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Los castillos de oro de Gilberto Bosques

Una de las características de Gilberto Bosques era la de su enorme generosidad que, sumada a su compromiso con la justicia, lo hizo uno de los personajes más relevantes de la diplomacia mexicana. Ya está su recuerdo en letras de oro.

Por Emequis
12 / 16 / 22
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CONFIDENTE EMEEQUIS

EMEEQUIS.– La vida es extraña. En 1938, Gilberto Bosques revisaba las primeras planas de El Nacional. Como director, sabía que se avecinaba una crisis de grandes proporciones en Europa y, acaso, en el mundo entero. 

Aquellos días eran de pronósticos funestos, de avance de una nube negra en el viejo continente. 

El 12 de marzo, las tropas alemanas habían ingresado en Austria y España estaba inmersa en las inclemencias de la Guerra Civil. Ambas situaciones, con el tiempo, iban a cambiar la vida del periodista.  

¿Qué pensaba o imaginaba Bosques a la hora de cabecear la primera plana del diario del gobierno? ¿Intuía lo que el destino estaba por depararle? 

El presidente de la República Lázaro Cárdenas le tenía confianza y por ello le encargó una misión peligrosa y a la vez indispensable: convertirse en el cónsul general en Francia

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En 1939 viajó a París. Desde la embajada, con el respaldo y la solidaridad del embajador Luis I. Rodríguez Taboada, empezó a trabajar para proteger a los mexicanos que se encontraban en suelo francés, pero haciendo extensiva la salvaguarda para quienes eran objetivo de las fuerzas de seguridad de gobiernos fascistas. Sabía que los disidentes de los nazis, los judíos y los defensores de la República española la iban a pasar muy mal. 

En 1940, luego de la caída de la capital de francesa en manos del ejército de Alemania, se trasladó a Marsella. Desde ahí, el cónsul Bosques salvó la vida de miles de refugiados españoles, a quienes les extendió una visa para poder trasladarse a México. 

Para nada resultó sencilla su tarea, porque el gobierno de Vichy lo hostigaba y los nazis lo tenían en la mira.  

Miles de españoles que cruzaron la frontera fueron recluidos en campos de concentración, generándose problemas de carácter social y humanitario por las condiciones en que se les mantenía. 

Bosques, para aliviar el martirio de quienes habían tenido que abandonar su tierra, perdiéndolo todo, adquirió dos castillos, los de Reynarde y Montgrand. Eran propiedades en desuso, corroídas por las inclemencias del tiempo, pero en cuyas torres ondeó, con enorme dignidad, la bandera de México.   

Inclusive, Manuel Azaña, el último presidente de la República Española, recibió del embajador Rodríguez y del cónsul un respaldo permanente, protegiéndolo de los comandos de la Falange que pretendían asesinarlo. Cuando Azaña murió en Montauban, se cubrió el féretro con la bandera mexicana, ya que el prefecto del pueblo prohibió la utilización de la republicana. 

Mientras se desarrollan ese tipo de gestas, no son del todo perceptibles en lo que significarán en el tiempo, pero ya desde entonces lo sabían los españoles auxiliados por un diplomático mexicano al que no conocían, pero que era capaz de arriesgar su integridad por salvaguardar la de ellos. 

Bosques pagó un precio, por supuesto, ya que terminó recluido en Bad Godesberg, en Alemania, luego de que el gobierno de México rompiera relaciones con los colaboracionistas de Vichy. En 1943, en un intercambio de prisioneros, Bosques, su familia y el personal del consulado pudieron volver a México. Cientos de refugiados españoles acudieron a la estación del tren para agradecerle y celebrar su retorno. 

Una de las características de Bosques era la de su enorme generosidad que, sumada a su compromiso con la justicia, lo hizo uno de los personajes más relevantes de la diplomacia mexicana. 

Modesto, nunca utilizó el relato de su gesta humanitaria, pero ello no opacó su biografía, sino que la catapultó para que su nombre esté inscrito en oro en los muros de la Cámara de Diputados. 

Un reconocimiento más que merecido, pero no solo a él, sino a la propia política de puertas abiertas que el general Cárdenas estableció para que los españoles, que huían del régimen totalitario de Francisco Franco, pudieran tener en nuestro país otra patria. 

Pero además, Bosques fue un convencido de la división de poderes, de la necesidad imperiosa de mantener la independencia del legislativo, para dotarlo de toda su dignidad. 

La diputada Carolina Beauregard recordaría, en la sesión solemne realizada el 13 de diciembre, que el diplomático tenía una característica más que meritoria: hacer lo correcto, luchando contra las injusticias y el odio entre las naciones. Ya está su recuerdo en letras de oro.

@jandradej

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