1. El negro cuervo de nuestros prejuicios
EMEEQUIS.– Cría fama y échate a dormir. Y digo “cría” y no “crea” como dice el refrán original, porque en cuestión de cuervos tienen sonada fama de que su crianza conlleva el que, más tarde o más temprano, te sacarán los ojos. Vestido con un elegante traje negro que a veces reluce hasta el azul, esta peculiar ave que en términos científicos recibe el nombre de Corvus corax, ha tenido una larga vida simbólica y literaria.
Hay numerosos episodios en las que el cuervo es un villano. Pero quizá la referencia que más lo ha estigmatizado es la consignada en la Biblia, cuando se lo sitúa en oposición a la blanca paloma de la paz. Mientras el oscuro cuervo no vuelve cuando Noé lo envía para saber si han bajado las aguas provocadas por el diluvio, la paloma enviada después regresa con una ramita de olivo, señal de que Jehová ha perdonado al hombre y puede ya repoblar la tierra.
Sin embargo, no ha de ser fortuito que Edgar Allan Poe lo coloque en el busto de Palas Atenea —y no al expectante búho que la tradición consagra a la diosa de la sabiduría— en su conocido poema El cuervo. “Never more… Nunca más”, grazna el cuervo cada vez que, a manera de oráculo, el poeta le consulta sobre su destino.
No desmereció al rey húngaro Matías Corvino que lo adoptó en su escudo heráldico, ni a Francisco de Cuervo y Valdés que lo llevaba en el apellido y extendió el abolengo a un aguardiente desde tiempos de la Colonia que, a la postre, se distribuiría en barriles y después en botellas con el grabado de un cuervo, hoy mundialmente conocido como Tequila José Cuervo. Hay cuervos que alimentaron a santos y ermitaños, cuervos que se robaron la luz para compartirla con los hombres, como una suerte de Prometeo entre los inuits. Cuervos que aconsejaban al padre de los dioses nórdicos para que reflexionara y tuviera memoria antes de actuar. Pero estas son más bien excepciones: el cuervo es negro como su suerte. Su oscuro plumaje y sus hábitos alimenticios “oportunistas” que van de robar cosechas a picotear carroña, lo convierten en símbolo del mal. Pobre cuervo: crió hombres y éstos le atribuyeron la oscuridad de sus temores.
2. Los cuervos de Hitchcock
En 1963 se dio a conocer The Birds, una de las obras emblemáticas del genio del suspense, Sir Alfred Hitchcock. Basada en la novela homónima de Daphne du Maurier, el cineasta reveló haber empleado unos 3,200 pájaros amaestrados durante la filmación de la película. Entre las hordas enloquecidas de pajarracos que atacaban a los pobladores de los alrededores de San Francisco, se encontraban anodinas gaviotas, esas aves blancas, a veces grises o ligeramente manchadas de negro en las alas, que abundan en las playas y bahías, aparentemente inofensivas, capaces incluso de orientar a los gavieros y navegantes para un arribo a puerto seguro. Al igual que los cuervos, son aves oportunistas, incluso predadoras de inmundicias y despojos. Pero la suerte del cuervo en calidad de sepulturero, agorero del mal, carroñero, símbolo del demonio —como también la han pagado los gatos en las cacerías medievales y en particular los gatos negros sacrificados en ritos de hechicería incluso hoy en día—, esa fortuna no la han compartido a nivel simbólico, como tampoco las palomas que podrán ser grises y oscuras pero en general el color con el que las asociamos es el blanco níveo y con ello, la inocencia.
Que Hitchcock haga responsables de los asaltos frenéticos a aves anodinas es una muestra de su genialidad pues sugiere con ambigüedad magistral que el terror puede originarse a partir de lo más aparentemente inofensivo. Pero hay también un par de escenas protagonizadas por cuervos expectantes que de verdad condensan nuestros temores más atávicos. No es un azar que al finalizar la cinta, cuando los protagonistas de la historia consiguen subirse a un auto para escapar, la noche sea una constelación azulada de cuervos y gaviotas en aparente reposo, que no hacen sino posponer el horror ilimitado.
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Como una sutil broma, en varias imágenes publicitarias del filme apareció Hitchcock con un cuervo en el brazo. Las fotografías revelaban que se trataba de su mascota favorita.
3. La foto del cuervo que en realidad era otra cosa
¿Por qué los seres humanos depositamos en otros el mal, lo monstruoso? ¿Será acaso porque presentimos que el monstruo está dentro y no queremos que nadie se dé cuenta? Y si nos convencemos de que lo monstruoso o el mal sólo están afuera ¿entonces será más fácil erigirnos en superiores a los otros? Con razón todo lo que es diferente nos atemoriza pues resquebraja la idea de nuestra supuesta identidad omnímoda. Tal vez ahí esté la raíz de los odios y las discriminaciones. Después, ya no se necesita mucho para repetir los patrones aprendidos, y en cambio qué trabajo removerlos, cuestionarlos, modificar la propia mirada.
Pensé en los cuervos y en su mala fama, a propósito de una fotografía de la artista polaca Alicja Posluszna que encontré en estos días de cuarentena. Ahí en blanco y negro, la silueta de una mujer se refleja en los charcos que ha dejado la lluvia sobre los adoquines de una plaza. Vemos parte de sus piernas, su cadera, su torso, pero no nos es posible atisbar el rostro de la mujer. En su lugar un ave oscura ha descendido para beber agua y su pico sumergido produce círculos concéntricos que abisman la superficie. Casi en trance subí la foto a mis redes sociales. Escribí: “¿Así o más inquietante despertar en estos días de confinamiento? Cuando el cuervo puedes ser tú pero no te habías dado cuenta. Ajá… por más que digas: nunca más haré travesuras”.
La imagen era tan hermosa y sorprendente que los usuarios comenzaron a reaccionar y a compartirla. De pronto, regresé a la fotografía porque algo me inquietaba. Miré con más detenimiento. Descubrí que esa ave era demasiado obesa para ser un cuervo —los cuervos acostumbran un cuerpo esbelto y espigado—. De alguna manera imperceptible había afirmado que se trataba de uno por la gama oscura de grises y por la posición del pájaro en el lugar donde debía de estar el rostro de la mujer. Reparé entonces en su pico corto y ancho, nada que ver con la poderosa y alargada pinza de los córvidos. Innegablemente se trataba de una paloma oscura.
Revisé los comentarios que había suscitado mi post y nadie pareció reparar tampoco en el error. Pensé en la fuerza de la costumbre y en una suerte de pigmentocracia aplicada en este caso a las aves —algo como: “si devora el rostro debe tratarse de un cuervo oscuro como sus entrañas”—. También en cómo nuestros modos de juzgar prejuiciosamente se filtran en la manera de acercarnos al mundo. Si nos diéramos tiempo y oportunidad para no cifrarnos sólo en un aspecto de los seres, tal vez podríamos sorprendernos. Algo así como criar historias que nos sacarán nuevos ojos.
Y por supuesto, reivindicar al cuervo: bien mirado, sin prejuicios, es un ave poderosa y perfecta.
@anaclavel99