Esta columna tiene fondo musical y festivo. Escuche usted, si no conoce, la melodía pegajosa y tropical, interpretada por el gran Mike Laure, y ponga atención a la letra: https://www.youtube.com/watch?v=dllG1NxhvN0
Se acaba la papa, se acaba el maíz.
Se acaban los mangos, se acaban los tomates.
Se acaban las ciruelas, se acaban los melones.
Se acaba la sandía y se acaba el aguacate.
Y la cosecha de mujeres, nunca se acaba.
Y la cosecha de mujeres, nunca se acaba.
Y la cosecha de mujeres, nunca se acaba.
Y la cosecha de mujeres, nunca se acaba.
Guapachosa, cumbiancera, “La cosecha de mujeres” fue muy afamada en los años setenta y ochenta, y su ritmo sabrosón todavía se sigue escuchando en muchas fiestas populares, bailongos, bodas, quinceaños, cuando al calor del festejo regresan los éxitos de ayer y hoy.
No ubico cuándo la escuché por primera vez pero sí me recuerdo muy niña repitiendo la enigmática frase “la cosecha de mujeres nunca se acaba”, aunque no entendía claramente qué quería decir. Con los años entendí mejor los significados explícitos y tácitos. Uno de ellos: hay tantas mujeres, que siempre habrá de dónde escoger (sentido figurado: abundancia). Otro más sutil: mientras hay temporada para cada fruta según la estación del año, el apetitoso fruto de las mujeres (entiéndase como símil o metonimia, según el paladar) siempre estará ahí, dispuesto para ser cosechado, es decir, segado, cortado, recogido, colectado, agostado, desflorado. No hay que olvidar que, al decir del diccionario, la cosecha es también “conjunto de frutos, generalmente de un cultivo, que se recogen de la tierra al llegar a la sazón”, pero no siempre: también hay fruta verde que se siega antes de tiempo.
Es increíble el universo de las palabras porque permite atisbar las acciones, pensamientos y deseos que palpitan detrás. De ahí el poder de la poesía, la retórica, la política, la publicidad y mercadotecnia, cuando se saben usar. Pero regreso a mi cuento, o más bien canción.
¿Cuándo nos volvimos las mujeres fruto delicioso? Habría que traer a cuento aquí la imagen poética del bíblico Cantar de los Cantares, cuando el Amado dice:
Huerto cerrado eres, hermana mía, esposa mía;
Fuente cerrada, fuente sellada.
Tus renuevos son paraíso de granados, con frutos suaves,
De flores de alheña y nardos.
Pero también es cierto que la Amada lo ve a él de modo semejante, alimento para el cuerpo y el alma pues no en balde el amor es hambre:
Como el manzano entre los árboles silvestres,
Así es mi amado entre los jóvenes;
Bajo la sombra del deseado me senté,
Y su fruto fue dulce a mi paladar.
¿Qué fue de ese diálogo primordial, ese devaneo de huerto a huerto, de fruta a fruto, de carne a piel, de ternura y deleite? ¿Cuándo se rompió el pacto social y privado que conlleva el amor y el deseo? ¿En dónde quedó el banquete, el ágape, la cortesía, las “batallas de amor” que suceden en “campos de pluma”, y comenzó la matanza feroz, la trasiega carroñera, la carnicería innombrable?
¿Cuándo la “cosecha de mujeres” dejó de ser libidinal y sublimada figura poética para transformarse en una cruel realidad desflorada, violentada, desmembrada, descuartizada, eviscerada, desollada, mancillada, ultimada?
Si echamos un vistazo somero a la Historia, son ya milenios, siglos de oprobios y dominación —y pesan demasiado—. En los tiempos de la Roma antigua se nos consideró poco más que herramientas parlantes, como de hecho se definía a los esclavos (instrumenta vocalia). Tan limitadamente “parlantes” que cuando la Asamblea de la Revolución francesa redactó su carta de principios ciudadanos (1789), y la escritora Olympe de Gouges escribió su contestaria Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana (1791), se ganó también la guillotina y que sus libros fueran condenados al olvido por el mismo comité de hombres revolucionarios con los que luchó a brazo partido y con mente abierta. (Dato curioso —y contradictoriamente simbólico—: las únicas mujeres que aparecen en la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano son dos figuras femeninas que ilustran la portada del impreso, una encarna a la Libertad y la otra a la Victoria.)
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Los agravios se han ido acumulando como la oleada imparable actual de reivindicación y rabia, recrudecida por los abusos y feminicidios recientes en este huerto nuestro que se nos ha vuelto ya no metafísico camposanto sino verdadero “campomaldito”.
Con semejante panorama ¿cómo es que empecé diciendo que estas líneas tienen fondo musical y festivo? Es que, de algún modo, Mike Laure lleva razón: la cosecha de mujeres nunca se acaba. Y esto es, señoras y señores, lo que estamos cosechando ahora: mujeres rebeldes, dispuestas a todo por defenderse y hacer valer derechos tan elementales como el de la vida. Efectivamente, la generación de estas nuevas mujeres ya no se acaba. Las hay moderadas, las hay radicales. Las hay sensatas, las hay enrabiadas. Pero todas están justificadamente indignadas y hartas. Así que no vaya usted a salirles con la cantaleta de siempre de que el machismo es imaginación suya, a tararearles la vieja cumbia de Mike Laure que habla de mangos, ciruelas y melones porque puede usted acabar con los plátanos en la boca, o lo que es peor, cantando solo en la loma.
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#VivasNosQueremos #NosEstánMatando #8M #UnDíaSinNosotras #NiUnaMás
(Y de manera más personal: ¿Diferencias? Varias. No concuerdo con el ánimo Vendetta ni con la polarización. Pero de que todas clamamos justicia, respeto, seguridad… El grito es unánime: Ni una más. ¿Argumentan que hay nueve homicidios por cada feminicidio? Señores, si no son competencias. ¿Estarían en contra de una movilización de homosexuales porque reclaman que los siguen matando con saña? Que la violencia sea un problema generalizado hoy en México, no quiere decir que no se busque visibilizar y luchar desde las diferentes trincheras. “Nos queremos vivas, libres y sin miedo.” Nos vemos en la marcha del domingo 8 y el lunes 9 #ningunasemueve)
@anaclavel99
Con la colaboración de Pablo Lamoyi.