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La Pasión Según Hermosillo

ENRIQUE SERNA escribe sobre Jaime Humberto Hermosillo: “Tal vez haya sido el cineasta más provocador de su generación, si bien limitó sus provocaciones al ámbito de la intimidad, con una refinada malicia para retratar a la clase media”.

Por Emequis
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En los años 70 hubo un renacimiento del cine mexicano que poca gente valora en su justa medida, tal vez porque no tuvo una gran repercusión internacional, como las películas de Cuarón, Del Toro y Gonález Iñárritu, que han hecho la mayor parte de su carrera en Hollywood, con la maquinaria promocional más poderosa del planeta. En el sexenio de Luis Echeverría, y por inercia, en los primeros años del gobierno de López Portillo, cuando su hermana Margarita todavía no sacaba la guadaña, el Banco Cinematográfico apostó con largueza por el cine de autor, que a mediados de los 60, en el Primer Concurso de Cine Experimental, había dado excelentes primicias. No todos los directores de aquella camada se merecen el título honorífico de cineastas, y quizá el Estado debió de auspiciar también el buen cine artesanal, pero algunos directores aprovecharon ese impulso renovador para consolidar un estilo propio y hacer películas memorables, que hoy consideramos clásicas: entre ellos, el recién fallecido Jaime Humberto Hermosillo.

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Tal vez Hermosillo haya sido el cineasta más provocador de su generación, si bien limitó sus provocaciones al ámbito de la intimidad, con una refinada malicia para retratar a la clase media que se debate entre la represión y la trasgresión. Hasta cierto punto recogió la estafeta intimista de Alejandro Galindo, el gran director de Una familia de tantas, sin compartir, por supuesto, la prédica regañona que avejentó prematuramente al cine mexicano de la época de oro. A Hermosillo le tocó vivir otros tiempos y defender otros valores. Portavoz de una revuelta juvenil que buscó la liberación de la humanidad en todos los órdenes, sus primeras películas exponen el conflicto entre los anhelos de una vida más plena y el marasmo existencial de la provincia. En Matinée y La pasión según Berenice la sed infantil de aventuras, o la tentación de vivir un gran amor para escapar de un orden social y familiar esclerótico, desembocan en la tragedia cuando la realidad ajusta cuentas con el deseo. Berenice, una Madame Bovary a la mexicana, interpretada magistralmente por Martha Navarro, seduce y conmueve gracias a la intensa compenetración emocional entre el director y su alma gemela. ¿Quién puede condenarla por prenderle fuego a la casa donde ha vegetado con su tía abuela, la siniestra usurera que Emma Roldán elevó a las mayores cumbres del gran guiñol?

Al parecer, el temperamento satírico es incompatible con el romanticismo, pero desde los tiempos de Lord Byron, esta coincidencia de opuestos ha sido un terreno fértil para la ficción.  Hermosillo oscilaba entre ambos extremos y por eso sus películas son ricas en sentimientos paradójicos, en fulgurantes pinceladas cómicas alternadas con descalabros pasionales. Así está construida Naufragiouna de sus mejores películas, que tuve la suerte de ver en proyección privada cuando trabajaba de redactor en Procinemex. Inclinado por vocación al realismo costumbrista, Hermosillo lo trascendía con metáforas de gran belleza, como la irrupción de una ola en un departamento de la Unidad Tlatelolco, símbolo del marinero ausente que abandonó a su madre para siempre. Los publicistas de películas veíamos infinidad de churros en presencia de sus directores, lo que nos colocaba en situaciones embarazosas al final de la proyección. Cuando vi Naufragio no tuve que recurrir a las evasivas ni a los elogios tibios: estaba deslumbrado y mi felicitación fue sincera.

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La carrera de Hermosillo, como la de casi todos los directores, demuestra que la colaboración con guionistas inteligentes, o la adaptación de buenos cuentos o novelas, genera una sinergia más fructífera que la “soledad en llamas” del hombre-orquesta. Así lo confirman otras dos estupendas películas de Hermosillo, María de mi corazón y Doña Herlinda y su hijo, basadas, respectivamente, en cuentos de Gabriel García Márquez y Jorge López Páez. Hermosillo se apropió de ambas historias y las enriqueció con los hallazgos de su perversa imaginación, hasta sacarles el mayor potencial dramático.

A partir del siglo XXI, uno de nuestros mejores cineastas vivos tuvo dificultades crecientes para filmar películas en formato industrial, quizá porque siempre dependió en exceso del mecenazgo público y a partir de los 90 se encajonó un poco en el gueto gay. Pero la adversidad no lo venció:  siguió haciendo películas de bajo presupuesto en formato digital, que por desgracia pocos han visto, pues nunca se estrenaron en salas comerciales. 

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Según me informa mi amigo Luis Terán, que tuvo una larga amistad con Hermosillo, la mejor película de su última etapa, Rencor, protagonizada por Julissa, se proyectó hace siete años en la televisión española pero nunca ha llegado a la mexicana. Remediar esa grave injusticia sería la mejor manera de rendirle homenaje al padre de Berenice.

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