Cuando supe la noticia del Coronavirus en enero no le di importancia. Un virus más, pensé. Pero, ante el bombardeo creciente de nuevas terroríficas, ya para la noche anterior a la marcha de mujeres del #8M, soñé que andaba desesperada por la ciudad buscando un cubrebocas, sin encontrar ninguno pues se habían agotado. En mi inconsciente el miedo se había inoculado. Y a eso se fueron sumando el desconcierto, la información alarmista, la confusión rayana en el pánico en estampida.
Por extraño que parezca, ante la inminencia de la peligrosidad del contagio y la cuarentena, mi respuesta inmediata fue el humor. Posteé en mis redes: “A quienes no les gusta leer, les tengo malas noticias. Se van a morir del aburrimiento”. Muchos celebraron la ocurrencia como una campaña de invitación a la lectura en tiempos virales. También compartí la canción del grupo jarocho Mono Blanco (hay versión rockera de Molotov), y escribí retomando algunos versos: A mis enemigos y adversarios, “si un día me han de querer, se deben apresurar. No hay que esperar, que el mundo es loco, y queda poco tiempo de amar. El mundo se va a acabar, el mundo se va a acabar. Si un día me has de querer te debes apresurar”. Es buenísima, no se la pierdan en Youtube: https://www.youtube.com/watch?v=4rs2KGFx304&fbclid=IwAR1sIedOY7f8SQ0NDhr9qBaMP2M_aHrXjuRZKX06At7_V6R1xOUT6rPsgZ0.
Quienes me conocen sabrán que tengo mi peculiar sentido del humor, pero suelo ser más solemne de lo que quisiera. Eso sí, me gustan mucho los juegos del lenguaje y de palabras. Así que cuando mi siguiente mensaje en redes fue de nuevo una broma, mis señales de alarma interna comenzaron a brillar. Para entonces ya estaban en pleno las medidas de higiene para evitar el contagio. Ante la proximidad de la Cuaresma, escribí: “Corren dudas sobre si habrá Pasión en Iztapalapa. Pero por ahí escuché que a quien sí veremos es a Poncio Pilatos impartiendo un curso de Cómo lavarse las manos sin morir en el intento”. Incluso llegué a cambiar el contexto por uno más contemporáneo con solo modificar una letra: “Lecciones de Poncio Pilates: Tensar-destensar y lavarse las manos”, y la gente me siguió el juego.
En mi cabeza me la pasaba tarareando los acordes de esa vieja canción de los Teen Tops, que muchos recordarán: “Ahí viene la Plaga, le gusta bailar… Y cuando está rockanroleando, es la reina del lugar. Mis jefes me dijeron: ya no bailes rockanroll. Si te vemos con la Plaga, tu domingo se acabó. Ahí viene la plaga…” Un poco antes había yo compartido una imagen del portal Cultura Colectiva, donde aparece un fiero Tiranosaurio Rex, con sus patas delanteras diminutas al aire, y la frase: “Se extinguió porque no podía lavarse las manitas”.
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De pronto, como me suele pasar en otros periodos de abstinencia, me miré al espejo de mi conciencia y me dije a mí misma: “Mi misma, anda usted muy cascabelera”. O como hubiera podido decir Babieca a Rocinante, si fueran yeguas y no jamelgos: “Chistosita estáis…”. Y la respuesta: “Es que hambre tengo…” Pero más que hambre, miedo. Y es que, ante las compras de pánico que vaciaron las reservas de papel de baño de los supermercados, uno bromea pero también reconoce muy patafísicamente: “El miedo no anda en burro, pero sí en bacinica”. Ni qué decir cuando la artista Susan Gordon compartió en la página Contemporary Still Life, su óleo “El Santo Grial 2020” con la imagen en primer plano de un rollo de papel higiénico que pintó hace unos años pero que, ironía mediante y dadas las actuales circunstancias, decidió titular con el santo nombre que ahora todos andamos buscando. Aquí la foto: https://www.facebook.com/susangordonfineart/photos/gm.2279049249063011/2847842585261586/?type=3&theater&ifg=1
“La risa es lo propio y noble del alma”, escribió François Rabelais en el prólogo a su Gargantúa y Pantagruel, una obra del siglo XVI que su propio autor reconoce como non sancta. Proclive a los excesos fisiológicos, el desparpajo de los sentidos y el goce desmesurado, la historia es contada a través de las aventuras de dos gigantes que, hiperbólicos como su tamaño, suelen comer, defecar, fornicar, emborracharse a lo grande. Una novela tan desproporcionada y excepcional que es origen de numerosos y sesudos estudios como el Rabelais y su mundo de Mijaíl Bajtín, en el que se desarrolla el concepto del “cuerpo grotesco”, una metáfora para relacionar la fisiología del cuerpo humano –sus excesos y desechos– con el cuerpo social de una época.
¿Y qué nos está diciendo, visto con el caleidoscopio del humor delirante, este asunto de vaciar los anaqueles de papel higiénico como efecto del Coronavirus? Mi hijo, que es un ermitaño sabio a pesar de pertenecer a la generación Millenial, dice que las dos grandes comodidades del mundo actual que valen la pena, son la regadera y… el papel de baño. Es decir, no voy a cuestionar su utilidad o a deslegitimizar el valioso legado que la modernidad ha puesto en nuestras manos.
Pero regresando a Bajtín, a Rabelais, a la diarrea mental colectiva y al cuerpo grotesco: ¿no será que el asunto del papel de baño es una suerte de broma involuntaria colosal, metáfora escatológica impecable, que nos revela a qué grado, como sociedad, y perdónenme mi español tan castizo, la estamos cagando?
@anaclavel99
Con la colaboración de Pablo Lamoyi.