Distintas voces al interior coiciden: el PAN abandona a quienes verdaderamente trabajan en el terreno. Análisis de Sandra Romandía.
¿CUÁL ES LA HISTORIA?
EMEEQUIS.– En las recientes elecciones, el Partido Acción Nacional (PAN) ha protagonizado una tragedia griega moderna, donde la ambición y la lealtad mal entendida han sellado su destino con una derrota estrepitosa. Marko Cortés, líder del partido, ha demostrado una vez más que la prudencia no siempre es virtud, especialmente cuando se traduce en un férreo cuidado de los amigos y socios a costa de los verdaderos operadores políticos.
La prudencia panista parece ser una suerte de ceguera voluntaria ante la realidad electoral. Mientras que el grupo de exgobernadores se retuerce de indignación y clama por una renovación inmediata, Cortés y su círculo íntimo prefieren mantener el statu quo, ese refugio seguro donde los “cuates” y “socios” disfrutan de un banquete perpetuo a costa del partido. La ironía es que estos líderes, cuya mayor habilidad parece ser la manipulación de padrones y la perpetuación de sus privilegios, son precisamente quienes llevaron al PAN a su debacle.
Distintas voces al interior del organismo político coinciden: el PAN abandona a quienes verdaderamente trabajan en el terreno, aquellos que, más allá de sus números, son operadores efectivos y han demostrado capacidad para ganar sus espacios. Figuras como Martín Orozco y Pancho Domínguez están ahora fuera del juego, mientras que otros, como Jorge Ramos, han buscado refugio en partidos rivales, encontrando ahí el reconocimiento que el PAN les negó.
Y mientras los operadores de verdad son relegados, el PAN parece haberse convertido en una suerte de franquicia de colonizadores modernos. Un jefe estatal de Jalisco enviado a Durango, un diputado de la Ciudad de México desplegado en Quintana Roo… ¿Acaso estamos presenciando una nueva versión del imperialismo interno? Todo parece indicar que sí. Estos “conquistadores” no buscan más que abrir camino para hacer negocios, dejando de lado cualquier esfuerzo real de trabajo en territorio.
El resultado de esta estrategia de corto plazo es evidente: una votación declinante y una creciente desilusión entre los votantes. Pero el colmo del absurdo es la lista de “intocables” que, desde el centro del poder, deciden el destino del partido. Estos personajes, a pesar de los pésimos resultados, continúan en sus posiciones, blindados por una red de lealtades personales y favores mutuos. La pregunta inevitable es: ¿hasta cuándo seguirá esta farsa? ¿Qué fue de la ideología del partido?
Los exgobernadores, agrupados ahora en “Unidos por México”, han levantado la voz, pero no sin cierta hipocresía. Aunque critican con dureza a Marko Cortés, no pueden eximirse de responsabilidad. Al final, muchos de ellos también se beneficiaron del sistema que ahora denuncian. No obstante, su llamado a la renovación es un eco que resuena cada vez más fuerte en los pasillos del PAN.
En conclusión, el PAN se enfrenta a una encrucijada histórica. Puede seguir por el camino de la autocomplacencia y la protección de sus élites, o puede escuchar el clamor de sus bases y apostar por una verdadera renovación. La historia ha demostrado que los partidos que no se adaptan están destinados a la irrelevancia. Y en este caso, la lección es clara: los verdaderos líderes no son aquellos que se rodean de incondicionales, sino los que se atreven a caminar el terreno y enfrentar la realidad con valentía. La prudencia es valiosa, pero no cuando se convierte en sinónimo de cobardía.
@Sandra_Romandia