EMEEQUIS. Desde el cablebús, en las alturas, se pueden observar las calles de Iztapalapa. Hace poco que cayó la noche y los murales de los tejados apenas se ven. Lo que sí se puede apreciar son las personas que salen a la calle, y alegra verlo de verdad, las que forman congregaciones parecidas a las de las hormigas: están de fiesta, por fin pueden hacer las posadas.
Apenas se perciben las piñatas que tambalean; también se distinguen un poco las velas con las que recrean, en un comportamiento arraigado en la tradición centenaria, la representación teatral sobre la historia bíblica de Belén y del Cristo de Jerusalén. No parecería que hace meses se escuchaban ambulancias en las calles, y en las noticias se veían las historias de personas que morían en los estacionamientos o asfixiadas por el virus en sus propias casas.
Sin embargo, ya es 2022, y a pocos días de la Navidad, las familias cada vez se sienten más seguras para volver a reunirse. Apenas en octubre de este año, la Secretaría de Salud eliminó el uso de cubrebocas en espacios cerrados. Esa fue una de las señales más contundentes para volver a la actividad, pese a leves repuntes de COVID que ya no hacen tanto escándalo, pero que están al acecho.
El nuevo respiro, sin el miedo presente, se puede ver en los tianguis. En la Escuadrón 201 ya es hora de volver al ruedo. Por separado, cada puesto vende los elementos para las fiestas. Para las posadas, para los nacimientos, incluso para los regalos que se entregarán en Navidad. No faltan los negocios poco éticos que vuelven a la carga con la venta de cachorros, pollitos y de musgo sacado de los bosques de la ciudad o de estados cercanos.
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Dentro de estas ventas, la gente pide garbanzos, carne, pollo u otros ingredientes dependiendo de lo que se vaya a preparar. En un puesto de carnitas se anuncian cenas completas familiares por cerca de 1500 pesos: ¿es una ganga? La planeación de esa comida se ha vuelto una cosa de estrategia, de comparar precios, porque si bien la inflación descendió y se desaceleró, en noviembre alcanzó el 7.8%.
Para Marcos Valerio, que vive en Tlalpan, el aumento de precios ha afectado sus planes navideños: “Claro, porque compras menos artículos”. Sabe que hay que reducir gastos: “En esta temporada las cenas son abundantes y ahora se compra menos”. Y los regalos navideños “ahora son un detalle, antes eran artículos caros”.
Otras familias han visto estos precios de infarto. Por dos kilos de huevo son casi 100 pesos (el precio promedio está a 45 pesos en mercados públicos, según la Sedeco). La guayaba, fundamental para el ponche de esta época del año, está a 35 pesos el kilo. El bistec diezmillo de res está a 185 pesos el kilo. Así los aguinaldos desaparecen en un dos por tres.
Daniela, por otro lado, acaba de independizarse. Sabe que la inflación ha afectado a otros, por lo que para su Navidad ya tiene un plan: “Literal, la siguiente semana me voy a Veracruz con mi suegra para que ellos me mantengan porque ya no tengo dinero”.
¿Qué le dejó la pandemia? “Afortunadamente, nadie cercano murió por COVID y económicamente no les pegó tanto a mis papás, pero me mandó a terapia por ataques de ansiedad y desde ahí no he podido dejarla”.
Este es el otro tema que se arrastró desde la crisis sanitaria y que aún se siente esta víspera de Navidad. ¿A quién se perdió? ¿A ti qué o a quién te arrebató la pandemia? Fernanda dice que a “parte fundamental de mi familia, mi seguridad, mi autoestima y mis hábitos sociales”. Víctor dice que “mi negocio, mis proyectos de titulación, a tres seres queridos”.
Gisel responde, en tres palabras, a quien perdió: “A mi papá”. Itzallana también sufrió lo mismo y coincide en la forma de expresarlo, ¿hay más qué decir sobre un dolor así? Diego recuerda que el COVID le quitó “la salud mental y la resistencia de mi cuerpo”. Juan igualmente lo visitó la muerte, pues durante ese periodo, casi distópico, perdió a “tres familiares relativamente cercanos”.
Sin embargo, la vida regresa con brusquedad al presente, sin preguntar si el espíritu ya se recuperó. Falta planear la cena de Navidad, que es difícil porque no parece que haya presupuesto que alcance. En primer lugar, hay que pensar en el precarizado aguinaldo. En que los precios no solo han aumentado, sino que también ya no alcanzan para comprar adornos, esferas, un árbol.
Lene, después de todo, se conforma con estar con los suyos, “aunque cene quesadillas, pero que estemos los cuatro. Es todo lo que necesito”. Patricia desea estar solo con su mamá: “Compraremos una rica cena, algún chupe y estaremos en pijama viendo Harry Potter, como cada Navidad”. Da la impresión de que, aún en la adversidad, los rituales vuelven a su lugar, y todo mundo busca algo que perdió. Algunos lo perdieron todo, otros perdieron lo fundamental y otros más perdieron y buscan recuperar, aunque sea un poco, ese calor familiar durante las fiestas decembrinas.
Sheila sabe que pasará la Navidad con sus mujeres queridas: “Bien cómodas”. Y los millennials, los que apenas se independizan, o los que llevan poco en departamentos, apenas agarran la costumbre de formar bien un sistema para esa experiencia que es la Navidad, sin la ayuda de los papás.
Aunque no se han actualizado estudios sobre la cantidad de dinero que reciben los millennials, BBVA Research (con datos de 2020) estimó que este sector gana en promedio 7 mil 251 pesos mensuales y que “90 de cada 100 pesos de esos ingresos corrientes provino de actividades laborales como trabajador subordinado, de realización de actividades de negocios (comercial, servicios, industria o en el sector primario), o como trabajador independiente”. Esos números también tienen un tema de género, pues un hombre recibe hasta 72.4% más ingresos que una mujer.
En estos contextos adversos, la vida sigue. Hay una pareja que quiere mudarse, por ello está planeando presupuestos, si será junto o separado el gasto, dónde rentará. Si se conseguirá la beca para un posgrado y cuál será la red de ayuda en una emergencia. Será, como todo, una batalla de dos personas en la Ciudad de México, una de tantas contra la economía, las opresiones sociales y la historia de un país más allá de un sexenio. Tantos problemas y aun así hay que lidiar con la Navidad.
A varios metros sobre el pavimento, en el vidrio de una cabina, se pueden observar edificios cubiertos por luces navideñas. En Iztapalapa se mantiene el espíritu festivo. En otros lugares, como la Roma, hay menos adornos en las fachadas. Menos Santa Claus, renos, destellos de colores. Rumbo a Constitución, al contrario, se han esforzado por hacer público el amor a la fecha en una de las alcaldías más afectadas por la pandemia. Pronto, llegará la cena con la familia y amigos. Y la pregunta, días antes, cuando todo mundo se prepare desde sus trabajos o ya en sus vacaciones, se hará presente y se tendrá que responder: “¿Ya sabes qué harás para esta Navidad?” Se hará algo, seguramente, con menos dinero en el banco, menos pesos en la cartera, pero se hará. Claro que se hará.
@Ciudadelblues
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