EMEEQUIS.- Son verdades amargas las que dijo el embajador Ken Salazar. La estrategia de “abrazos no balazos” no funcionó y en parte explica el recrudecimiento de la violencia, porque las organizaciones criminales se empoderaron en estos años de displicencia.
Salazar está quemando las naves en lo que respecta a su relación con el gobierno mexicano y en particular con López Obrador.
Primero fueron sus críticas contra la Reforma Judicial, y este martes describió el despropósito de la austeridad en seguridad, acusó que se rechazaron apoyos por 32 millones de dólares y describió un panorama sombrío.
Arremetió, de igual forma, ante la realidad paralela que se construía desde las conferencias mañaneras:
“Por muchos años se ha dicho que todo está bien en México, que hay seguridad, pero vemos Sinaloa, vemos Culiacán. Decir que no hay problema es negar la realidad.”
Y añadió que “se ven problemas en otras partes de México, el asesinato del padre Marcelo en Chiapas, la verdad es que hay un problema muy grande en México.”
En efecto, ya sin las destrezas propagandistas de López Obrador, el escenario luce inquietante, ya que en las últimas semanas se han desatado matanzas y decapitaciones.
Lo saben en Palacio Nacional y por ello alentaron la reforma que dota de mayores herramientas a la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana.
Están obligados a proteger a López Obrador, por convicción, por supuesto, pero también por realismo ante el evidente control que aún tiene quien dejó el cargo el último día de septiembre.
Por eso respondieron y fuerte a Salazar, descalificando sus dichos críticos y recordando los que eran zalameros. Sí, Salazar tiene dos caras, el asunto es que no hay que engañarse sobre cuál de ellas es la verdadera.
Más allá de todas las vestiduras rasgadas, de las notas diplomáticas, de la condena a la actitud de Salazar, no hay modo de esquivar los dardos que colocó y las consecuencias que de ellos pueden derivarse.
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La sorpresa, después de todo, no es por el contenido de los reproches, que seguramente embarnecen los análisis que de modo cotidiano se envían al Departamento de Estado, sino porque se airearon ante periodistas invitados con ese propósito.
En la admiración de Joe Biden terminaron por cansarse, y uno de los ejemplos es el que ahora proyecta que fue uno de los aliados más relevantes de López Obrador en la esfera diplomática.
El embajador de los Estados Unidos está ya en el tiempo de los balances. Pronto dejará el cargo y quiere lavar su propia conciencia, porque durante años solapó lo que ahora condena.
Quizá su mensaje esté diseñado para conjurar las críticas que recibirá de los Demócratas, de sus colegas en Washington, de quienes ven en la complacencia que se tuvo con algunas de las excentricidades, por llamarles de algún modo, de López Obrador, el factor que ayudó a que Donald Trump pudiera construir un relato verosímil de los peligros que anidan al sur del río Bravo.
Se dirá que es una cuestión marginal, en términos de rendimiento electoral, pero no lo es tanto si atendemos a las medidas de dureza que se dibujan en el horizonte en lo que respecta al combate al narcotráfico y de modo particular al fentanilo.
Es probable, de igual forma, que Salazar quiera curarse en salud, cuando llegue el momento en que el equipo del próximo presidente tenga ya la información de calidad sobre lo que ocurrió en México en los pasados seis años.
Esos expedientes, se quiera o no, pueden resultar una caja de Pandora.
Sea deliberado o no, Salazar está alineado a la narrativa que puede cobijar las acciones del gobierno de Trump a partir del 20 de enero próximo, cuando se dé el cambio en el poder en Washington.
@jandradej