Aunque salir de fiesta se haya vuelto una actividad de alto riesgo, los jóvenes no pueden renunciar a la vida nocturna. Sobrados de vitalidad, necesitan derrocharla y gozar el momento a pesar de los peligros que los acechan. Sus padres o abuelos tuvimos la suerte de vivir en un país menos violento, donde se podía trasnochar con relativa seguridad, pero ellos se juegan la vida en cada parranda. En teoría, los vigilantes de los antros deberían salvaguardar la integridad de los juerguistas. Su función es impedir la entrada de clientes armados y meter en orden a los borrachos rijosos, pero en los hechos, los jóvenes noctámbulos no sólo tienen que cuidarse del hampa, sino de la gente que los debería proteger. El artero asesinato de Nancy Guadalupe, una joven de 24 años que el 7 de diciembre fue a celebrar con su novia el primer aniversario de su relación amorosa en el bar El Debraye de Cuernavaca, debería encender una alerta roja, pues revela que el personal de seguridad reclutado en bares y discotecas pretende imponer por la fuerza un orden fascista diametralmente opuesto al espíritu libertario de la juventud moderna.
Desde la llegada de Nancy y su novia al Debraye, cuenta el reportero Justino Miranda, “los rostros de los vigilantes dibujaron muecas homofóbicas”, y cuando ya iban de salida, “uno de los vigilantes le dio un zape a Nancy, mientras el otro impedía la salida de su novia, con la excusa de que llevaba un vaso en la mano”. Cuando la novia salió sin el vaso ya no encontró a Nancy en la entrada del bar: víctima de una golpiza propinada por los guardias, su cadáver yacía en la planta baja del centro comercial Las Plazas, donde está ubicado el bar (El Universal, 20/XII/ 2019). Los autores del crimen, Joshua Jair N, de 25 años, y Victor N, de 37, detenidos ya por la policía, no son por desgracia, una excepción dentro de su gremio, pues muchos otros guardias de seguridad tienen la misma mentalidad inquisitorial y persecutoria, agravada, en este caso, por un machismo patológico. Educados en el odio a la diferencia sexual, se sienten autorizados a castigarla con saña para defender la moral que les inculcaron los curas o los preceptores evangélicos de sus parroquias. Toda la clientela de los bares y las discotecas quiere portarse mal, no sólo Nancy y su novia. De modo que esta clase de psicópatas tiene un amplio coto de caza para imponer la normalidad en el mundo del desenfreno.
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La proliferación de policías o vigilantes privados que actúan bajo la consigna de criminalizar al noctámbulo representa una amenaza letal para cualquier parrandero más o menos pecaminoso. En este caso, el castigo divino recayó en una joven lesbiana que desafiaba los convencionalismos sociales, pero puede padecerlo cualquiera: una muchacha con un escote provocador, una pareja aficionada al perreo, el cliente de un table dance, un transexual, etc… ¿Cuántos paladines de la decencia creerán que al reprimir esas transgresiones están haciendo justicia? ¿Cuántas ratas de sacristía les aplaudirán en su fuero interno?
El pecado de Nancy fue creer que vivía en una ciudad primermundista donde una pareja de lesbianas se puede pasear de la mano a las tres de la mañana sin temor alguno. Su pecado fue creer ingenuamente que la exhibición de ese amor no lastimaba a nadie, y que en caso de molestar a terceros, las leyes la protegían contra cualquier agresión. Con el valor temerario de la juventud, Nancy se plantó en un bar abrazada con otra mujer, tomándose una libertad que a sus verdugos les pareció ofensiva. Por desgracia, la obtusa moral que la asesinó prevalece incluso dentro de las familias afectadas por este crimen. Es muy significativo que en las notas de prensa no se mencione el apellido de la víctima, ni el nombre de su novia. Las familias de ambas seguramente quieren dejar a salvo su reputación. Evitar de esa manera la supuesta “vergüenza” en que los puso la víctima significa tomar partido por los matones del antro.
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La conquista de libertades es una tarea que le incumbe no sólo a quienes desean gozarlas sino a quienes se abstienen de hacerlo. Nunca vamos a detener la marea del crimen mientras el valor civil sea un bien tan escaso, mientras la gente le tenga pánico a las malas lenguas en vez de combatir sin tapujos a los criminales que pretenden adueñarse de la noche. Por desgracia, feminicidios como éste ya no son noticia: pasan inadvertidos en las páginas interiores de los diarios, porque nos hemos acostumbrado a tolerarlos con la resignación de los agachados. La escalada de odio que segó la vida de Nancy puede agravarse en el fututo cercano, si la 4T permite que las iglesias promotoras de la homofobia tengan una mayor injerencia en la vida pública, como pretende una facción Morena. Una traición tan flagrante a las banderas liberales de la izquierda dejaría en el desamparo absoluto a las minorías sexuales heréticas.