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¿Cortesanas o rameras? El pudor de las audiencias

La serie Harlots no se anda por las ramas, así que no se vale hacer coqueto el nombre de una propuesta irreverente con el uso de un término discreto como el de “cortesanas”. Artículo de ANA CLAVEL

Por Emequis
9 / 5 / 20

EMEEQUIS.– Ufff… Cuántos nombres para aludir a una realidad concreta: ramera, zorra, prostituta, meretriz, putana y los que usted pueda añadir según las variantes deleitables o mordaces en un espectro que va del ingenio lúdico a lo grotesco. La “decencia” y el “buen decir” sí que se andan por las ramas para nombrarlas. Recientemente, en estos días en que la pandemia nos obliga a buscar refugios alternos para evitar el desquiciamiento, descubrí la serie Harlots, una producción británico-estadunidense que al trasmitirse en Iberoamérica fue transformada en Harlots: Cortesanas, una manera eufemística e inexacta para referirse a las mujeres que en la Inglaterra del siglo XVIII vivían de vender su cuerpo y su sexo. 

Si uno recuerda la famosa frase del Apocalipsis en su versión inglesa: “On that day, Babylon the great, the great harlot, will also fall”, que suele traducirse como “En ese día, la gran Babilonia, la gran ramera, también caerá”, entonces dimensionaremos mejor el matiz de la imprecisión. La serie debió conservar su título “Harlots” como en el original, o bien traducirse como “Rameras” pues “Cortesanas” alude a un tipo de prostituta más refinada y distinguida que se codeaba con la corte, de ahí su nombre. Y es que por la mirada compleja de la serie televisiva para abordar el tema de la prostitución, el hecho de suavizarla o romantizarla con un nombre más delicado, resulta incluso una traición.

Harlots se inspira en el libro The Covent Garden Ladies (2005) de la historiadora y escritora británica Hallie Rubenhold, quien a su vez, reconstruye con habilidad narrativa pero apegada documentalmente a los hechos, algunos casos consignados en el “Calendario anual de placeres para hombres”, conocido como Harris’s List of Covent Garden Ladies, que contenía según sus editores: “Una exacta descripción de las más célebres damas de placer que frecuentan Covent Garden, y otras partes de esta metrópolis”. 

La lista era anual y se publicó en Londres consecutivamente de 1757 a 1795. Al hablar de las más afamadas damas de la zona roja de la época (Covent Garden, al sur del Soho), la publicación permitía echar un vistazo sin pudor a las vidas de estas mujeres: de dónde eran, cómo se habían vuelto prostitutas y desde cuándo, si habían vendido a buen precio su virginidad, en cuántos y cuáles burdeles habían trabajado, quiénes habían sido sus clientes más conocidos, cuáles eran sus habilidades particulares y especialidades… Todo un menú para que los clientes supieran a cuál elegir y dónde y cuándo comprar sus servicios. Un mundo descarnado en el que las Moll Flanders de la época sabían, como lo escribió Daniel Defoe en su novela canónica, que una mujer sin dinero era una mujer sin virtud.

Así, al basarse en fuentes documentadas, Harlots ofrece un panorama más apegado a la compleja realidad que busca mostrar, y al conocer mejor el contexto y los entretelones, le permite urdir una trama más completa y vivencial que, gracias a la habilidad de sus guionistas mujeres, consigue dotar de alma y carne humanas a sus personajes.

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A diferencia de la mayoría de obras literarias que suelen ver el “vicio de las mujeres” como una ocasión para la redención de los “ángeles caídos” (Pamela o la virtud recompensada de Samuel Richardson), o como el goce superficial sin consecuencias (Fanny Hill o Memorias de una mujer de placer de John Cleland), o la depravación y su ineludible condena (Nana de Émile Zola), la controvertida serie producida por Alison Owen y Moira Buffini nos muestra un micromundo de supervivencia a través de la mirada de estas mujeres, que con todo y formar parte del engranaje de desigualdad de la maquinaria social de la Inglaterra del XVIII, buscaron abrirse paso en una sociedad que obligaba a una de cada cinco mujeres a vivir de la prostitución

Este cambio de perspectiva en la mirada, que no las exhibe como objetos eróticos o sociológicos de estudio, sino sujetos activos y vitales, es un sesgo novedoso que se impone con los tiempos actuales de reivindicación de género, pero no sólo como un acto de justicia poética, social e histórica, sino porque nos permite complejizar el entramado más allá de roles reduccionistas que sitúan el placer sexual y su explotación en polos simplistas de villanos y víctimas. 

Harlots,  la serie original que concluyó tras tres exitosas temporadas, tampoco se queda en el nivel de denuncia o corrección política. Al ser escrita, dirigida y producida por un grupo de mujeres inteligentes y creativas ofrece un panorama complejo donde las rameras venden sus cuerpos y servicios sexuales, se mueven en un mundo sórdido y lleno de oportunistas que deambulan lo mismo por los callejones más infectos que por las mansiones más lujosas, y a veces se salen con la suya… 

Al enfocar el protagonismo de la serie en los personajes femeninos, en sus capacidades e intereses dentro de los límites estrechos que la sociedad de la época les imponía, consigue una mirada más profunda y más cargada de matices. También más irónica y cuando la ocasión lo amerita, con sentido del goce y del humor. No es gratuito que se muestren más traseros fofos de señores que pubis femeninos. O que las prostitutas tengan más conciencia de su valor sexual como moneda de cambio, cuando por ejemplo una de ellas reconoce: “El dinero es el único poder de una mujer en este mundo. Tenlo y algún día serás libre”. 

Frente a las tiranías de desigualdad y explotación, es de agradecer una óptica que convierte a las mujeres en sujetos capaces de actuar más allá de los márgenes de la condena o el sometimiento. Como cuando Fanny, una de las rameras cutres de Ms. Margaret Wells —al contemplar el cuerpo degollado de su amiga Kitty por una cofradía de nobles sádicos y libertinos hasta la muerte que se hace llamar “Espartanos”—, objeta con un guiño de audacia feroz: “No, las mujeres no estamos a merced del poder de los hombres, sino de sus debilidades”. 

Así que no, tampoco se vale seguir con debilidades en la manera de mostrar o titular, por motivos comerciales o por el pudor de las audiencias, de hacer coqueto el nombre de una propuesta irreverente con el uso de un término discreto y hasta seductor como el de Cortesanas, cuando la serie no se anda por las ramas y las nombra abiertamente como Rameras, y las muestra de cuerpo entero pero también como sujetos que, a su modo y desde sus circunstancias, buscaban hacerse un lugar en el mundo. 

Por esto, con todo y el complemento traidor en el título, no se pierda Harlots: Cortesanas con sus rameras de carne y hueso, pero sobre todo, de piel, deseos, ingenio y hambre —mucha hambre—. Le aseguro que las va a disfrutar.

@anaclavel99

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