Alguna vez escribí: “El corazón, esa zona secreta donde llevamos inscritos el Paraíso y su dolor como un tatuaje profundo”. ¿A qué dolor me refería? No lo sé con precisión. Muchas veces cuando escribo obedezco las voces interiores de las palabras y ellas me dictan. No es que sea poeta, soy narradora pero reconozco el poder del lenguaje como un río de latidos que palpitan en el tiempo. Si nos paramos a escuchar, nos revelan mensajes fulgurantes, tesoros inusitados.
Pero regreso al dolor del Paraíso: supongo que es porque siempre estamos lamentando la pérdida de algún edén, el más precioso de todos: el propio. Quien diga que no, miente soberana y alevosamente. Según los estudiosos, en el Corán la imagen del paraíso refiere a un jardín con árboles en flor, arroyos cristalinos, almohadas de seda y hermosas huríes, esas vírgenes consagradas al placer de los bienaventurados.
“Gan Eden” es el término hebreo para designar el jardín del Edén. Es fácil equipararlo al paraíso con el que estamos familiarizados, pero hay una diferencia fundamental: Gan Eden es un lugar nunca visto por ojos mortales. Es decir, que todo lo que podamos mencionar de él, es en realidad obra de nuestra propia imaginación… y deseo.
Desde que fuimos arrojados de ese lugar idílico —llámese Topus Uranus, vientre materno, inconsciente, océano proteico— hombres y mujeres hemos tenido que urdir mundos alternos para la sobrevivencia cotidiana. Algunos lo hacen a través de las religiones, otros a través del sexo y otros placeres carnales, otros a través del juego ya sea en su versión canónica como las variantes del Casino, o ya sea en las versiones cuasi holográficas que brinda la tecnología digital. Pero hay un paraíso que está implícito en todos los goces terrenales: la imaginación. ¿Hasta qué punto poseer al hombre más apetecible del planeta —digamos George Clooney— basta por sí solo? ¿Hasta dónde cabalgar a una compañera de trabajo que nos recuerda a Jennifer López, puede ser una fantasía que valga la pena, si no es para avivarla a gusto y modo en nuestra imaginación?
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Condiciones y estrategias para saltarnos esa barda que la realidad nos impone hoy más que nunca en esta cuarentena, son los relatos incluidos en el breve pero delicioso libro de narraciones cortas El otro jardín del Edén de la escritora mexicana Anamari Gomís, publicado recientemente por Textofilia. ¿Con qué sueña la cansada protagonista del cuento “Tortugario”, atrapada en una existencia anodina en un pueblo de Estados Unidos, cuya vida transcurre como una tortuga a la que le falta la sal de otros mares? ¿Con qué fantasean las dos amigas púberes que se hacen llamar las Ondinas en el relato del mismo nombre, voraces de lecturas de Nabokov y Carlos Fuentes, sino con la promesa de hacer de la vida propia una experiencia de conocimiento goloso y transgresor?
Otro sueño de la imaginación se remite directamente a la utopía del edén marxista de una España en las postrimerías de su Guerra Civil, en el retrato de época “El coche negro”, en el que el padre de la autora, magistrado de cortes, se convierte en peón de un azaroso ajedrez de un Dios que sí juega a los dados y reparte los premios y los castigos con absoluta indolencia.
No, la vida suele no ser muy formal en sus asuntos. De pronto, como nos pasa ahora, le da un coletazo a nuestro confort y nos deja a la intemperie, a expensas de un microorganismo, que bien puede ser el Coronavirus o el posible contagio de rabia a través de unos hámsters que acariciamos en la fiesta de un amigo, como en el relato “Polvo de luna”. Entonces la vida se desata y nos sitúa en un cráter de posibilidades tan fantásticas como el primer viaje a la Luna de 1969, cuando el mundo parecía caminar hacia una próspera modernidad compartida, y que hoy vemos como un verdadero sueño guajiro, cuando no de opio u otras alfombras voladoras.
He dejado para el último el cuento que da título al volumen: “El otro jardín del Edén”. En la terraza de un edificio alto, un hombre en el ocaso de su vida, mira la ciudad como un escenario en el que se han colmado muchos de sus apetitos. Podríamos pensar que es un hombre de éxito… Y sin embargo, el deseo vuelve a aguijonearlo como un tábano pertinaz y contempla con imaginación lúbrica ese otro jardín del Edén en la entrepierna del mundo, capaz de revivir hasta la flaccidez de los muertos.
Cuentos con malicia y humor, con su dosis de lúcida ponzoña, con sus serpientes tentadoras y para nada inocentes, los relatos aquí incluidos son un verdadero paraíso de lectura. Con la precisión y oficio de una Scherezade que sabe construir y entramar sus historias, Anamari Gomís nos entrega auténticas epifanías en las que nos reconocemos en esa necesidad de urdir paraísos y edenes porque la vida suele quedarse demasiado corta para lo que siempre esperamos de ella. El otro jardín del Edén, un volumen de relatos sugerente y arteramente escritos para imaginar y atisbar nuestros propios paraísos, ahí donde somos dioses.
@anaclavel99
Con la colaboración de Pablo Lamoyi.