEQUIS.- El electorado hispano en los Estados Unidos no es homogéneo; no parte de acuerdos básicos ni de posiciones comunes, pero se ha mantenido votando por los Demócratas desde hace décadas.
En la elección de este martes también fue así, ya que Kamala Harris obtuvo el 53 % de los respaldos, frente al 45 % de Donald Trump. Sin embargo, es el desplazamiento más significativo desde que se realizan estas mediciones.
Es probable que, de no existir un cambio notable en la narrativa demócrata, en el corto o mediano plazo los Republicanos terminen por seducir de modo mayoritario a esa población.
En 1980, Jimmy Carter alcanzó el 56 % del segmento hispano, mientras Ronald Reagan llegó al 35 %.
En 2004, George W. Bush había tenido el mejor desempeño republicano con un 40 %, aunque lejano del 58 % de John Kerry.
Pero Trump tiene un logro adicional, ya que, por primera vez, los votantes masculinos de origen hispano lo hicieron en su mayoría por el expresidente: un 53 %, nada menos.
Una de las explicaciones es que, como en el caso de Bush, el tema del aborto fue significativo, ya que los votantes, sobre todo los de origen mexicano, son conservadores en ese aspecto.
Otro aspecto a no perder de vista es que Trump les habló de temas que quieren escuchar, entre ellos los del empleo, donde, paradójicamente, no siempre el origen se impone al interés.
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Es romántico, pero ineficaz, creer que el voto anímico y nostálgico prevalecerá a lo largo del tiempo y ante escenarios cambiantes.
Hay que entender que ese sufragio, ya decantado, tuvo matices específicos, como el de los ciudadanos de origen cubano, quienes veían en Harris a una socialista. Una distorsión, por supuesto, pero que tuvo un peso significativo en la contienda, particularmente en Florida, donde Trump ganó con el 56 % contra el 43 % de Harris.
Sorprende, sin embargo, que, a diferencia de Bush, quien nunca fue despectivo con los migrantes, Trump sí lo es y de manera amenazante.
Trump, una vez más, hizo una campaña inteligente, en la que nunca tuvo las ataduras de su rival, ya que él no tiene problema alguno con mentir y hacer promesas que no necesariamente se cumplirán.
Lo que sí vendrá, y ahí hay que creerle, es una situación compleja y peligrosa para los migrantes. A diferencia de 2016, en esta ocasión arrasó en los colegios electorales y en el voto ciudadano.
Esto significa que tendrá pocos controles, además de que su equipo aprendió lecciones del pasado y está dispuesto a actuar con mayor rapidez en los temas que le interesan: migración, comercio y seguridad, tres aspectos que se cruzan en su relación con México.
Es una victoria contracultural, el ajuste de cuentas de quienes ven en los Demócratas a políticos timoratos y dubitativos en cuestiones centrales para el futuro de los Estados Unidos.
Sí, es el encumbramiento, todavía más elevado, de una derecha que no está circunscrita necesariamente a los valores democráticos.
Para México, no es una buena noticia, porque las presiones irán en aumento y exigirá medidas más severas para contener la migración; al fin y al cabo, lo que Trump impuso en el pasado es lo que prevalece y se reforzará.
En lo que respecta al T-MEC, aprovechará —sería ingenuo dudarlo— las debilidades con las que llegará el gobierno mexicano por las reformas contrarias al propio acuerdo.
Y en seguridad, es probable que aumenten los operativos unilaterales y la acción de agencias en territorio nacional.
Esto es factible, porque en amplios sectores se piensa que aquí no se está haciendo lo adecuado en esa materia, una narrativa fortalecida por la política de “abrazos, no balazos” que imperó durante todo el mandato de López Obrador.
Quizá una parte significativa de nuestros paisanos votó bajo esa misma lógica: la de hacer algo al respecto, más allá de las consecuencias.
@jandradej