Soy un guionista muy solicitado para escribir argumentos y libretos de teleseries que nadie produce jamás. Gracias a mi ambiguo privilegio, en los últimos años escribí dos argumentos para series históricas que seguramente se quedarán empolvados en los archivos de sus compradores. No lamento del todo mi esfuerzo inútil, porque una de ellas me permitió estudiar a fondo los intrincados misterios de la conquista de México, en especial la esgrima diplomática entre Moctezuma y Hernán Cortés. La moderna historiografía anglosajona impugna con sólidos argumentos muchas verdades sospechosas contenidas en los testimonios de Cortés y Bernal que hasta hace poco parecían irrefutables. Difundir masivamente su versión alternativa de los hechos nos ayudaría a deglutir mejor la génesis de la nacionalidad, y de paso reivindicaría a Moctezuma, que ha pasado a la historia como un emperador pusilánime y agachado. En los años 50, Sergio Magaña intentó ennoblecerlo en la tragedia shakespeariana Moctezuma II, pero su meritoria golondrina no hizo verano y hasta la fecha, el antepenúltimo tlatoani sigue clamando justicia desde el Mictlán.
¿En verdad Moctezuma se declaró súbdito del Rey de España al recibir a Cortés y le obsequió el mando de su imperio, como consta en las Cartas de Relación, o el conquistador inventó ese acto de vasallaje para justificar legalmente su fechoría? El mexicanista Matthew Restall pone en duda la veracidad del episodio y cree que Cortés pudo haber inventado la prematura rendición de Moctezuma para fabricarse una coartada legal, pues el antiguo derecho español consideraba lícito someter a un enemigo si se insubordinaba después de jurar obediencia a la corona (Cuando Moctezuma conoció a Cortés, Taurus, 2019). Por su parte, Camilla Towsend argumenta que una mala traducción del discurso de Moctezuma pudo confundir a Cortés, pues la Malinche no conocía bien el náhuatl ampuloso de la aristocracia mexica. Los españoles pudieron tomarse al pie de la letra fórmulas de cortesía que en modo alguno significaban una rendición, como si en la actualidad un extranjero quisiera arrebatarle su hogar a un mexicano que lo ha invitado a “la casa usted” (véase Malitzin, una mujer indígena en la conquista de México, Era, 2016).
TAMBIÉN PUEDES LEER / LA MUERTE NO TIENE PERMISO Y, SIN EMBARGO…
¿Realmente Cortés tomó prisionero a Moctezuma una semana después de ser hospedado en el palacio de Axayácatl? Según el relato tradicional de la conquista, después de mostrarlo al pueblo aherrojado, los españoles se quedaron seis meses en Tenochtitlán. ¿El pueblo toleró todo ese tiempo el agravio a su tlatoani? ¿Es creíble que en un lapso tan largo no tomara represalia alguna? Restall sostiene, por el contrario, que los españoles apresaron a Moctezuma cinco meses después de llegar a Tenochtitlán, al tener noticias del desembarco de Pánfilo de Narváez en Veracruz, pues entonces temieron, con razón, que el tlatoani ordenara pasarlos a cuchillo, aprovechando que los tenía a su merced en un islote asediado por todos los flancos. La vergonzosa complicidad de Moctezuma con sus captores para salvar el pellejo habría sido entonces un mito fabricado a posteriori por el bando vencedor. Los testimonios indígenas recogidos por Sahagún treinta años después de la conquista describen a Moctezuma como un cobarde supersticioso y afeminado, pero la moderna historiografía tampoco les concede mucho crédito, pues los informantes de Sahagún eran tlatelolcas, un pueblo resentido con los aztecas por tener que pagarles tributo. Desde luego, la corriente histórica revisionista tiene un punto débil: no hay ningún testimonio que pueda corroborar sus hipótesis.
Contagiado por el espíritu crítico de Restall y Towsend, yo también quisiera modificar la trama secreta de la conquista con una conjetura que no me atreví a incluir en mi argumento televisivo y por lo tanto puedo divulgar sin recato. Moctezuma modificó el protocolo de la corte mexica para que ningún súbdito, incluyendo a sus consejeros, pudieran verle la cara. Quería marcar así una mayor distancia con el pueblo, elevándose a la altura de los dioses. Ninguno de los informantes de Sahagún pudo describir su rostro, porque jamás lo vieron, pero según Bernal, tras la matanza de Pedro de Alvarado en el Templo Mayor, cuando el tlatoani subió a la azotea de su palacio para arengar a la multitud que intentaba linchar a los españoles, la gente lo mató a pedradas, sin dejarlo tomar la palabra. ¿Cómo supieron quién era si nunca lo habían visto, ni los españoles se atrevieron a anunciar su aparición en la azotea entre la lluvia de proyectiles? No es descabellado suponer entonces que su pueblo lo apedreó sin saber quién era. ¿Habrá pagado con la vida su pretensión de colocarse por encima de los mortales? Ojalá surgiera un documento que avalara esta cruel ironía.