EMEEQUIS.– La virulencia del debate sobre los números y las palabras de pronto parece más violenta que el virus mismo. De un lado y del otro vemos vestiduras rasgadas porque sí se están contando bien o no se están contando bien los casos de infección, porque sí se está aplanando la curva o “curva” ha dejado de ser un concepto que entendemos todos.
No es un problema exclusivo de México: se está dando prácticamente en todo el mundo, con rispideces similares. Porque lo que con mayor claridad han mostrado las estadísticas es que no hay un consenso sobre métodos para elaborarlas, ni siquiera sobre algo tan elemental como qué debe ser medido y qué puede ser medido: de la totalidad de los casos a sólo los graves, del foco en números absolutos a las referencias estadísticas obtenidas por sondeo. Ni siquiera las naciones más avanzadas han sido capaces de realizar registros 100% confiables. Hasta en China, que lleva décadas desarrollando los métodos más sofisticados para el control individualizado minucioso de la población, han tenido que volver sobre sus pasos y revisar sus números en busca de certidumbre sobre lo que pasó.
Las diferencias de criterio son tan grandes, el desconocimiento del peligro que acecha es tan vasto y angustiante, y el sentido de oportunidad política es tan irresponsable, que el resultado son batallas de opinión pública sin cuartel, sin importar que esto debilite la respuesta ante el microscópico enemigo común.
El error puede estar en que nos hemos acostumbrado a hacer un énfasis excesivo en inferir la realidad a través de los números, dejando de observarla directamente.
HORA DE VALORAR
Podemos encontrar un ejemplo en otra discusión que ha aflorado en esta pandemia sobre el Producto Interno Bruto. Desde la crisis de 2008-2009, el foco se puso desde el primer momento en la recuperación del PIB, y cuando esto se logró, continuó inmóvil sobre el PIB, mimándolo para asegurar su crecimiento antes de que llegara el siguiente batacazo económico. Así pasamos once años, mirándolo ponerse de pie y fortalecerse… mientras los salarios disminuían, el trabajo de profesionales independientes era cada vez peor pagado y las fortunas del 1% más rico aumentaban. ¿Cómo fue que los números nos decían que la economía mejoraba y lo aceptábamos, mientras nuestra experiencia económica directa iba a peor?
Todos los días, en las portadas y las pantallas aparecen números y gráficas. Y los epidemiólogos, economistas y opinadores se arrancan las cabelleras sobre la validez de las proyecciones estadísticas, que si están bien o no, que si las mías son mejores, que si nos están ocultando muertos.
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¿Qué pasa en la calle, en los hogares y en los hospitales, mientras tanto?
¿Será que podemos dejar solos un ratito a los enfurecidos discutidores de las proyecciones estadísticas y permitirnos valorar las cosas con nuestros ojos, oídos y olfatos? (Al tacto y el gusto, por el momento, podemos dejarlos descansar, a menos que queramos ir a lamer excusados como ciertos YouTubers hoy enfermos de Covid-19.)
Comparar por ejemplo, lo que nos dijeron y lo que nos dicen, con lo que vemos que está pasando.
Tenemos enormes ventajas para hacer esto y hay que aprovecharlas: en América Latina vamos con retraso respecto al resto del mundo. El SARS-COV-2 llega tarde a la región 4. En algo teníamos que ganar. Y ahora, podemos hacer comparaciones porque en Tijuana, Villahermosa, Cancún, Culiacán y Ciudad de México, estamos transitando justo el pico de la epidemia, el momento en que teníamos que vivir la pesadilla, según unos, o evitarlo, según quienes tomaron las grandes decisiones.
O sea que podemos empezar a valorar quién tuvo razón.
LO QUE PASA EN LAS EPIDEMIAS
En marzo y abril, nos asustamos cada día con las terribles imágenes que nos traían los medios de comunicación, ya no de remotos países de Oriente, sino de nuestra vecindad imaginaria: Italia, primero; luego España y Estados Unidos; de pronto, y de manera aún más espantosa, Ecuador.
Algunos políticos y grandes medios –a veces literalmente a gritos–, denunciaron a las autoridades de Salud, el PAN pidió la renuncia del secretario Jorge Alcocer, el gobernador de Jalisco Enrique Alfaro presentó al subsecretario Hugo López-Gatell como traidor a la patria por, según él, no permitirle comprar pruebas rápidas (que ahora sabemos que, por su baja sensibilidad, son peligrosas porque dan falsos resultados negativos y la gente se confía). Exigieron la cuarentena inmediata, impuesta a fuerza por la policía y el Ejército. A este frente se suman organizaciones empresariales, como la Coparmex y el CCE.
Como no les hicieron caso, profetizaron la pesadilla. Pese a sus oportunas advertencias, México iba derecho al precipicio pesadillesco de la Covid-19 en el que antes cayeron en Europa y Estados Unidos.
¿Caímos?
La mayoría de los hospitales ya están saturados en algunas ciudades, como la capital. Médicas y médicos, enfermeros y enfermeras, el personal sanitario en general, están bajo la presión más intensa que hayan sentido. Cumplen jornadas de 72 horas, están arriesgando sus vidas, sufren agresiones imperdonables de vecinos y desconocidos y, tal vez lo peor emocionalmente, tienen que aceptar que pacientes –sus pacientes– se les mueran en los brazos.
Hay gente afectada, personas con síntomas graves de Covid-19 a las que les cuesta encontrar un lugar donde las puedan atender, otras que tienen padecimientos previos a las que les cambiaron por completo su entorno de tratamiento, faltan medicamentos y equipo, se cometen errores, hay dolorosas víctimas indirectas del coronavirus, algunas de ellas menores de edad que no hubieran muerto en condiciones normales. En Ciudad de México, seis de cada 10 camas con ventilador ya están ocupadas. En algunas entidades, son la mitad.
Es lo que pasa en una epidemia.
La cuestión es cómo pasamos una epidemia. Nunca va tener condiciones ordinarias, por eso es un fenómeno extraordinario. Pero, ¿llegó la pesadilla?
Unos medios de comunicación reportan que seis de cada diez camas con ventilador están ocupadas.
Para otros, lo relevante es que ya alcanzamos el pico de la epidemia y el sistema no se ha colapsado, al revés de lo ocurrido en Italia, España, Nueva York o Ecuador, pues de hecho, en Ciudad de México, donde la epidemia es más fuerte, todavía tiene un 40% de capacidad libre para recibir nuevos enfermos, y en el Estado de México, la mitad de las camas siguen en disponibilidad, por lo que si se diera un flujo inusitado de nuevos casos estos serían canalizados a los municipios conurbados.
Si un reportero busca historias trágicas, las va a encontrar porque las hay, abundan: es una pandemia. No es posible evitarlas.
Pero no son masivas. No está todo fuera de control. Un reportaje de la cadena británica SkyNews (que concluye que las cifras de muertos son mucho más altas que las oficiales “a partir de nuestro análisis de 30 crematorios”) mostró que las incineradoras no se dan abasto, el humo no cesa de salir por las chimeneas, la pandemia golpeó “y México está desvalido (powerless) para detenerla”. Es una opinión que no confluye con la realidad. ¿Y qué otra cosa podía esperar? Lo que me sorprende es que sus jefes en Londres hayan decidido emitir esa nota porque es casi la misma historia que han estado sacando cada día, de varios países. Aburre.
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El riesgo es que muchas personas se están confiando porque no caímos en la pesadilla que nos habían asegurado que caería sobre nosotros. López-Gatell y los matemáticos de Conacyt midieron bien tanto la amenaza como las medidas que eran necesarias para conjurarla, según vemos hasta ahora. Pero si nos creemos que ya todo está resuelto y nos vamos a las fiestas Covid de Ecatepec y Las Águilas, vamos a descarrilar el esfuerzo y a perder todo lo que hemos ganado con el confinamiento, a un alto costo en vidas.
La vamos a regar.
SON O SE HACEN
Esto no significa que hay que tirar las proyecciones estadísticas a la basura. Fue sobre unas proyecciones –las que se está atacando– que se diseñó la estrategia contra la pandemia, hasta ahora exitosa. Y con base en ellas, tenemos que seguir adelante, midiendo con mucho cuidado cada paso que damos para no meter la pata.
Sólo creo que hay que dejar de permitir que nos distraigan en unas guerras retóricas sobre modelos estadísticos que sólo han servido como munición política, de una forma lamentable, para confundir y para agudizar la polarización.
Son tan absurdas como los alegatos sobre el aplanamiento de la curva. No es difícil entender que “aplanar la curva” no significa dejarla totalmente plana, pues esto sería desaparecer la curva, y eso no se puede, ya está ahí, existe. Hablamos de aplanarla para controlar la epidemia, pero si no hay curva no hay epidemia, no hay nada qué controlar.
Muchos comentaristas maliciosos y algunos que respeto se han burlado de López-Gatell por haber dicho que habíamos logrado aplanar la curva. Como si no entendieran. Hacen el ridículo porque exhiben que no entienden conceptos básicos, aunque les expliquen y vuelvan a explicar.
Es como que si un científico describe que la Tierra está achatada en los polos. Y se ríen de él porque la Tierra, evidentemente, sigue siendo redonda, no tiene un hemisferio plano. ¿Son tontos? ¿O se hacen?
@temoris