La antesala de un cambio. Análisis de Julián Andrade.
CONFIDENTE EMEEQUIS
EMEEQUIS.– Todo inicia y termina en Sinaloa. Cuando ya son horas lo que puede establecer la duración de su mandato, López Obrador hizo un anuncio y un vaticinio.
El primero es que, en cuestiones de seguridad, prevalecerá su estrategia, su modo de ver las cosas y respecto a lo segundo describió a la próxima mandataria, Claudia Sheinbaum, haciendo un contraste, al señalar que el fresa y el moderado es él y que se van a equivocar quienes anhelen otra cosa.
Continuidad, pero con vitaminas, podría ser el esbozo de lo que viene, si es que quien se va tiene razón. Pronto lo sabremos.
En el contexto del anuncio de una zona de riego, en Rosarito, el presidente reafirmó que lo que hizo, a lo largo de los últimos años, es lograr “la hazaña de llevar a cabo una transformación igual de profunda como lo fue la Independencia, como lo fue la Reforma, como lo fue la Revolución en 1910, pero de manera pacífica y eso tiene un gran valor”.
Ahí, en el presídium, además de quien tomará las riendas del gobierno el primer minuto de octubre, estaba el gobernador Rubén Rocha, envuelto todavía en los misterios del secuestro de Ismael “El Mayo” Zambada.
Un mensaje, ese de estar justo en territorio sinaloense, donde el pleito entre los bandidos, desde hace tres meses, ya cobró la vida de 123 personas y tiene a Culiacán en la zozobra.
Y el titular del Ejecutivo se refirió al tema, pero a su modo, ratificando que las Fuerzas Armadas están para “evitar los enfrentamientos, porque no queremos que nadie pierda la vida”.
Confía en “la vuelta a la normalidad” y aprovecha para quejarse: “durante todo el gobierno no tuvimos ningún problema, fue en estos últimos días, en estos últimos meses, por una decisión que tomaron, que fue incorrecta y se fraguó en el extranjero, por eso no aceptamos el injerencismo.”
Es decir, la guerra entre Los Mayos y Los Chapitos es producto del secuestro del líder de los primeros y la entrega voluntaria de uno de los jefes de los segundos.
Y todo ello, en apariencia, planeado por las agencias de seguridad de Estados Unidos.
Es, bajo esa lógica, que la vuelta a la normalidad habría que situarla en el momento anterior a que el pleito por el control del Cártel de Sinaloa se haya elevado.
De ahí la relevancia de lo que el presidente López Obrador dijo en Sinaloa, porque muestra las entrañas de lo que fue –y dice que seguirá siendo—el proyecto de seguridad, el “laissez faire” a los delincuentes.
Hay una suerte de manual, de líneas que delimitan la acción de la autoridad, “si no se entiende que por encima de todo está el pueblo, el interés popular, entonces sí se hace sentir el Estado, entonces sí se tiene que poner orden, lo que ya se está haciendo en Sinaloa”.
Al mismo tiempo, no hay condena alguna a los grupos delincuenciales que matan, incendian camiones y evitan que los niños asistan a las escuelas.
La acción de las fuerzas de seguridad, hasta el momento, no ha significado mejora alguna, quizá porque la idea sea que los propios bandos en conflicto terminen por delimitar su propio poder.
Una apuesta por demás arriesgada, ya que deja a la población a merced de los delincuentes, aunque se diga lo contrario.
La realidad siempre es sorprendente. Mientras se pronunciaba el discurso en Rosarito, en la capital del estado, los bandidos siguieron aplicando su lógica macabra, al abandonar una camioneta, con cinco cadáveres en su interior y a la que pintarrajearon la leyenda, “bienvenidos a Culiacán”.
Ya no volverá López Obrador como presidente de la República a Sinaloa. El tiradero lo tendrán que recoger otros, los que habrán de pagar el costo, cualquiera que ese sea, de eso que se autoproclama la estrategia de los abrazos y no balazos.
@jandradej