EMEEQUIS. – Hay una buena dosis de fantasía en quienes creen que los presidentes de la República lo saben todo. No es tan sencillo.
El caso de Genaro García Luna es un ejemplo de ello. Se sostiene que Felipe Calderón tenía que conocer de las andanzas de su secretario de Seguridad Pública.
El juicio en Brooklyn demostró que no existen pruebas materiales sobre la complicidad de García Luna con el cártel de Sinaloa, tan es así, que no se presentaron videos, fotografías, grabaciones o mensajes de texto y que por ello tuvieron que recurrir a maleantes para que contaran lo que sabían.
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Hasta ahora no se conoce algún documento o análisis de inteligencia elaborado por el CISEN, la PGR o las Fuerzas Armadas que advirtiera de las amistades riesgosas del jefe policiaco.
Esto importa, porque García Luna tenía una muy mala relación con otras áreas del gobierno. Es más, se empeñó en que Eduardo Medina Mora dejara de ser procurador y al final lo logró, luego de un enfrentamiento interno en el que inclusive hubo indagatorias, consignaciones y despidos.
En el CISEN, como lo ha dicho quien fue su director, Guillermo Valdés, no le rendían cuentas al secretario de Seguridad y más bien ellos llevaban la relación con las agencias de Estados Unidos y en particular con John Brennan, asesor de Seguridad Nacional de Barack Obama.
De haber tenido indicios sólidos de una conducta irregular de algún alto funcionario, seguramente lo habrían advertido al propio presidente de la República.
El agente de la DEA, Miguel Madrigal, señaló que durante una década le siguieron los pasos a García Luna y que tenían motivos para sospechar de él, pero aún así siguieron compartiendo información, en una acción por demás irresponsable. Este tipo de conductas generaron problemas como el ocurrido en Allende, Coahuila, cuando informaron a policías mexicanos, de los que ya había sospechas de su colusión con los bandidos, de la inminente captura de dos líderes de los Zetas y aquello terminó en una venganza que es tristemente célebre.
El general Tomás Ángeles también hizo imputaciones, pero no condujeron a nada en ese momento.
Inclusive, a nivel histórico, es complicado suponer que los presidentes José López Portillo y Miguel de la Madrid estuvieran enterados con precisión de las barbaridades que cometían en la Dirección Federal de Seguridad, al mando del secretario de Gobernación, por cierto.
La DEA, desde hace ya décadas, ha intentado que esa historia, la de la colusión total de los funcionarios mexicanos y delincuentes sea la que impere, y ahora no será distinto.
En el mundo policiaco se suelen propalar los chismes y las intrigas, y por ello se requiere de ponderación ante las múltiples versiones que imperan, algunas de las cuales son promovidas por el propio crimen organizado.
En algunos mementos se llegaron a elaborar listados de comandantes de la PGR corruptos, pero se incluía, entre los nombres, a algún oficial que estorbaba, quemándolo ante sus jefes.
Hay mucho que estudiar y analizar sobre el periodo en que García Luna fue un policía de importancia, para establecer dónde existieron las fallas en la información que propiciaron que se coludiera con el cártel de Sinaloa y que no existieran las alarmas pertinentes.
Y sí, el expresidente Felipe Calderón seguramente tendrá que abundar y explicar sobre lo ocurrido aquellos años, si no quiere que la narrativa que impere sea la que están planteando en Palacio Nacional.
Es una cuestión de asumir las responsabilidades políticas, pero a la vez de hacerse cargo de una situación que todo indica que empeorará en los próximos meses.
Por lo pronto, el presidente López Obrador propuso que García Luna se convierta en testigo protegido para que cuente si el propio Calderón y Vicente Fox conocían de sus actividades. Esto es absurdo, pero no se trata de intentar comprender, sino de debilitar, no solo a quienes despacharon en Los Pinos, sino ante lo que pueden significar en una coyuntura de ataque y defensa de la democracia.
Es un terreno delicado y que puede tener la fuerza de los bumeranes, porque es evidente que la acción actual de las fuerzas de seguridad no es impoluta, porque simplemente no puede serlo, entre otras cosas porque la corrupción es una variable que hay que tener presente y donde la clave es que la decencia sea la que impere.
@jandradej
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