EMEEQUIS.– Esteban Arriaga ha dejado de comer frijoles bayos. No puede hacerlo porque el taxi que maneja en las calles de la Ciudad de México tiene cada vez menos pasaje. “Ahora porque ha bajado el pasaje ya no come uno ni frijoles porque ahora los frijoles están caros, como el blanquillo. ¿Cuál es el precio del blanquillo? A veces no gana uno ni para comprar un kilo de blanquillo a consecuencia del pasaje que ha bajado por esta pandemia”, dice.
Son las 5 de la tarde y a su taxi blanco con rosa sólo se han subido 5 personas desde las 10 de mañana. Un mes atrás, asegura, para este momento de la tarde ya habría hecho al menos 20 viajes. “Ahí más o menos salía el costo de la renta del auto y de la gasolina”, recuerda el hombre de 73 años.
Aunque los trayectos suelen variar en distancia y tiempo, dice que este día ha cobrado aproximadamente 20 pesos por cada uno.
“Juntar la cuenta para sacarla nos cuesta mucho trabajo, como ve ahorita para salir, para agarrar un viaje dilatamos de 20 minutos a media hora ¿se imagina en ocho horas cuántos viajes vamos a echar? De a 20 pesos, cuánto estamos ganando si la cuenta es de 300 pesos. No completamos ni la cuenta, ni podemos tener dinero para echarle gasolina a nuestra unidad”, asegura el taxista, quien lleva trabajando en ese giro desde hace 45 años.
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Es por eso que no puede comprar frijol del blanquillo, como él le llama, que hoy tiene un precio de 31 pesos por kilo –o más– en bolsa para cocinar.
Desde hace tres días, la Ciudad de México, en donde él vive y trabaja, anunció la suspensión de actividades no esenciales. Esto ocasiona que miles de capitalinos se queden en sus casas y, por lo tanto, que él tenga menos pasajes.
La comida que se llevan a la boca todos los días sus dos hijos y su esposa depende del pasaje que Esteban logre hacer en su jornada. Sin embargo, hoy las cuentas no le salen.
Los platillos en las mesas de los mexicanos están cambiando a causa de la pandemia de coronavirus. Miles se han quedado sin empleo y otros, que todavía pueden salir a las calles, tienen un ingreso que se ha visto reducido por la ausencia de gente.
Esta pandemia que ya había causado 50 muertes en todo el país y que tiene a 1,510 personas infectadas –hasta el jueves–, tiene efectos también en la comida que se llevan a la boca todos los días miles de personas.
DE LA CARNE A LAS VERDURAS
Los platillos en la mesa de Aarón Ricardo, un vendedor de frutas, también han cambiado. Antes de la pandemia de COVID-19 cocinaba pescado y carne, ahora prepara guisos “más económicos”, hechos con acelgas, coliflor y espinaca.
“Ahorita no alcanza, afecta mucho. Ahorita puras verduras”, comenta el joven de 23 años, quien tiene un puesto semifijo sobre la calle de Laguna de Términos, en la colonia Granada.
Su puesto lleno de fresas, plátanos, papaya, maracuyá y mangos manilas, se vaciaba en un día antes de que se implementaran las medidas de sana distancia por la Secretaría de Salud, en las que se le recomienda a la gente no salir a las calles. Ahora tarda hasta dos o tres días en vender su mercancía. “No hay ventas. Generamos, pero vamos al día”, señala.
También tiene que esperar hasta las 7 de tarde para levantar su puesto, cuando antes se quitaba a las 5 de la tarde.
POLLO EN LUGAR DE RES
Víctor Guevara Arteaga, dueño y vendedor en una tienda de abarrotes, ha cambiado su dieta. Antes sus comidas estaban integradas por bistec y ahora las prepara principlamente con pollo y arroz.
“Ya compra uno lo limitado porque no sabemos si se echa a perder o algo. Hemos comprado poco”, dice en el mostrador de su tienda de abarrotes, ubicada en la colonia Granada.
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En esta temporada del año, la primavera, la gente suele comprarle bebidas para calmar la sed, pero con la poca afluencia en las calles ha disminuido su venta de aguas y refrescos.
“Con estos calores se vendían hasta dos, tres cajas al día. Ahorita ni una y media. Ahí se ve la diferencia de lo que está ocasionando y dicen que va a tardar, que apenas estamos empezando el programa o la fase”, puntualiza.
CUANDO LA FRUTA ES UN LUJO
Sonia Aguirre Zúñiga dejó de comer fruta y carne en estas semanas. No puede darse el lujo de tomar un jugo de naranja o de comer un coctel de frutas variadas, dice. Ella vende dulces y cigarros en un puesto y en estos tiempos no le alcanza para comer suficiente o comer bien.
“Podía tomar jugo de naranja más seguido que ahora (…) Ya no podemos darnos el gusto de tomar jugo de naranja o de comer coctel de frutas variado”, dice Sonia Aguirre Zúñiga, una vendedora de dulces y cigarrillos para quien comer fruta se ha vuelto un lujo.
Sonia es comerciante. Tiene un puesto semi-fijo en el que vende golosinas todos los días afuera de un supermercado desde hace cinco años. Este puesto se lo le heredaron sus padres, dos viejos que a veces le hacen compañía y que, antes que ella, vendieron durante 15 años dulces en ese lugar.
Lo que ella coma o deje de comer depende del dinero que obtiene en ese puesto día con día. Es por eso que hoy se limita en los alimentos que compra. Antes de que comenzaran a reportarse casos de coronavirus en México, “comía fruta, podía a lo mejor comprar carne. Ahorita no podemos comprar ni carne. Ahorita el huevo a 40 pesos”.
Además de la comida, también tiene que pagar renta con el dinero que obtiene de ese puesto de dulces. “Habemos gente como yo, que pago renta. No me alcanza para comer suficiente o comer bien. No puedo tener los alimentos del plato del buen comer, no los puedo tener. Es imposible. O pago renta o medio como. Casi no como o como lo que puedo y tengo que ajustar la renta”, subraya.
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Para Sonia, la mayor ayuda que el gobierno le puede dar en medio de esta situación es dejarla trabajar. “Como nosotros vamos al día no tenemos para comer”.
El presidente Andrés Manuel López Obrador anunció que otorgaría hasta un millón de préstamos de 25 mil pesos con poco o ningún interés para que los negocios informales puedan sostenerse en esta crisis sanitaria.
Sin embargo, aunque Sonia quisiera pedir uno, no puede hacerlo, porque esto se sumaría a otras cuentas pendientes de pagar. “Puede ser que este mes no tenga para pagar la luz o el gas. Si me van a ayudar prefiero que me dejen trabajar. Yo también sé que me va a pegar porque ¿a quién le voy a vender?”, se pregunta.
Como ella, otros 31.3 millones de mexicanos trabajan en la economía informal, de acuerdo con los últimos datos del Instituto Nacional de Geografía y Estadística (INEGI). Estas mexicanas y mexicanos no tienen seguridad social.
Cuando habla del futuro y de lo que se avecina repite mucho una frase compuesta de dos palabras: “no sé”. Ella no sabe qué va a pasar o cómo saldrá adelante. “No sé qué se venga. No sé”, dice.
@vancg_