CONFIDENTE EMEEQUIS
EMEEQUIS.– Alvin Bragg es un tipo paciente. Es más, su propia vida encierra una suerte de paradoja: a los 21 años ya había experimentado que le apuntaran, en al menos seis ocasiones, con un arma de fuego, sobrevivió a Harlem, se graduó en Harvard, es el primer afroamericano electo como fiscal del Distrito de Manhattan en Nueva York, pero, sobre todo, es quien está llevando a juicio a un expresidente de los Estados Unidos por primera vez en la historia.
La fiscalía que encabeza Bragg es una de las más prestigiosas y conocidas por series como La Ley y el Orden. Sí, algo hay de cierto en los recovecos, en los equilibrios y las audacias que se deben utilizar para presentar cargos criminales contra personajes que son poderosos.
Supongo que el fiscal ponderó los pros y los contras antes de llevar el asunto ante el Gran Jurado, porque sabe que luego de ello no hay reversa y que las conclusiones del proceso, en su momento, pueden convertirse en un bumerán. Pero también puede ser que se alcance un veredicto de culpabilidad, lo que sería provechoso y desalentaría a políticos del mismo corte.
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Los problemas legales de Donald Trump no se explican sin Bragg, quien metió en la cárcel a Allen Weisselberg, el encargado de las finanzas del magnate y acusó por lavado de dinero a Steve Bannon, uno de sus asesores más influyentes, representante de la nueva derecha.
Es prematuro aventurar sobre lo que ocurrirá en el juicio contra Trump, pero hay que destacar que tan sólo obligarlo a sentarse en el banquillo de los acusados, es una muestra de que las instituciones de justicia funcionan cuando tienen servidores públicos comprometidos y valientes.
Quizá causa algo de desaliento que la acusación por soborno a una actriz pornográfica, que se pagó con recursos de la campaña presidencial en 2016, sea lo que tiene a Trump contra las cuerdas, porque hay mucha tela de dónde cortar en su contra y en particular respecto al intento que protagonizó para subvertir el orden democrático, azuzando a una turba de fanáticos para impedir que Joe Biden fuera declarado presidente en el Capitolio.
Es un asunto que recuerda a los esfuerzos que se tuvieron que hacer para condenar a Al Capone, quien tenía una destacada habilidad para escapar de detectives y fiscales, pero que al final resultó atrapado por el fisco.
También habría sido interesante que a Trump se le acusara o reconviniera por su racismo y violencia cotidiana contra opositores y periodistas, pero ello es sumamente difícil si no se traduce en hechos concretos.
Pero enfrenta 34 cargos relacionados justamente al pago de 130 mil dólares a la actriz Stormy Daniels. Ante el juez, como era predecible, Trump se declaró inocente. Las fotografías en la sala del Tribunal mostraron a un expresidente desencajado y no es para menos.
No está acostumbrado a que le pongan límites y eso se nota, en sus comportamientos e inclusive en su paso por la Casa Blanca.
La faceta más sombría de Trump es la política, que es la que lo hace ser un personaje muy peligroso y que, por desgracia, está lejos de ser derrotado.
Es más, el ahora acusado intentará victimizarse, aludiendo a que en realidad enfrenta un complot para que no vuelva a postularse a la presidencia. No es así, porque el proceso no lo inhabilita para seguir con sus aspiraciones, aunque a más de un sector le agradaría que su carrera en el ámbito de la política terminara de una buena vez.
Los populistas como Trump no suelen abandonar el barco, porque su principal aliciente es la búsqueda del poder, por el poder mismo.
Conviene tener presente, que una de las misiones que el expresidente de Estados Unidos se fijó, es la de derruir los cimientos democráticos. Está ahí el riesgo mayor, y es dónde cualquier predicción puede resultar aventurada, porque falta mucho para que termine la partida.
Pero esto, no nos debe hacer perder de vista que el fiscal Bragg hizo su tarea, a pesar del costo personal y quizá político que seguramente tendrá que pagar, una vez que la furia de los republicanos más radicales se desate con toda su potencia.
@jandradej
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