Si el machismo depredador condenara al hombre a no merecer la compañía femenina, el mundo sería un lugar inhóspito, como lo serán este lunes las calles de México. La gigantesca marcha de ayer y el paro laboral de hoy no sólo pusieron en jaque al poder político, sino al sexo masculino en general, incluyendo a los varones que deploramos la reciente oleada de feminicidios y atentados misóginos, pero por esperar todo de un gobierno ampliamente rebasado por la delincuencia, no hemos construido redes de protección ciudadana que garanticen la integridad de las mujeres en lugares públicos (dentro de sus hogares tampoco están a salvo, pero la violencia familiar sólo disminuirá con una revolución educativa de gran calado). Ninguna estrategia de seguridad puede centrarse en un solo sexo, de modo que las mujeres no sólo están luchando por su propia seguridad, sino por la nuestra. Si queremos desenlodar la palabra hombría, su lección de valor civil nos obliga a corresponderles con acciones concretas en favor de la paz social.
Por desgracia, la experiencia de vivir con miedo durante largo tiempo ha reducido a cenizas las viejas virtudes caballerescas. Todos los días, los violadores o los tratantes de blancas secuestran a mujeres en estaciones del metro, en el microbús o en la vía pública, delante de testigos que no se atreven a defenderlas, porque los delincuentes van armados y los quijotes urbanos no. Ya es hora de hacerles frente sin esa desventaja, pues cada vez que un varón se abstiene de intervenir en defensa de una mujer maltratada, los criminales misóginos se envalentonan y sus próximas víctimas (Dios no lo quiera) pueden ser nuestras hijas, esposas o hermanas.
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Si la autoridad se considera incapaz de frenar los feminicidios, cuando menos debería convocar a la población a formar parte de un cuerpo de voluntarios encargado de preservar el orden público en todos los municipios de la república, comprometiéndose a darles armas y entrenamiento. La función de ese cuerpo sería auxiliar a la policía (y a la vez vigilarla) en el patrullaje de colonias, manzanas, centros de reunión y medios de transporte. Las brigadas de protección civil no sólo deberían estar formadas por varones, sino por mujeres aguerridas, incluyendo a las iracundas amazonas que ahora queman puertas o pintarrajean monumentos. Es verdad que las autodefensas ya se mimetizaron con el crimen organizado en algunas regiones del país, pero eso podría evitarse con un reclutamiento selectivo de voluntarios: sólo tendrían cabida en las brigadas estudiantes con credencial, campesinos, trabajadores, empleados, comerciantes, empresarios y en general, quienes tengan mucho que perder si se pasan al bando enemigo. En recompensa por su servicio a la sociedad, el gobierno podría eximirlos de impuestos, otorgarles becas o pensiones y seguridad médica para ellos y sus familias. ¿Una solución desesperada? Quizás, pero el clima de terror y el fracaso de todos los gobiernos para pacificar el país exigen que la parte sana de la sociedad se bata en defensa propia. Una intervención como ésta tendría el efecto colateral de obligar a las policías a mostrar de qué lado están.
En cuanto a la necesaria y urgente solidaridad con las víctimas del machismo, el colectivo Revolución Feminazi, fundado por Gabriela Lira, ha emprendido una cruzada que deberían secundar las instituciones filantrópicas de las grandes empresas (Televisa, Telmex, T.V. Azteca, GNP, Cinépolis, etc.). Se trata de una colecta en favor de María Elena Ríos, la joven saxofonista oaxaqueña a quien su ex pareja, el empresario y ex diputado del PRI Juan Antonio Vera Carrizal, desfiguró con ácido sulfúrico en venganza porque María Elena terminó con él. Desde el 9 de septiembre, cuando perpetró el cobarde atentado valiéndose de un sicario, Vera está prófugo de la ley. El Fiscal Estatal de Oaxaca Rubén Vasconcelos le dio todas las facilidades para escapar y según María Elena, desde entonces lo está encubriendo.
Hasta ahora, María Elena ha recibido en México una atención médica insuficiente, pero en otras partes del mundo ya existen cirujanos plásticos especializados en quemaduras con ácido que podrían reconstruirle la cara. Uno de ellos, Mohammad Ali Jawad, logró devolverle la belleza a Katie Piper, una modelo británica que hace diez años fue desfigurada con ácido por su ex novio (véase en YouTube el documental My Beautiful Face).
El agresor de María Elena es propietario de varias gasolineras y debería sufragar los gastos de su tratamiento en Inglaterra. Pero como no podemos confiar en la justicia oaxaqueña, quienes deseen ayudarla pueden enviarle donativos a su cuenta Bancomer 1523839284, CLABE 012180015238392849. La solidaridad activa con las víctimas del machismo es más eficaz y revolucionaria que los gritos de impotencia en las redes sociales.