El enigma Trump. Análisis de Julián Andrade.
CONFIDENTE EMEEQUIS
EMEEQUIS.– Solía decir Eraclio Zepeda que “a nadie se le debe llevar al paraíso a garrotazos”. Su frase era una toma de postura ante las ideas radicales que seguían imperando en la izquierda mexicana y en las corrientes que veían con desconfianza la participación electoral porque creían que el poder sólo era accesible por medio de la violencia.
Eran grupos pequeños, pero no del todo inocuos, ya que sostenían sus anhelos en la existencia de la Unión Soviética, en el romanticismo con la revolución cubana y en lo que consideraban “la marcha de la humanidad al socialismo”.
El escritor chiapaneco quería ser el candidato presidencial del Partido Mexicano Socialista en 1988 y contendía con Heberto Castillo, Antonio Becerra Gaytán y José Hernández Delgadillo en la primera elección preliminar abierta a la ciudadanía.
Si bien el triunfador resultó Castillo, que declinaría en favor de Cuauhtémoc Cárdenas, los debates sobre el compromiso con la democracia siguieron vigentes, porque no existía, aunque parezca increíble, un rotundo acuerdo al respecto.
En realidad, el vuelco democrático de la izquierda mexicana resultó obligado, porque los parámetros se transformaron cuando el 9 de noviembre de 1989, Günter Schabowski, el vocero de la República Democrática Alemana (RDA), anunció un cambio de medidas de autorización de viajes privados al extranjero.
Lo que sería una aburrida conferencia de prensa, terminó en un desastre absoluto para el gobierno de Egon Krenz porque Schabowski, al ser interrogado sobre la puesta en marcha de las medidas y de su temporalidad, señaló que surtirían efecto “inmediatamente”.
Miles de ciudadanos, familias enteras, se dispusieron a cruzar hacia occidente. En Berlín, el Muro construido desde 1961 dejó de operar, ante el desconcierto de la burocracia y los agentes de la Stasi.
El embajador soviético se comunicó al Kremlin para comunicar lo que estaba ocurriendo, pero Mijaíl Gorbachov dormía y nadie quiso perturbarlo. “Hicieron lo correcto”, diría después.
Para quienes argumentaban que en el bloque socialista se vivía en la felicidad plena, debió ser perturbador el observar cómo la gente de plano huía y festejaba.
Schabowski vio que su carrera política se desmoronaba como las piedras que caían del Muro, perdió privilegios y lo expulsaron de la ciudad amurallada de Wandlitz, donde vivían los jerarcas del régimen y eran custodiados por el regimiento Félix Dzerzhinsky.
Había cometido uno de los errores de comunicación más relevantes de la historia, por sus consecuencias inmediatas, pero también era evidente que los regímenes que habían hecho de la represión y el control, su forma de subsistencia, tenían sus días contados en Europa.
Podría decirse que aquello resultó el primer paso de lo que concluiría con la reunificación de Alemania, pero también de los movimientos sociales que se desataron en las áreas de influencia soviéticas.
Hace 35 años de la caída del Muro de Berlín y las reflexiones son pertinentes porque ahora se enfrentan desafíos a la democracia liberal que podrían cambiar a Europa misma, debido al avance del nacional populismo.
Las democracias liberales, que se sintieron las triunfadoras a lo largo de las tres décadas siguientes, ahora se encuentran en sus horas más bajas.
En México la situación no es distinta, e inclusive puede agravarse con la llegada de Donald Trump al poder en los Estados Unidos.
Octavio Paz siempre sostuvo que el compromiso democrático de la izquierda era ambiguo. Lo sigue siendo en algunas de sus corrientes, que cobran vigencia porque no pocos de sus herederos están en el poder, a diferencia de los socialdemócratas que fueron borrados electoralmente en las elecciones de junio.
El canciller alemán, Olaf Scholz dijo hace unos días: “el mensaje de la revolución de 1989 es más relevante que nunca: el coraje, la confianza y la solidaridad dan sus frutos”.
Hasta que dejan de hacerlo. La historia, no cabe duda, suele generar malas pasadas.
@jandradej