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Daniel Krauze: La suciedad del lujo

ENRIQUE SERNA escribe sobre Tenebra, la novela más reciente de Daniel Krauze: “El talento para dialogar, la comicidad de las escenas grotescas, la densidad psicológica de los personajes y la supeditación de los golpes dramáticos a sus motivaciones íntimas son las principales virtudes literarias de Krauze”.

Por Emequis
5 / 25 / 20

Desde su primer libro, Cuervos, una colección de relatos sobre la descomposición moral de los mirreyes, Daniel Krauze ha ido construyendo un mundo narrativo con señas particulares bien definidas: historias narradas en primera persona con buen oído para los coloquialismos, proclividad a mostrar en vez de contar, empleo de motivos simbólicos que se van cargando de significado en el transcurso del relato, fuerte propensión a la sátira grotesca, un punto de vista que fluctúa entre el cinismo y el romanticismo y una crítica incisiva al pacto de infelicidad que parece regir la vida familiar. En su nueva novela, Tenebra, Krauze recombina esos elementos, pero ahora ensancha su temática y nos entrega un retrato esperpéntico de la fauna política en el sexenio de Peña Nieto. Hemingway decía que el don esencial de un escritor es tener un buen detector de mierda. El de Krauze funciona tan bien que describe ese albañal con pelos y señales y algunos de sus personajes despiden un olor nauseabundo. 

Paralelamente, la novela escudriña los sueños y los anhelos de una generación, la de los treintañeros politizados que se debaten entre el deber cívico de transformar una sociedad podrida y la urgencia de encontrar cabida en ella, una contradicción que a veces tiene consecuencias trágicas. ¿Cómo asumir las responsabilidades de la vida adulta sin caer en el juego de la corrupción, el ansia de estatus y la discriminación elitista? En esa encrucijada se debate Martín, uno de los protagonistas de la novela. Hijo de un empresario venido a menos, que perdió su modesta fortuna treinta años atrás, cuando era candidato del PAN a la alcaldía de Cozumel y se atrevió a denunciar las corruptelas del gobernador Oscar Luna Braun, Martín es un abogado idealista que intenta vengar a su padre, valiéndose de su amistad con Beatriz, una reportera del proceso a quien proporciona información secreta sobre las trácalas de Luna Braun, que ahora ocupa un escaño en el senado. Aunque Martín desprecia los valores burgueses, los privilegios que disfrutó en la niñez le dejaron una huella indeleble: sueña con recuperar la mansión de San Angel en la que vivió de niño, sufre por no poder llevar un tren de vida opulento y sospecha que su ex mujer, Alicia, le pidió el divorcio por no haber logrado ser el proveedor espléndido que ella buscaba.

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Julio, el antagonista de Martín, es un trepador envilecido que funge como secretario particular del senador Luna Braun, quien le delega las negociaciones turbias con narcos, contratistas y periodistas venales. Hijo de un sastre, Julio asistió de niño a un colegio particular en el que sus compañeros lo escarnecían por ser prieto y pobre. Pero en vez de odiarlos prefirió imitarlos y cultivó la amistad de Oscarito, el seboso hijo de Luna Braun. Adoptado por el senador, que lo becó para hacer un posgrado en Barcelona y más tarde lo integró a su equipo, Martín se presta a cualquier abyección con tal de ascender en la escala social y en el sistema político. Viste como un dandi, frecuenta los restaurantes de cinco estrellas, está pagando a plazos un condominio en Polanco, maneja un flamante Mercedes Benz y se cobra los rencores de clase retozando con la prometida de su mejor amigo, una estrellita segundona de Televisa. 

Cuando el padre de Julio se sube a su auto, “no tiene miedo de ensuciarlo, sino de que el lujo lo ensucie a él”. Con esa pincelada elocuente Krauze define los términos de la relación padre-hijo, y el abismo que los separa.

La interacción de los protagonistas determina el desarrollo de una trama bien construida, en la que no abundaré por respeto a sus lectores.  El talento para dialogar, la comicidad de las escenas grotescas, la densidad psicológica de los personajes y la supeditación de los golpes dramáticos a sus motivaciones íntimas son las principales virtudes literarias de Krauze. Su punto débil, creo, es la falta de rigor estilístico. Se nota cierto apresuramiento en la redacción, sobre todo al principio de la novela, como si el autor hubiera tardado en calentar el brazo. Doy algunos botones de muestra en los que no encontró la palabra exacta y se conformó con un sucedáneo: “Generalmente el gusto de una buena revancha rinde una semana…”. “Maneja un mal aliento tan hijo de puta…”. “Hay que darnos de gracias que están dispuestos a llegar a un acuerdo por fuera…”. “Un terreno baldío entre casitas adocenadas, de muros grises, atravesados de grafiti”. “Aunque me sabe indistinguible del resto”. Cuando el titiritero saca la mano por detrás de sus marionetas rompe la ilusión de vida que había logrado crear. A pesar de estos lunares, Tenebra es una novela disfrutable que atrapa al lector. Pero Krauze debería tener mayor dominio del lenguaje, batirse a duelo con las palabras y torcerles el rabo, como aconsejaba Paz, si quiere dejar huella en la literatura.

 

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