SOBRE EL AUTOR
“El Chapo” Guzmán estuvo a punto de fugarse en Guatemala. Análisis de Julián Andrade.
CONFIDENTE EMEEQUIS
EMEEQUIS.– Cosas de la vida. Ramiro de León Carpio y Jorge Carpizo se conocieron en los ambientes en que se impulsaba la extensión de la protección para los ciudadanos, luego de épocas con cariz policiaco, de guerras sucias y tortura como método de investigación.
El primero fungió como procurador de los Derechos Humanos en Guatemala y el segundo ombudsman y, por tanto, fundador de la CNDH.
Pero fue la política, esa rueda de la fortuna, la que hizo que estuvieran, cada uno, en una posición que hizo posible que se concretara la captura de Joaquín “El Chapo” Guzmán.
Luego del homicidio del cardenal Juan Jesús Posadas, un grupo especial de la PGR logró captar una llamada del narcotraficante a una de sus novias, lo que sirvió para seguirle la pista desde que huyó del Aeropuerto de Guadalajara, donde un grupo de gatilleros de los hermanos Arellano Félix lo habían intentado matar, sin éxito, pero en el estruendo de las balas confundieron el vehículo en que viajaba Posadas Ocampo y dispararon contra el religioso y su chofer.
Los investigadores adscritos al CENDRO, por medio de un seguimiento satelital y en terreno, establecieron que Guzmán Loera se encontraba en Guatemala, luego de unos días de persecución.
Oficiales de aquel país lo tenían bajo custodia, pero el tiempo apremiaba, ya que existía la sospecha, después confirmada por el propio Guzmán Loera, de que entregó un millón de dólares a un capitán para que lo protegiera y permitiera evadir a las autoridades.
Jorge Carpizo, ya como procurador general, se comunicó con Ramiro de León Carpio, quien llevaba unos días en el cargo de presidente de la República, para pedirle que el prisionero fuera entregado.
El mandatario guatemalteco ofreció enterarse del asunto y, de existir la confirmación de la estancia del líder del cártel de Sinaloa en su país, actuar en consecuencia, más aún si ya se le tenía localizado o, inclusive, detenido.
En efecto, la información de Carpizo era la correcta, y De León Carpio ordenó que a Guzmán Loera lo trasladaran a la frontera con México, donde sería entregado, el 9 de junio de 1993, a un batallón de paracaidistas del Ejército, quienes estarían acompañados del coordinador de lucha contra el narcotráfico, el general Jorge Carrillo Olea, y del jefe de la Policía Judicial Militar, el también general Guillermo Álvarez Nahara.
La entrega se hizo de acuerdo con lo acordado. Era un momento tenso, porque se tenía que garantizar la seguridad del detenido, al grado de que se le colocó un chaleco antibalas y quienes estaban a cargo de la logística se hicieron responsables hasta del agua que se le proporcionó para que esta no estuviera envenenada.
Solo hasta que lo entregaron en el penal de Máxima Seguridad de Almoloya, fue que se dio por concluido el operativo, con la frase “el caballero está asegurado”.
De los pormenores de esa historia queda, entre múltiples enseñanzas, que además de los grupos técnicos, capaces de lograr una captura de esa dimensión, se requiere de voluntad política.
Y la hubo, primero del procurador Carpizo, quien se cercioró de que sus instrucciones se operaran por personal de su confianza, para evitar que el capo fuera advertido de que estaban ya cerca.
Después, por supuesto, del propio mandatario de Guatemala, que utilizó todo su poder para evitar una fuga que ya se encontraba en curso y de su homólogo en México, Carlos Salinas, quien dejó que Carpizo definiera las pautas y los niveles de información que se requerían.
Carpizo estaba convencido de que la relación de confianza que se estableció con De León Carpio, en los momentos de defensa de los Derechos Humanos, hizo posible no perder el tiempo en formalidades y actuar a la velocidad requerida.
Para la PGR resultaba, de la más alta prioridad, el llevar a Guzmán Loera ante la justicia y así se hizo, insisto, con voluntad.
@jandradej
